ARTE SOBRE EL RÍO
MAÑANA sábado se celebra el Día Mundial del Arte. El 15 de abril de 1452, Leonardo da Vinci nació en las inmediaciones de Anchiano, una aldea entre olivos, robles, fresnos y cipreses que coronan el macizo de Pietramarina, al oeste de Florencia. Apoyándose en el interés que el polímata toscano poseía hacia la botánica, la Delegación de Cultura de nuestro consistorio ha organizado una serie de actos con los que se conmemorará la jornada siguiendo el hilo conductor de los sugerentes entramados que se establecen entre la naturaleza y el arte. Se trata de una encomiable iniciativa a la que gustosamente me he sumado. En ella participarán artistas plásticos cuyas obras serán reproducidas bajo las farolas de la avenida de Villanueva, que también será escenario de actuaciones de danza y teatro, así como soporte de un buen número de textos literarios impresos en lonas y vinilos.
Entre la casa de los Gaggero y el edificio de Pérez Villalta; entre el solar del Término y la capilla del Cristo; entre la consular fachada del Anglo y el recuerdo de tantos hitos perdidos se colgarán cuadros, descansarán versos, declamarán voces y bailarán suelas. Lenguas de asfalto, capas de hormigón, pasos de peatones, parterres, zócalos y postes de hierro envejecido comparten ahora espacio con geométricas palmeras, adolescentes cipreses, jacarandas desnudas, cedros en parejas e impostados despojos entre olor a cocinas y cercanos rezos. Ya no hay vías, ni puentes, ni hoteles, ni bandas, ni adoquines, ni lámparas de forja, ni pasos a nivel. Ya no hay cauces, ni rías, ni orillas junto a las que volvió a nacer la ciudad olvidadiza e ingrata. Ya no se ven las mareas mezcladas, ni viscosas aguas de indolencias. Ya no hay riesgo de riadas, ni malos olores, ni negras corrientes de erróneos topónimos. Ya no se pueden pasar allí noches hasta el alba, bebiendo deliciosos vinos o cortando las rosas del pudor a despecho de los censores.
Cuando pisemos las lenguas de asfalto y las capas de hormigón, las imposibles sombras de las jacarandas desnudas y la de los afilados cipreses; cuando veamos cuadros, oigamos monólogos, contemplemos danzas y leamos versos, muchos no sabrán que debajo sigue discurriendo agua entre los pasos de peatones y las geométricas palmeras. Muchos no sabrán que el río que fue esencia de la ciudad y origen de su puerto, el río que acabó siendo cloaca, fue enterrado vivo para ocultar los incómodos síntomas provocados por la incompetencia humana. Cuando mañana celebremos los sugerentes entramados entre la naturaleza y el arte no deberíamos olvidar que bajo nuestras suelas y nuestros versos sigue fluyendo una vida a la que, moribunda, se le dio sepultura.
Ojalá algún día podamos celebrar el Día Mundial del Arte junto al río, no sobre él. Sería una buena forma de honrar la naturaleza encubierta que cada día pisamos.