Europa Sur

LOS ENERGÉTICO­S

- asgonzalez@europasur.com ALESSIO GONZÁLEZ

CON la frente empapada de sudor y los gemelos a la altura de la cadera, tras un repecho que quita el sentido, sorteamos una alambrada de paso para coronar la cima y allí estaba resplandec­iente y erigida como un monolito. No era ninguna torre ni los restos de los muchos monumentos semiderrui­dos y abandonado­s de los montes de nuestra comarca. Lo que brillaba al reflejo del sol era un mísera lata.

Tampoco era una lata cualquiera. No. Hablamos de una lata de esas bebidas energética­s que se han multiplica­do en los últimos años como las cucarachas tanto en las manos de nuestros chavales como en los suelos de nuestras calles. La plaga silenciosa se ha apoderado de toda una generación que consume este tipo de bebidas casi al ritmo de un cigarrillo.

Jadeante e incrédulo ante la visión, la primera pregunta que le viene a uno a la cabeza es cómo demonios ha llegado esa dichosa lata al corazón verde que se extiende entre el río de la Miel, Punta Carnero y el Pícaro, a uno de los puntos altos de Algeciras desde donde se divisa de manera privilegia­da toda la Bahía y parte del Estrecho. Está claro que alguien la ha transporta­do, consumido y depositado en una zona del campo donde, de provocar una llama y arder, podría desatar un auténtico desastre natural de daños irreparabl­es.

¿Qué clase de persona que aprecie el monte deja basura en un paraje natural? Un cerdo, sin duda, pero un cerdo con buenas piernas porque para alcanzar el punto donde se encontraba la lata te tiene que gustar el senderismo y el campo, lo cual me hace replantear­me toda lógica que debe seguir alguien que considera sagrado lo verde.

Lo de la lata energética en esta ocasión se puede considerar una excepción porque la realidad es que los naturistas cuidan el monte como nadie e incluso, doy fe, recogen los residuos ajenos. El problema se agrava en la ciudad, donde prácticame­nte en cada esquina te encuentras las dichosas latitas y el 80% son de este tipo de bebidas azucaradas y hasta arriba de taurina.

¿Cómo se ataja esta falta de civismo? De la única manera que el ser humano entiende la mayoría de las veces. Tocando el bolsillo. Sirva de sugerencia, por ejemplo, la posibilida­d de agregar un impuesto a este tipo de bebidas. Llamémosle el impuesto del guarro y que lo especifiqu­e con letras grandes en el envoltorio. Si esto no surte efecto, podríamos recurrir al viejo pero siempre efectivo método de la multa, aunque se antoja complicado tener a un policía en cada esquina o en la cima del Monte de la Torre pendiente de quién arroja o no una latita al suelo.

Lo que el plástico es al mar, las latas de bebidas energética­s ya lo son al campo.

¿Cómo demonios ha llegado esa dichosa lata al corazón verde que se extiende entre la Miel, Punta Carnero y el Pícaro?

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