El rugido de la Osa Mayor (II)
● El ataque lleva a la escuadrilla a sortear los pesqueros y las rondas de las patrulleras en medio de una terrible corriente ● Esta vez se cambiaría de tactica y se probarían nuevas armas
SIGUE Sigue recordando el almirante Notari: “En el pique de proa, estaba localizada la escotilla por la que los maiali debían salir al mar, si todo iba bien, en intervalos de media hora. Yo, como líder del grupo, fui el primero en partir. Eran las once menos veinticinco”. Treinta y cinco minutos después, salía al mar el torpedo de Tadini y Mattera y sobre las once y diez lo haría el de Cella y Montalenti. El primer movimiento de todos ellos fue dirigirse hacia el lugar fijado como punto de inicio de sus respectivas maniobras de ataque. Un punto que, a fin de seguir alimentando la idea de que habían sido transportados hasta allí a bordo de submarino, se encontraba situado lo más lejos posible del puerto de Algeciras.
Poco después de abandonar el dique de abrigo, los operadores comenzaron a percibir las consabidas detonaciones de las cargas de profundidad. Notari escribiría luego en su informe: “No he tardado en sentir la primera detonación subacuática .... luego he seguido escuchándolas durante toda la operación. En un primer momento, la cadencia de lanzamiento se mantuvo fija en intervalos de unos seis minutos. Sin embargo, sobre la una y diez, el ritmo de los lanzamientos aumentó sensiblemente, hasta que, entre la una y cuarto y las dos menos veinte, estos se sucedían de una forma ininterrumpida. Yo no encontraba explicación para ello. Es más, incluso llegué a pensar que mis compañeros habían sido descubiertos y que los ingleses les estaban dando caza”. Según confesaría al autor, cuando ya con más tranquilidad había podido analizar lo sucedido, había comenzado a intuir que, tal vez en ese súbito cambio en la cadencia de los lanzamientos, se encontraba la causa de la muerte de sus compañeros Magro, Visintini y Leone.
No obstante, como comprobaría el propio Notari, “más allá de las cargas o del denso sistema defensivo montado por el enemigo, el gran problema con el que se enfrentarían aquella noche iba a ser el efecto de las poderosas corrientes”. “Tras alcanzar el punto de inicio del ataque, sigue contando el futuro almirante: “Viré hacia el Norte poniendo proa hacia una luz que pude ver en tierra... fue entonces cuando noté cómo una fuerte corriente me empujaba de Oeste a Este; causa por la cual... todos los barcos estaban orientados hacia Poniente... De tal suerte que, para intentar compensar su efecto, me vi obligado a tender siempre hacia babor, con la esperanza de poder finalmente alcanzar los barcos que me había asignado sin desviarme. A pesar de mis esfuerzos, terminé describiendo una larga trayectoria curva con el consiguiente incremento en la distancia que tuve que recorrer lo que me provocaría un retraso de casi tres cuartos de hora”.
“Pero además, me había desviado tanto del rumbo que, cuando estimé que había llegado a las inmediaciones del primer barco escogido, no conseguí dar con él. Siendo ya las doce y media y habiendo perdido las referencias de navegación, puse proa hacia el Norte con la intención de atacar el primer navío que encontrase. Apenas diez minutos después, conseguí localizar uno de aquellos mercantes...un barco grande de dos mástiles y una chimenea, superestructura central y dos cañones -uno a proa y otro a popaque estaba fondeado a la altura de Punta Mala. casi una milla al Oeste del blanco escogido en un principio”. Se trataba del mercante británico Mahsud, uno de los barcos dedicados a dar soporte logístico a la operación Torch transportando provisiones y armamento hasta el puerto de Argel.
“Estando a unos doscientos metros de distancia, inicié la maniobra de aproximación... A unos cuarenta metros de su costado... puse proa hacia el mercante empleando la marcha lenta y sumergiéndome a una profundidad de cuatro metros a la búsqueda del casco. Después de varios minutos sin haber conseguido establecer contacto, regresé a la superficie y sacando un instante la cabeza fuera del agua, me di cuenta de que, a causa de la corriente, lo había sobrepasado por la popa. En esta fase tan delicada, fue necesario navegar a la marcha más lenta para no provocar turbulencias y para evitar tanto un fuerte impacto contra el casco –que podría haber sido oído en el interior del barco atacado–, como la posibilidad de que el maiale resultara dañado... (Además) se debe tener en cuenta que, al estar el barco orientado en el sentido de la corriente, el maiale, que durante la maniobra de aproximación mantiene una ruta de ataque perpendicular al casco, estaba sujeto a sufrir un efecto máximo de deriva”.
