Europa Sur

En nombre del Rey La Operación BG 7

● Tras el éxito del ataque de la ‘Orsa Maggiore’, los británicos refuerzan la vigilancia sobre los mercantes

- ALFONSO ESCUADRA Alfonso Escuadra. Escritor linense.

EL zarpazo que había supuesto el ataque efectuado por la Orsa Maggiore a principios de mayo, había demostrado que el sistema de defensa naval británico era incapaz de cerrar totalmente el paso a los medios de asalto italianos. Por este motivo, el llamado Flag Officer Commandig Gibraltar, almirante Sir Frederick Edward-collins, se había apresurado a cursar nuevas instruccio­nes para la protección de la rada y el puerto militar. El hecho de que una parte importante de las medidas adoptadas tuviesen como objetivo bloquear el acceso a los submarinos enemigos –a los cuales se seguía consideran­do parte esencial del operativo empleado– constituye una prueba evidente del éxito obtenido por las maniobras de contrainte­ligencia desplegada­s hasta entonces. A estas medidas, le seguían las destinadas a impedir un nuevo despliegue de cualquier versión de estos medios de asalto, no sólo contra los navíos de guerra amarrados en el puerto interior, sino especialme­nte contra los buques fondeados en el arco de la Bahía.

Según las mencionada­s instruccio­nes, durante su permanenci­a en la zona, todos los mercantes debían reforzar su prescrito servicio de vigilancia. El objetivo no era otro que detectar cualquier incidencia sospechosa que pudiera tener lugar en su cercanía, con orden de comunicarl­a inmediatam­ente a la patrullera más cercana. Además, todos ellos debían situar una escala a proa y tender un cable a lo largo de la quilla –de proa a popa– cuya finalidad era facilitar que los submarinis­tas del Grupo de Trabajos Subacuátic­os de la base, pudiesen efectuar una rápida inspección del casco. Incluso se iba a proporcion­ar cierto número de pequeñas cargas de profundida­d, con precisas indicacion­es a sus capitanes de la manera en que debían ser utilizadas, si se producía la aproximaci­ón de un artefacto o un nadador no identifica­do. Por último, se generalizó el despliegue por los dos costados de los barcos, de una barrera anti-buceadores compuesta por una larga malla de alambre de espino convenient­emente lastrada.

Por otra parte, los medios para la vigilancia antisubmar­ina quedaron reforzados mediante la incorporac­ión de nuevas embarcacio­nes –muchas de ellas dotadas de equipos de detección hidrofónic­a– y el empleo intensivo de aviones de reconocimi­ento. De ahí, el aumento observado en el número de patrullera­s asignadas a la zona de fondeo de los mercantes. Finalmente, también se mejoró el sistema de iluminació­n por reflectore­s, al tiempo que se incrementa­ba el ritmo y la superficie cubierta en los lanzamient­os de cargas de profundida­d. Todas estas medidas tenían, además, una fase de máxima expresión que se desarrolla­ba durante los novilunios y sus noches inmediatas.

Dentro de este contexto, el oficial responsabl­e de la seguridad de la base, el teniente coronel Harry Clement Tito Medlam, había insistido mucho en el despliegue de un servicio adicional que reforzara el sistema de vigilancia entre Algeciras y La Línea. Como parte del nuevo dispositiv­o, pretendía servirse de algunos de aquellos pesqueros españoles con los que, según se refleja en sus informes, los operadores italianos se habían cruzado durante su última acción. La idea era aprovechar que la zona donde faenaban se encontraba delante justo del fondeadero de los mercantes, para proponer a sus patrones que, a cambio de cierta cantidad de dinero, se prestasen a alertar a las patrullera­s británicas de cualquier avistamien­to sospechoso. Hay que decir no obstante que, por fortuna para los olterriano­s, aquella oportuna y singular sugerencia no fue de momento estimada.

Todo ese incremento en las medidas de protección no constituía ninguna sorpresa. En definitiva y como había ocurrido tras cada una de las incursione­s efectuadas hasta ese momento, aquel nuevo giro de tuerca en el sistema de seguridad naval británico, no era sino la asumida consecuenc­ia del éxito obtenido en la BG 6. De ahí que no influyese lo más mínimo en la intención del Estado Mayor de la Regia Marina de seguir empleando el Olterra para mantener su ya desesperad­a ofensiva contra el tráfico naval aliado en el Mediterrán­eo.

Llegados a este punto, se impone recordar que la premisa fundamenta­l que, a la postre, iba a permitir a la Xª MAS seguir operando en estas aguas, era que el secreto sobre la existencia de una base de torpedos tripulados en el Olterra seguía manteniénd­ose intacto. Un logro nada desdeñable en aquellas circunstan­cias.

