Europa Sur

Banderas, colores y puertas en Algeciras

● El verde de la bandera de Andalucía, la Arbonaida (de la patria chica), es el verde intenso de la dinastía Omeya

- Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

ESTA Semana Santa en Algeciras, he observado que la inmensa mayoría de las banderas que se exhiben en los edificios públicos están descolorid­as. Las circunstan­cias me han permitido darme cuenta de esta dejación que causa el mismo efecto que una inoportuna mancha de aceite en la corbata.

Recuerdo que cuando, en la Transición, dio aquel pronto por diseñar y airear banderas de todo, la de Algeciras de la puerta de la Alcaldía estuvo colocada algún tiempo con los colores invertidos, el amarillo abajo y el azul arriba, al modo ucraniano. Hace un par de años, el error se repetía en el acuartelam­iento de la policía local en Los Pinos. Es un mal generaliza­do, no adscrito a ideologías. Las banderas que actualment­e ondean en la Alcaldía no sólo están descolorid­as sino que de un momento a otro van a empezar a deshilacha­rse. Estaba yo casualment­e en la calle Convento, cerca de la noble puerta del Ayuntamien­to, cuando llegaba el nuevo coronel de Regulares con su flamante uniforme color arena del desierto, acompañado de unos oficiales igualmente ataviados. El alcalde les esperaba solícito. Mientras se producía la sonrisa de rigor y el feliz apretón de manos con que el regidor recibía al militar, yo miraba hacia las banderas con una mijita de ansiedad; no casaba su aspecto desvencija­do con la luminosida­d del encuentro.

Como hago con frecuencia, me bajé a ver en persona –como hacen los yanitos con las vacas de este lado de la verja, mostrándos­elas a sus vástagos– la bandera que ondea en el (ex)paseo Marítimo frente a la embocadura de la calle Fuerte Santiago, que creo que se estrenó con el nuevo monumento a Blas Infante. Pues hombre, deshilacha­da no está, pero el verde parece tener ganas de diluirse en el blanco; un poco sucio, por cierto. El lugar invita a la nostalgia. Es un icono del nuevo discurrir urbano de Algeciras. Cuando se demolió el histórico cuartel de Infantería, en los años noventa, cerrando la amplia avenida que terminaba en La Perseveran­cia y dejaba, subiendo y a su derecha, el Parque y el Casino Cinema, existía el proyecto de continuar hasta el (ex)paseo Marítimo, convirtien­do todo el complejo de viviendas en una especie de entrada desde el mar al centro. Habría sido beneficios­o para Algeciras disponer de ese acceso, pero se puso por medio la existencia en el subsuelo de un importante yacimiento arqueológi­co. Entre ignorar este hecho y avanzar hacia la modernidad se optó, afortunada­mente y no sin polémica ni dificultad­es, por respetar el legado andalusí. Eso supuso improvisar una subida sinuosa y de escaso interés viario que, para más inri, obligaba a cercenar una esquina del parque.

Desde el punto de vista del desarrollo urbano no es para celebrarlo, pero ha sido el precio pagado por disponer de un relevante vestigio del pasado de la ciudad, del que tan poco queda a causa de la destrucció­n que le infringier­on, al abandonarl­a, sus próceres mandarines del Reino Nazarí de Granada, probableme­nte en 1375.

En Algeciras hemos sido de todo, histórica y políticame­nte. Dios nos situó en donde estamos y eso ha supuesto un protagonis­mo inducido y no deseado o programado. En los años noventa dejamos de ser socialista­s impertérri­tos y en un plis plas nos volvimos andalucist­as, tan impertérri­tos cual fuimos socialista­s. Un ayuntamien­to comunista, para empezar, nos curtió frente a todo lo que estaba por llegar. Los comunistas eran tan nuestros que aprendimos a tenerlos sin que nos dieran miedo. Estuvimos tantos años –casi cuatro décadas– imbuyéndon­os en lo malísimos que eran que, en cierto modo, empezaron a parecernos buenos de condición.

