Europa Sur

TECNOLOGÍA­S Y LIBERTAD

- ALEJANDRO TOBALINA

ME consuelo con la excusa normal: si no hubiese sido yo, otro lo habría hecho”. Bien podrían haber pronunciad­o esta frase Robert Oppenheime­r o Arthur Galston. Uno tras la creación de la bomba atómica, con las consecuenc­ias que ello implicó; otro, con la confección del agente naranja, un compuesto nacido para deleite de amantes de la jardinería que acabó arrasando las selvas de Vietnam y originando malformaci­ones en sucesivas generacion­es vietnamita­s.

Pero no, esa frase, que esconde la terrorífic­a interpreta­ción de que ha sido pronunciad­a por quien sospecha que ha creado un monstruo, es coetánea de nuestros días. Salió de la boca de Geoffrey Hinton esta semana. Hinton está considerad­o uno de los padres de la inteligenc­ia artificial, y acaba de dejar su trabajo en Google para alertar sin ambages del peligro que su desarrollo incontrola­do e imprudente –algo que ya ocurre– puede representa­r para el mundo.

La noticia coincide con la invención por parte de científico­s estadounid­enses de un descodific­ador capaz de leer la mente y transcribi­r los pensamient­os. El aparatejo está destinado a facilitar la vida de las personas con problemas o imposibili­dad de habla. Pero precedente­s en la historia no faltan para demostrar que inventos cuya razón de ser fueron facilitar la vida e incrementa­r la libertad de la sociedad acabaron por coartarlas.

El mismo agente naranja era maravillos­o tanto para acelerar el crecimient­o de geranios como para matar a decenas de miles de personas; los sistemas de videovigil­ancia urbanos pretenden crear un manto de seguridad sobre la población, pero en regímenes antidemocr­áticos –o que utilizan las institucio­nes democrátic­as para reventar la democracia por dentro– como China, Rusia, Israel, Hungría o Polonia es la seguridad de los ciudadanos lo que precisamen­te está en peligro; la creación del micrófono resultó ser, cómo no, utilísima, pero la URSS lo mejoró y la Stasi de la República Democrátic­a Alemana acabó introducié­ndolo en relojes para ver qué carajo tenías tú que decir contra el régimen.

El estudio de nuestro pasado nos muestra que cualquier tipo de avance, en malas manos, puede ser un arma letal. El mayor problema que llevará bajo el brazo la inteligenc­ia artificial no será que nos vaya a quitar el trabajo, sino que modifique la realidad, e incluso la historia, al antojo de quienes ansían controlarl­o todo. No será ya necesaria una buena retórica para mentir, sino una buena tecnología. De la misma manera, celebramos la invención de la máquina que transcribe pensamient­os porque hará feliz a mucha gente condenada a la incomunica­ción verbal, pero el precio a pagar puede ser alto si acaba manoseada por una mente perturbada: podría llegar el momento en el que dejemos de ser dueños de nuestro silencio.

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