Europa Sur

De las pretension­es a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (I)

● El estudio refleja el asedio desde la perspectiv­a cercana de los atacantes ● Pone el foco en los aspectos militares que jugaron en contra del éxito de las intencione­s españolas de conquistar la plaza

- BALTASAR GÓMEZ NADAL

FELIPE V marcó en su reinado un objetivo que se convirtió en una intención constante en su política entre Estados, la recuperaci­ón de Gibraltar y Menorca. El uso de las armas para conseguir la plaza de Gibraltar desde su pérdida en 1704 y las alianzas, tratados, promesas y negociacio­nes entre los países europeos no arrojaron un resultado positivo.

Conviene recordar que esta conquista de Gibraltar se realizó sobre una parte de su término municipal, que comprendía desde 1462 lo que hoy conocemos como el Campo de Gibraltar exceptuand­o Tarifa, Jimena de la Frontera y Castellar de la Frontera, como aborda en sus últimos trabajos Francisco Oda-ángel (2017). En el marco de las negociacio­nes y disputas que se generaron en torno al comercio con las Indias durante 1726, Gran Bretaña tomó una iniciativa de acoso a los intereses comerciale­s españoles con la captura de navíos y el bloqueo de Portobelo en 1727.

Consideran­do Felipe V este momento como apropiado para establecer sitio a la plaza de Gibraltar, se procedió a aprontar en Cádiz el tren de artillería, inventaria­do con fecha de 1 de diciembre de 1726. Fue tal la cantidad de material militar solicitado a Cádiz, que el 11 de enero de 1727 Antonio Álvarez de Bohorques, gobernador de la ciudad, informó al marqués de Castelar, Baltasar Patiño y Rosales, secretario de Estado de Guerra, sobre la vulnerabil­idad en que quedaba la plaza. El general Núñez Álvarez de Ribadeo, el 18 de enero manifestó que la previsión de artillería lo formarían 60 de a 24 de bronce procedente­s de Cádiz, a los que se incrementa­ron al tren otros 80 de hierro del mismo calibre. Desde Sevilla se esperaban 20 piezas de hierro de menor calibre para formar las baterías de la costa. A lo largo del asedio todavía llegarían cañones desde Ceuta.

En diciembre de 1726, el Estado Mayor del Ejército de Andalucía tenía a la cabeza como capitán general a Cristóbal Moscoso y Montemayor, conde de las Torres de Alcorrín, que estaba asistido por el coronel conde de Noroña y el teniente coronel Antonio de Zayas. El 20 de diciembre de 1726, el marqués de Castelar nombró a Jorge Próspero de Verboom como mariscal general de logis —o cuartel maestre general— e ingeniero general de Andalucía bajo las órdenes del capitán general el conde de las Torres, llegando al campo el 10 de enero. Verboom redactó un análisis de la situación estratégic­a de Gibraltar y sus contornos, fruto de dos reconocimi­entos realizados. El primero de ellos comenzó el 1 de octubre de 1721, donde a bordo de dos galeras realizó un reconocimi­ento del istmo y el arco de la bahía de Algeciras. El segundo fue a principios de 1724, donde pasó por tierra a Gibraltar en compañía de otros ingenieros, que con la excusa de visitar el lugar realizaron una acción de espionaje.

Juan de la Freire, recién ascendido a ingeniero director con el grado de brigadier, el 17 de diciembre de 1726 se le requirió en San Roque para el día 26 de diciembre. Debería realizar una misión secreta junto a otros dos o tres ingenieros para reconocer la zona norte del Peñón y el istmo. Se le pidió discreción, pautándole que evitara acercarse a las torres del istmo, concebidas originalme­nte para uso civil, que estaban afanadas por la guarnición genovesa.

La fuerza naval existente en Gibraltar en noviembre de 1726 era de 10 navíos de guerra armados con 460 cañones, 22 navíos de guerra españoles destinados en las Indias con 1.142 cañones y 22 ingleses que estaban bloqueando Portobello.

El 1 de enero de 1727 José Blanco informó al marqués de la Paz, Juan Bautista de Orendáin y Azpilcueta, que a final de diciembre de 1726 el embajador británico participó a su gobierno el propósito de Felipe V de sitiar Gibraltar. Como consecuenc­ia, el 31 de diciembre zarparon “dos navíos de guerra a Irlanda para escoltar otros de transporte que deben llevar dos regimiento­s a Gibraltar”, que se sumaron a otros tres regimiento­s a bordo de la escuadra del almirante Wagger. El día 5 de enero acamparon las tropas españolas distribuyé­ndose algunos entre el terreno comprendid­o entre los ríos Guadarranq­ue y Palmones, mientras otros lo hicieron en las inmediacio­nes del istmo, quedándose tres batallones de Guardias Valonas en Algeciras. La inexistenc­ia de un puente sobre el río Guadarranq­ue obligaba a vadearlo por los que diariament­e iban a San Roque. Por la incomodida­d que esto suponía, el conde de las Torres ordenó trasladar las tropas el 31 de enero al norte del istmo, en una zona alta llamada “Las Peñas”. La fecha tan excesivame­nte temprana para acampar al raso no hizo más que comenzar a desgastar a las tropas por el cansancio y las enfermedad­es, produciénd­ose las primeras desercione­s.

Según informó José Blanco al marqués de la Paz el 27 de febrero desde Londres, los británicos se fueron reforzando con el paso de las semanas, como por ejemplo los navíos que salieron desde Irlanda con 900 hombres, de los cuales tres naufragaro­n con las tropas que transporta­ban.

Jacinto de Pozobueno, al frente de la embajada de Londres, recibió órdenes del 17 de enero para que abandonara su puesto y se le encargó la tarea de trasmitir a Madrid informació­n de interés generada en Londres a José Blan

Torres acusó a Verboom de confabular en contra de su propuesta de conquista

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Plano del istmo y la cara norte del peñón, donde se representa­n las baterías y los ataques españoles construido­s durante el asedio.

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