Luchando denodadamente contra ese efecto y tras un primer intento, Notari consiguió finalmente alcanzar el buque, proceder a la fijación de la primera media cabeza de combate y activar sus espoletas. Su Panerai marcaba entonces la una y cuarto. “Seguidamente -escribiría en su informe- ordené a Lazzari dirigirse a proa siguiendo la quilla de balance de babor para fijar el bauletto. Cinco minutos después, este regresaba, informándome de que la orden había sido cumplida sin novedad y que había activado la espoleta justo cuando era la una y veinte. (A continuación), siendo consciente de que –a causa de la fatiga acumulada– no iba a poder ejecutar un segundo ataque, decidí emprender la ruta de regreso al Olterra, orientándome por el foco rojo intermitente que brillaba en el extremo del muelle de Algeciras. Finalmente,
tras varias horas navegando contra corriente, llegué a la nave de apoyo, cuando la autonomía del ingenio estaba ya casi agotada. Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada”.
A bordo del cisterna tuvo la satisfacción de encontrarse con Cella y Montalenti quienes, por fortuna, habían regresado también sanos y salvos. Por ellos pudo saber que su misión se había visto complicada por la presencia de un grupo de pesqueros españoles, por el continuo ir y venir de las patrulleras enemigas pero sobre todo, por aquella fuerte corriente. Así lo reflejaría el propio teniente Cella en su informe a la Marina: “Tras media hora de navegación, viré levemente hacia el Este para evitar una hilera de pesqueros españoles que faenaban con lámparas. Alrededor de las doce y veinte, llegué a las inmediaciones de mi primer objetivo. Mientras esperaba situarme en la posición de ataque, sentí como una patrullera inglesa se acercaba a gran velocidad. Conforme me aproximaba a la zona de los barcos, noté la detonación de una carga bastante intensa. Me detuve, manteniendo sólo la cabeza fuera del agua. La patrullera pasó muy cerca, a una veintena de metros a proa. En este momento, la fuerte corriente... me empujó hasta sacarme completamente fuera de la zona de ataque... intenté volver a ella... (Pero) transcurridos unos minutos, noté que se hacía más fuerte y que, en lugar de avanzar, me empujaba lentamente hacia el centro de la Bahía. (...) Muy despacio, enfilé el costado del mercante... dirigiéndome directamente hacia la proa para compensar su efecto. Estaba tan cerca del objetivo que incluso pude distinguir la lumbre del cigarrillo del centinela destacado a popa... La patrullera no abandonaba las proximidades y con el proyector de proa iluminaba la obra viva del barco, en torno al cual navegaba”. Se trataba del Pat Harrison, un mercante norteamericano del tipo Liberty de 7.191 toneladas, bautizado con el nombre de un senador por Mississipi fallecido el año anterior.
Lo mismo que había ocurrido con Notari, tras compensar el efecto de la corriente, Cella había conseguido alcanzar su blanco, suspender una de sus medias cabezas bajo su quilla y fijar el
bauletto bajo la sección de proa. Sobre la una y veinte, había iniciado la maniobra de evasión.
“De repente –sigue contando Cella– sentí cómo aumentaba la intensidad y el número de detonaciones y cómo la patrullera se aproximaba llegando a situarse junto al maiale... Con la sospecha de haber sido descubierto, intenté alejarme y salir de la zona vigilada. El aparato se mostraba muy pesado de popa, lo que me obligó a emerger hasta en un par de ocasiones. En la última de ellas, cuando estaba ya a punto de alcanzar la superficie, me sacudieron dos cargas de profundidad, las más fuertes de cuantas había percibido en el curso de la operación. De manera que, totalmente convencido de que me estaban dando caza, continué navegando en dirección Sur durante una media hora... Cuando finalmente emergí,.. pude comprobar que la corriente me había llevado de nuevo hacia el centro de la Bahía. En ese punto, mi segundo me dijo que, nada más situarnos bajo el barco, en sus esfuerzos por mantener el ingenio pegado al casco, se había desgarrado el traje. A causa del agua que le había entrado, Montalenti se sentía pesado, torpe y aquejado por calambres en ambas piernas. Este hecho, aparte del resto de las condiciones imperantes, me hicieron optar por el regreso, consiguiendo llegar a la nave de apoyo justo cuando eran las dos y cuarto de la mañana”. O sea, una hora y media antes de la llegada de Notari.
