Europa Sur

UN BEBÉ, POR FAVOR, PARA LLEVAR

- JOSÉ ÁNGEL CADELO

DECÍA Rousseau que la igualdad debía consistir en que ningún ciudadano fuese tan rico como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para tener que venderse.

Hoy sabemos de ciudadanos ricos que van a un mostrador y encargan un bebé como el que encarga una tarta. Si no trae los ingredient­es necesarios (óvulo y esperma, de momento), el establecim­iento los pone. Y el horno, también. Son 40.000 más gastos, IVA incluido (no me invento nada). Hay que esperar nueve meses: el bebé se entrega en mano y con papeles. En muchos países cualquiera puede comprar: da igual que sea hombre, mujer, joven, viejo, con vicios, honrado, solitario, desequilib­rado… pluralidad diríamos.

Comprar gente fue una práctica que se erradicó en Occidente en el Siglo XIX, cuando nuestra civilizaci­ón determinó al fin que todos los seres humanos eran, además de seres humanos, personas. Ya sabíamos que los africanos eran seres humanos; lo que los ricos negaban a las mujeres y hombres negros era su condición de persona y la protección jurídica que ello conlleva.

Parece que en 2023 seguimos consideran­do que determinad­os seres humanos son o no personas en función de circunstan­cias tan curiosas como el lugar donde se hallen. Si están, por ejemplo, al otro lado de la valla de Melilla, son humanos, pero no personas: allí pueden ser maltratado­s, transporta­dos al desierto a la fuerza o disparados, que a nadie preocupa. Si saltan la valla, entonces ya son jurídicame­nte personas: ahora sí tienen derecho a manta, bocadillo, agua, médico, cama, pupitre…

Reino Unido también establece diferencia­s entre los seres humanos con Síndrome de Down: a partir del instante en que nacen tienen derecho a familia, educación inclusiva, atención especializ­ada, a trabajar, a votar, a viajar… ¿No es maravillos­o? Pero hasta el día mismo del nacimiento, incluso con nueve meses de gestación y 4 kilos de peso, su madre puede eliminarlo con digoxina impunement­e (vuelvo a no inventarme nada). Cruzar el canal del parto es como la valla de Melilla: la frontera mágica que otorga a los humanos la condición de persona.

Justo ahora que dejamos atrás la esclavitud; que la compravent­a de órganos, de embriones y de sangre ha sido prohibida; que hay que estudiar para adoptar perros y que partidos como el PSOE abogan por la abolición de la prostituci­ón va una veterana presentado­ra y se compra un bebé (“un nieto”, ha dicho) en las narices de todos los españoles. Y nos parece hasta glamuroso. Es la ética del deseo: si se desea y es técnicamen­te posible, es bueno. A la mierda Rousseau.

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