BILLETES O TARJETA: HE AHÍ LA CUESTIÓN
● En sitios tan poco sospechosos como Berlín o Londres, la gente se resiste a la obligación de estar completamente identificados
otorgan una comodidad indudable a particulares y al sistema de transacciones no son el caldo de cultivo de una ganancia de pescadores, la de los Grandes Hermanos que todo lo ven en el proceloso universo digital. En lo financiero, en lo comercial y en el consumo, la vida que vivimos no deja de ser una cancha donde se dirime una dialéctica entre libertad individual y seguridad. Igual que en un pueblo o barrio uno disfruta de la protección que confiere la cosa comunitaria y visible, por lo mismo pierde capacidad de ser independiente y, digámoslo en corto, libre. El binomio seguridad/libertad tiene mucho de ideológico y fluye entre un continuum entre liberalismo y control institucional, en el marco de la microeconomía, la que trata de las actividades individuales y de las empresas. Esa economía de la que Hacienda hace su teta para nutrir la causa común, de la mano de las omnipresentes entidades bancarias.
En distintos lugares de planeta –pongamos el planeta Unión Europea–, se vienen levantando
Surgen en el primer mundo voces contrarias al imperio de los pagos ‘trazables’
voces que denuncian que el acorralamiento del dinero en efectivo en favor de los instrumentos de pago trazables es una forma de totalitarismo que va más allá de la evidente comodidad en los cobros y pagos, y que a la postre pone mayor poder en las manos de quienes –pocos– dominan los datos, y merman la intimidad de la gente de a pie, las personas que pueden ser identificadas en todo su patrimonio, sus vidas y sus movimientos físicos por el ojo que todo lo ve. En la sede y centro de la economía europea –pongamos que hablo de Berlín– hay muchos comercios que no aceptan tarjetas de crédito para pagar compras menores o mediana. Por otros motivos, más liberales y menos socialistas, sucede otro tanto en el Reino Unido: una manifestación en Londres hace unos días reclamaba el derecho a no ser controlados por el dinero de plástico, y el de poder pagar con billetes usados. No se trata de dinero negro ni de evasión fiscal: se trata de no estar en manos de quién sabe quién.