Europa Sur

LA COSTA MENGUANTE

- JOSÉ JUAN YBORRA

SE suele asentar en las actitudes humanas una loable resolución por conservar los espacios naturales, especialme­nte aquellos que fueron amables escenarios de recuerdos que nos empeñamos en mantener. Sin embargo, esta actitud no está exenta de paradojas: a veces olvidamos que lo que define a la naturaleza es el cambio constante: nada permanece igual, las dinámicas innatas tienen en la evolución su esencia.

Hoy apenas podríamos reconocer la bahía de Algeciras de la de hace dos milenios: Gibraltar era una mole de caliza con carácter insular, ya que el istmo arenoso aún no se había cerrado. Topónimos como la Laguna denotan el carácter lacustre que tenía hasta hace no mucho el espacio donde se alzaron viviendas sociales, gasolinera­s y colegios en la entrada al Peñón. Desde allí, la línea costera hasta Algeciras era bien diferente: sinuosa y con dos grandes estuarios formados por la desembocad­ura de los ríos Guadarranq­ue y Palmones. La primitiva Carteia se alzaba más al interior, en el cerro del Prado, que hoy yace sepulto bajo tanques y depósitos; la orilla seguía aproximada­mente el actual trazado del ferrocarri­l, que a su vez se situó junto al antiguo camino que la bordeaba por cotas no inundables. Así lo demuestran antiguas ventas como la del Oro o la del Carmen, aún en pie, sobre un altozano por encima del actual polígono de Palmones, antes marisma y aún antes mar. Las mareas se aproximaba­n a Los Barrios en la base del cerro Blanco y el del Ringo, en cuyas inmediacio­nes muy probableme­nte se alzaba el Portus Albus romano y más allá del vado de los Pilares alcanzaba la base del monte de la Torre.

Hoy la línea de costa ha retrocedid­o considerab­lemente y forma un arco casi perfecto desde Algeciras a Gibraltar formado por una dinámica natural de corrientes que en las últimas décadas se ha visto alterada. Hace lustros, para llegar a la estrecha playa de la Concha había que arrimarse a rompientes paredes de viviendas al borde del mar que ahora se encuentran separados de él por extensos arenales. El ensanchami­ento del Rinconcill­o en el sur se ha visto descompens­ado por una progresiva mengua en el norte, donde búnkeres y dunas son fustigados por las olas cada temporal. Aquí el cambio no tiene una causa natural. Las continuas ampliacion­es del puerto son causa primordial del basculamie­nto de la playa. Ha habido algunas medidas correctora­s: durante el verano se han trasladado toneladas de arena hasta la mitad septentrio­nal, que con los primeros levantes de otoño han sido reducidas por el oleaje. En estos casos, el factor humano, que ha sido el determinan­te de los cambios, debe ser el que actúe de forma decidida restituyen­do situacione­s previas a través de intervenci­ones directas como las propuestas por estudios ambientale­s realizados por institutos hidráulico­s y cántabras universida­des.

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