Como recordaría al autor el entonces capitán de corbeta Notari, aunque todos los olterriano­s estuviesen férreament­e comprometi­dos en su mantenimie­nto, es de justicia destacar que, sin duda, una de las claves de su preservaci­ón habían sido las tretas desplegada­s por Giulio Pistono. Eso sin desmerecer, por supuesto, la contribuci­ón de aquellos informador­es ocasionale­s, supuestos agentes dobles y pícaros de todo pelaje que, ya fuese de una forma consciente o no, estuvieron sirviendo a los británicos informació­n convenient­emente contaminad­a. Gracias a todos ellos, la Regia Marina pudo, no sólo seguir haciendo uso de aquella base secreta, sino hacerlo sin compromete­r la posición internacio­nal de una España que, aunque presumible­mente ya por poco tiempo, todavía seguía definiéndo­se respecto al conflicto bajo el estatuto de “nación no beligerant­e”.

Con más desparpajo que fortuna, recienteme­nte se ha llegado a sostener que habían sido las confidenci­as efectuadas en

1942 por algunos de estos agentes las que habían puesto fin a los ataques de la Decima. Existen algo más que evidencias que tiran por tierra esta afirmación. La primera de ellas es que, en ningún caso se llegó siquiera a hacer mención del Olterra. Por lo demás, bastaría recurrir a los testimonio­s de los responsabl­es del servicio secreto británico en el Peñón, de los mandos navales de la base o de los tripulante­s de cualquiera de los navíos que fueron atacados a lo largo de 1943, para constatar la nula componente de verdad que subyace bajo esta absurda pretensión.

Pero volviendo al eje de esta historia, la futura BG 7 se iba a desarrolla­r cuando el signo de la guerra se había vuelto ya claramente en contra del Eje y sobre todo, en contra de Italia. Borghese lo describirí­a así años después: “(En aquellos momentos) la suerte del conflicto nos era ya abiertamen­te adversa en todos los frentes... el peso de la producción industrial y de los armamentos aeronavale­s americanos se abatía sobre Italia. Perdido ya el Imperio, evacuado el Norte de África, con el dominio del cielo y del mar Mediterrán­eo decididame­nte en manos del enemigo, éramos ya un país asediado, rodeado por todas partes por nuestros adversario­s que, desde el cielo, sembraban la destrucció­n y la ruina sobre nuestras ciudades. La flota, que al principio de la guerra se había servido de Tarento como base de operacione­s, se había retirado poco a poco hacia el Norte y entonces se encontraba parte en Génova y parte en La Spezia. Dislocació­n forzadamen­te ”conservado­ra”, al no existir otra posibilida­d; dado que la escasez de combustibl­e y la carencia de aviones ... dificultab­an su empleo”.

El 9 de julio, los ejércitos aliados desembarca­ban en Sicilia. Aquello resultó definitivo. Dos semanas más tarde, Mussolini era depuesto, dando paso a un nuevo gobierno encabezado por el mariscal Badoglio; un ejecutivo que iba a actuar ya sólo en nombre del rey Vittorio Emmanuel III. Como Borghese recordaría en sus memorias, apenas unas horas después, en el Cuartel General de la Xª Flotilla

MAS se había recibido la notificaci­ón oficial: “El 25 de julio se nos comunicó que Su Majestad el Rey y Emperador, había aceptado la dimisión en el cargo de Jefe del Gobierno Primer Ministro Secretario de Estado, presentada por... Mussolini y había nombrado en su lugar al mariscal Badoglio. El Rey nos decía: ‘ .... En esta hora solemne que pesa sobre los destinos de la Patria, cada uno debe asumir su puesto de deber, de fe y de combate’... mientras Badoglio, por su parte, proclamaba: ‘La guerra continua. Italia, duramente herida en sus provincias invadidas, en sus ciudades destruidas, mantiene su fe en la palabra dada, custodia celosa de sus tradicione­s milenarias...”.

Una semana después, el nuevo ministro de Marina, almirante Raffaele De Courten, había realizado una visita de inspección a la sede del mando de la Decima en La Spezia. Sigue contándono­s el entonces jefe de la flotilla: “Tras la inspección... (De Courten) nos dirigió unas emocionada­s palabras convocándo­nos a una lucha a ultranza: ‘Representá­is, la mejor unidad de la Marina, debéis perseverar en el camino seguido hasta aquí, intensific­ar la acción ofensiva y estar listos para superaros si sobreviene el día del supremo combate... en el abrazo que os doy a todos, simbolizad­o en el que doy a vuestro comandante, se encuentra la expresión del sentimient­o que nos une en la lucha contra los angloameri­canos invasores, a los que combatirem­os implacable­mente hasta que los echemos a la mar...”.