Ya en la seguridad del Olterra, aquellos cuatro italianos comenzaron a preocuparse por lo que pudiera haberle ocurrido a sus compañeros. Sobre todo porque los blancos que les habían sido asignados eran los más cercanos a la base. Teniendo en cuenta esta circunstancia, Tadini y Mattera debían haber regresado hacía más de una hora. Fueron veinticinco minutos de angustiosa espera hasta que, finalmente, la portezuela de la piscina interior del Olterra volvió a abrirse para dar entrada al tercer maiale.
Este también había tenido que sortear la línea de pesqueros, evitar las rondas de las patrulleras y al igual que sus compañeros, lidiar con aquella terrible corriente. No obstante, dando muestras de su magnífico adiestramiento, Tadini había conseguido meterse entre el grupo de mercantes donde se encontraban sus objetivos. Según recogerá en su posterior informe decidió efectuar su ataque contra el que creía era un Liberty pero que, en realidad, se trataba del
S.S. Camerata, un carguero británico, matriculado en Liverpool, de 4.875 toneladas.
Según el teniente Tadini: “En el barco pude ver a tres vigías, uno a proa, otro a popa y otro a la altura del puente... Decidí sumergirme a unos treinta metros del casco... alcanzando una profundidad de cuatro o cinco metros. Me mantuve en inmersión más tiempo del que estimé necesario, pero no conseguí dar con el casco. Subí de nuevo a cota ocular, comprobando que me encontraba a popa del mercante. Remonté la corriente en tercera marcha y en inmersión, volví a intentar el ataque... sin éxito alguno. Repetí la maniobra por tercera vez, enfilando la proa de la nave y arremetiendo en segunda a cuatro metros de profundidad. Estaba casi seguro de que esta vez acertaría”.
“Mientras avanzaba, sentí que la patrullera me pasaba sobre la cabeza a velocidad muy reducida. Temí que percibiese mi turbulencia y volví a lastrar el maiale. Superados los siete u ocho metros de profundidad, este comenzó a precipitarse hacia el fondo. Cuando había alcanzado ya los veinticinco metros, conseguí hacerme con él, dar aire a tope y pasar a cuarta. El maiale se puso casi vertical. Cerré un poco el aire para no romper bruscamente en superficie. Regresé a cota ocular e inicié una nueva maniobra de ataque .... En esta ocasión, todo salió bien”.
“Efectué el acoplamiento. Mi segundo pasó entonces a retirar la cabeza, mientras la corriente casi me saca el maiale de entre las piernas. Tuve que hacer un esfuerzo importante... para retenerlo. Ya fijada la carga y activada la espoleta, me dirigí con el maiale hasta la popa del barco, ordenando a Materra fijar nuestro bauletto... a la quilla de balance de babor. Seguidamente abandoné el barco, alejándome y regresando a cota ocular. Habiendo comprobado que era ya muy tarde, emprendí la ruta de regreso alternando la navegación en superficie con la navegación en inmersión”.
Aunque sin llegar a mencionar el efecto de la corriente, Marino Tadini, hijo del Teniente Tadini y oficial en la reserva de la Marina
Militare, proporcionó la explicación última de la tardanza con la que aquel tercer maiale había regresado al Olterra: “Mi padre había realizado la maniobra de regreso optando, por precaución, no dirigirse directamente hacia el Olterra, sino dando un amplio rodeo. Y esa había sido la causa de que fuese el último en entrar, cuando ya todos daban por hecho que le había pasado algo”. Según se recoge en el informe oficial, su entrada en el cisterna italiano había tenido lugar a las cuatro y cuarto de la madrugada.
Tadini y Mattera fueron los últimos en regresar al buque atracado en el Puerto de Algeciras