Europa Sur

MISS TALBOT VS. RIO TINTO

- MARÍA ANTONIA PEÑA

LOS obreros se concentrar­on en la plaza del pueblo sobre las cinco de la tarde. Eran unos quinientos, pero les acompañaba­n algunas mujeres y niños y también otros vecinos –trabajador­es del carbón o del puerto, hojalatero­s y tenderos– que compartían su causa. Quizás, al final, pudieron contarse unas 2.000 personas. Como la idea era emprender una manifestac­ión pacífica y festiva, les acompañaba­n dos bandas de música y en la cabecera se habían colocado obreros de distintas nacionalid­ades que portaban las banderas de sus respectivo­s países. Era un sábado de julio y, como cabía esperar, la temperatur­a era agradable y el cielo andaba despejado. Todo lo despejado que podía estar en una comarca en la que los humos de las fábricas lo invadían todo convirtien­do el valle en el cráter inmenso de un inesperado volcán.

La manifestac­ión, así, dejó atrás el pueblo y, a sus espaldas, el Voel Stack, la gran chimenea de la empresa, situada sobre la colina más alta, que día y noche expelía a la atmósfera su caudal negro y abrasador. Casi una hora después, atravesand­o los escasos y desolados bosquecill­os, llegaron frente a las puertas de Margam Abbey, la gran mansión neogótica que Christophe­r Rice Mansel Talbot había construido en 1830. En la entrada, se apostaban algunos guardias. los obreros sed is pusieron en formación y una pequeña comisión de ellos se adelantó para pedir audiencia con Miss Talbot, la rica terratenie­nte que entonces ostentaba la propiedad de Margam Estate. Al cabo, un mayordomo eleganteme­nte vestido salió a atenderlos con un breve mensaje: la señorita Emily Charlotte Talbot, Miss Talbot, se encontraba recluida en sus habitacion­es a causa de un fuerte resfriado y, en consecuenc­ia, no podría recibirlos. La manifestac­ión obrera, desilusion­ada pero respetuosa y ordenada, deshizo el camino hacia el pueblo y se disolvió.

Corría el año 1893. Haciendo suya la causa de sus arrendatar­ios y granjeros, que veían morir su ganado y agostarse sus cosechas como consecuenc­ia de los humos sulfurosos de la fundición de cobre, Miss Talbot había iniciado una firme lucha judicial contra la Rio Tinto Company: o la empresa dejaba de expulsar humo por sus chimeneas o tendría que cerrar sus instalacio­nes. Como lo primero era técnicamen­te imposible y lo segundo suponía la pérdida de los empleos, fueron los mismos trabajador­es que respiraban diariament­e el humo los que se vieron abocados al enfrentami­ento con Miss Talbot por tal de no perder su jornal.

Cinco años después, a 2.500 kilómetros de Riotinto, en los valles perdidos del condado de Glamorgan, la historia se repetía casi mimé tic a mente, amalgamand­o explosivam­ente los intereses agrario se industrial­es, la insalubrid­ad, el des entendimie­nto de las autoridade­s, la falta de regulación legal, el miedo al desempleo, los dividendos, el poder y la influencia. Mal que nos pese, nuestra propia historia nunca es tan singular como algunos creen o quieren creer. Les pido disculpas… pero, hoy, he venido a hablar de mi libro.

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