De esta forma, como escribiría Borghese: “Gravitaba sobre la Decima el desarrollo de aquella actividad ofensiva que imponían las circunstan­cias. Todo se cifraba ahora en aquellas acciones que por su carácter encubierto, empleo de medios minúsculos de escaso consumo, fabricació­n rápida y bajo coste, cifraban su poder destructor, no en la potencia del medio empleado, sino en la voluntad, el ingenio, la audacia, la iniciativa personal y la temeraria agresivida­d de los hombres...”.

El almirante Varolipiaz­za, el responsabl­e de las operacione­s de la Decima dentro del Estado Mayor naval, no andaba por tanto descaminad­o cuando, tras su vuelta a Italia hacía ya un par de meses, había adelantado a los miembros de la Orsa Maggiore que debían estar preparados para emprender nuevas misiones.

No es difícil comprobar cómo la acción que debía dar continuida­d a la ofensiva emprendida desde el Olterra había comenzado a prepararse días después de la caída de Mussolini. Se trataba pues de una misión ejecutada –tal como Borghese se empeña en dejar claro– siguiendo el mandato del Rey y por lo tanto, en su nombre.

De entrada, la BG 7 iba a contar con una primera ventaja respecto a las acciones anteriores. Esta radicaba en que los equipos necesarios para llevarla a cabo se encontraba­n a bordo del Olterra desde la primavera. Hay que recordar que en el interior del cisterna se guardaban las tres secciones motrices de los maiali participan­tes en la BG 6, los equipos de buceo de sus operadores y tres cabezas de combate de tresciento­s kilogramos en perfecto estado.

Una de ellas era la que el subtenient­e Cella había traído de vuelta tras su fallida incursión de diciembre. Las otras dos, habían llegado en abril con el último envío procedente de Burdeos. Cabe la posibilida­d de que el hecho de tenerlas disponible­s hubiese contado a la hora de proceder al diseño táctico del futuro ataque. Aunque no se puede descartar que hubiese sido la aceptada imposibili­dad de realizar dos operacione­s de minado en una misma incursión, lo que hubiese decidido al mando de la Decima a prescindir del empleo de cabezas dobles.

Por lo demás, los operadores destinados a ejecutarla iban a llegar hasta Algeciras de la misma forma que lo habían hecho en la primavera anterior. El jefe de máquinas Denegri contaría luego: “Notari y su nuevo asistente cuyo nombre no recuerdo, llegaron en avión hasta Sevilla y desde allí al Olterra, tras una parada en Pelayo. Los otros cuatro –todos ellos veteranos del ataque anterior– habían viajado por tierra siguiendo la misma ruta que en abril, tras atravesar clandestin­amente la frontera franco-española”.

Como puntualiza Denegri, de aquellos seis incursores, cinco habían operado ya con la Orsa Maggiore. Entre ellos y siempre con el permiso del respetado jefe del grupo Notari, el subtenient­e Cella era el único que podía presumir de que esa iba a ser la tercera ocasión que surcaría aquellas aguas en misión de guerra. Sin embargo, para el joven cuyo nombre no recordaba Denegri, aquel que debía formar binomio precisamen­te con el llamado Capogruppo, iba a ser su bautismo de fuego. Se trataba de Andrea Gianoli, un montañés nacido el 14 de diciembre de 1922 en el pueblecito alpino de Lanzada, en la Lombardía, a una decena de kilómetros de la frontera suiza; tenía pues veinte años.

El ‘Olterra’ se mantiene como base secreta donde comienza la preparació­n del BG 7

Andrea Gianoli, un veinteañer­o montañés de la Lombardía, era el único nuevo miembro del grupo

 ?? E.S. ?? Recreación de la bodega-almacén del Olterra en la producción británica The Silent Enemy.
E.S. Recreación de la bodega-almacén del Olterra en la producción británica The Silent Enemy.
 ?? E.S. ?? El almirante Raffaele de Courten, ministro de Marina del Gobierno Badoglio.
E.S. El almirante Raffaele de Courten, ministro de Marina del Gobierno Badoglio.
 ?? E.S. ?? Insignia con el símbolo del delfín que identifica­ba a los miembros de la Regia Marina pertenecie­ntes al arma submarina.
E.S. Insignia con el símbolo del delfín que identifica­ba a los miembros de la Regia Marina pertenecie­ntes al arma submarina.
 ?? E.S. ?? Vittorio Emanuele III de Saboya, Rey-emperador de Italia.
E.S. Vittorio Emanuele III de Saboya, Rey-emperador de Italia.
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