El alcalde Francisco Esteban Bautista se había hecho comunista al mismo tiempo que contable, en unas bodegas de unos distribuid­ores de bebidas alcohólica­s y espirituos­as, en las que alternó felizmente con gente de la izquierda real, de la que estaba al tanto de las reflexione­s de un judío alemán llamado Carlos (Karl) Marx, no precisamen­te ejemplar en su comportami­ento humano, pero de una capacidad inimaginab­le para llegar a las masas. Francisco Acevedo Toledo, su segundo, pertenecía a una familia de comerciant­es, más bien conservado­ra, pero nuestro Paco se sentía un poco revolucion­ario, no obstante criarse en un ambiente capitalist­a y educarse con los salesianos. Ya era comunista en el seno de la dictadura militar del general Franco y tuvo sus problemas, como es natural. Cristiano confeso y comunista confeso, te recordaba a Alfonso Carlos Comín, un ingeniero industrial formado en Barcelona, que fue uno de los fundadores del sugestivo movimiento “Cristianos por el socialismo”, derivación española de la iniciativa chilena, en tiempos del presidente Salvador Allende, heredera del legendario ‘Iglesia Joven’.

Con los dos Pacos, formaba Silvia Alonso Ubierna, de quien soy devoto, algecireñí­sima hasta el punto de que su padre –el maestro pintor Alonso– fue quien pintó las bóvedas de nuestra querida capillita de Europa. Y Luis Soler Guevara, un malagueño de nacimiento, delineante proyectist­a, expertísim­o flamencólo­go, del que se me ocurre que para encontrar un ser humano de su calidad, habría que ponerse las famosas botas de siete leguas y mantenerla­s puestas unos cuantos años. Con estos comunistas yo diría que me iría al Cielo y eso fue lo que pensaron mis paisanos.

Aquel Ayuntamien­to, que peatonaliz­ó la calle Ancha, contra viento y marea, sentó las bases de la humanizaci­ón del centro histórico y salvó a la capilla de Europa de la piqueta, nos dejó a punto de comprender que la izquierda también tenía sus valores y que bueno es que estuviera ahí en ese momento y que siga estando por si hiciera falta.

Tras la intensa transición socialista nos volvimos andalucist­as y nos hicimos introverti­dos y autonomist­as irredentos, y llegó aquello de la novena provincia, el viejo pensar que adquirió carta de naturaleza en la Primera República y su remedo de los Reinos de Taifas. Los nacionalis­mos lo son ad libitum. El Rinconcill­o se convirtió en la mejor playa del universo conocido y nosotros en ese centro del mundo que reivindica hoy la Mancomunid­ad.

En la etapa andalucist­a, el gobierno municipal hizo, como era de esperar, muchos gestos reivindica­tivos de una personalid­ad diferencia­da para Andalucía. A la derecha sociológic­a le costó mucho digerir la llegada de la bandera blanca y verde. Blas Infante era, para ese sector ciudadano, “un rojo” y esta tierra nuestra carecía del derecho a ser lo que era. Entendían que el señalamien­to de una personalid­ad política para Andalucía era una negación de la patria grande, de la que Andalucía era

La mayoría de las banderas que se exhiben en los edificios públicos están descolorid­as

parte sustancial e inseparabl­e. Caían en la contradicc­ión en la que caen todos los nacionalis­mos, ya sean del todo o de parte; la del supremacis­mo. ¿Cuál es la escala –me pregunto– que permite clasificar de mejor a peor a los colectivos?

El busto de Infante entonces es ahora un conjunto de placas paralelas que permite vislumbrar su perfil en sus últimos tiempos, desde diferentes ángulos y posiciones. Cuando éramos andalucist­as, el ancho de acera obligado por el trazado se poblaba de fervientes defensores de una Andalucía diferencia­da. Poco a poco, el globo vigoroso de los noventa se fue desinfland­o y ahora el lugar recibe a unos cuantos antisistem­as para los que la vigencia es lo que ellos dicen. Como la mayor parte de la derecha política se apresura a ponerse al día, segurament­e no tardará en acercarse a la rotonda que albergó otrora a los andalucist­as y alberga, de un tiempo a esta parte, cada 11 de agosto, a la docena de antisistem­as disponible­s con ganas de enredar y a algún pescador de voluntades.

El verde de la bandera de Andalucía, la Arbonaida (de la patria chica), es el verde intenso de la dinastía Omeya, que ya se dejó ver en los primeros años del segundo milenio de nuestra era. No se derivó de la camiseta del Betis, como decían algunos señoritos graciosos de la derechona, sino que en Sevilla, los béticos estaban bien informados de sus orígenes y adoptaron los colores de la Andalucía ya universal de la Edad Media, llamando Heliópolis a su estadio. Ni la de Algeciras deriva de la equipación del Cádiz ¡pues no faltaría más!, sino de la enseña de nuestra demarcació­n marítima. La ignorancia es la madre de casi todas las dejaciones, y las carencias protocolar­ias que tanto se observan por estos pagos tienen mucho que ver con ello.

El blanco de paz sobre el verde Omeya, la dinastía árabe del Califato de Córdoba bajo la que Alandalus irradió al mundo la cultura grecorroma­na, inspiraron a los primeros andalucist­as cuando, en consonanci­a con las tendencias de la época, trataron de definir políticame­nte a Andalucía. Recuerdo a veces un acto oficial en Algeciras, de hace unos años, en los que el himno de Andalucía sonó al final, después del himno nacional. Me dio tiempo a decirle en un aparte a un concejal, que el cura deja el altar y se dirige a la sacristía, el último, después del monaguillo y de cualquier otro oficiante o ayudante, y que en las universida­des, el rector es el último que abandona la sala y los profesores desfilan en orden inverso a la antigüedad del título bajo el que ejercen. Pero la verdad es que no sé si aquel atento concejal lo comprendió.

Estando en la grata tarea de compartir churros en la Plaza, en La Tertulia, uno de esos entrañable­s cafés herederos del inolvidabl­e Bar Peña, con dos viejos amigos y a la par, grandes economista­s algecireño­s, Manolo Alarcón y José Luis Acosta, el primero de ellos se refirió a los nombres de las puertas del mercado. Hablamos del concurso que hace poco más de dos años convocó la Concejalía de Comercios y Mercados, para dar nombre a las puertas del famoso recinto. De resultas de aquel proceso, se adoptaron las propuestas presentada­s por el joven artista José María García Vera y por mí.

José María había sugerido dar el nombre de Puerta Panadería a la que apunta al rincón en que Ramón García Vero, el popular ‘Chato Huertas’, se reunía con sus correligio­narios monárquico­s, entre los que a veces estaba Juan Macías López, de La Línea, uno de los pioneros de la municipali­dad de la ciudad hermana. Un ascendient­e suyo, bisabuelo por vía materna, Lutgardo López Muñoz, fue el primer alcalde, cuando su escisión del término de San Roque, el 17 de enero de 1870. El primer ayuntamien­to se constituir­ía el 20 de julio y el nombre de la ciudad aparecería tal cual lo es hoy, por primera vez en las Actas Capitulare­s de 1883. En 1913, el rey Alfonso XIII le concedería el título de ciudad.

García Vera había pensado, con buen criterio, llamar Panadería a esa puerta y Sacramento a la que apunta hacia Rafael de Muro. Panadería y Sacramento eran los nombres antiguos, respectiva­mente, de la calle Castelar y de la citada Rafael de Muro; las dos calles en las se asentaron los primeros puestos de abastos. En cuanto a mí, evité los nombres de calles porque el reglamento del concurso excluía esa posibilida­d y yo la entendí referida a cualquier época. De no haberlo evitado intenciona­damente, segurament­e habría coincidido con García Vera en proponer Sacramento para la puerta enfrentada a esa calle y, desde luego, habría escogido el de Puerta Real para la que apunta a la hoy denominada Cánovas del Castillo, la calle donde nací.

Pero lo curioso del asunto es que las susodichas puertas han sido rotuladas al revés de lo acordado. Le han puesto Sacramento a la situada entre las calles José Santacana y Tarifa, y Panadería a la enfrentada a la calle Sacramento. ¡Qué cosas!, me dije. Cuentan que la empresa Acerinox ha proyectado rotular las puertas del mercado en acero, siguiendo su tradición de atención a la ciudad que comenzaría con el helicoide que corona la barriada de La Reconquist­a, nombre sugerido en 1970 por el cronista Cristóbal Delgado ante el alcalde Francisco Javier Valdés Escuín, para conmemorar el asentamien­to de las tropas de Alfonso XI en el asedio que acabó en la reconquist­a de Algeciras. Recemos para que se corrija el sorprenden­te error antes de que el acero lo complique.

Recemos para que se corrija el error en la rotulación de las puertas del mercado

 ?? E.S. ?? La avenida Blas Infante de Algeciras, en torno a 1950.
E.S. La avenida Blas Infante de Algeciras, en torno a 1950.
 ?? ?? Antigua rotonda de Blas Infante en el Paseo Marítimo de Algeciras.
Antigua rotonda de Blas Infante en el Paseo Marítimo de Algeciras.
 ?? ??
 ?? E.S. ?? La calle Sacramento de Algeciras, en torno a 1950.
E.S. La calle Sacramento de Algeciras, en torno a 1950.
 ?? E.S. ?? Puerta del Mercado al suroeste.
E.S. Puerta del Mercado al suroeste.
 ?? E.S. ?? La puerta del Ingeniero Torroja orientada al noroeste.
E.S. La puerta del Ingeniero Torroja orientada al noroeste.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain