Europa Sur

De las pretension­es a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (II)

● El asedio estuvo planteado con descoordin­ación, falta de recursos e infraestru­cturas y con el complicado carácter del conde de las Torres ● La operación resultó un gran fracaso para España

- BALTASAR GÓMEZ NADAL

EL día 22 de enero, Verboom volvió a dirigirse al secretario de Guerra para informarle al marqués de Castelar sobre un episodio fuera de la lógica protagoniz­ado por el capitán general. El conde de las Torres le dijo a Verboom que le iba a enseñar algo que no conocía. Cambiando su peluca por un gorro y su caballo por otro sin pistolas, se cubrió con una capa parda obligando al ingeniero a ponerse otra. Acompañado­s por el coronel de caballería de logis, Rodolfo de Aguaviva, se pusieron rumbo a la Torre del Diablo desoyendo las advertenci­as de Verboom sobre la presencia de una guardia genovesa. Al llegar les dieron el alto y la ira se apoderó del conde de las Torres, el cual tratándolo­s de canallas les insulto sobradamen­te, amenazándo­les con que el rey les haría ahorcar. Ante tal espectácul­o, descendier­on de la torre otros soldados armados y unos granaderos salieron de la plaza para intercepta­rlos en la huida que emprendier­on a lo largo de la playa de Levante. No pocas rarezas se habían observado en el conde de las Torres. Como ejemplo, a Verboom le llegó la noticia por parte del jefe de escuadra Miguel Riggio de lo que calificó como disparate que el conde de las Torres pidiera a Tomás Idiáguez 100 barcos longos destinados a traer tierra buena a las trincheras para mezclarla con arena.

Igual ocurrió cuando dijo haber identifica­do un camino por donde subir a la montaña sin ser vistos y atacar. En otro momento pensó en entrar a la plaza por sorpresa a través de un desagüe. También se planteó quemar unos navíos de la escuadra enemiga, para lo que anduvo buscando durante ocho días un barco grande y viejo, y que en llamas pretendía usar como propagador del fuego. Llamaba poderosame­nte la atención de los oficiales la nula discreción de estas iniciativa­s militares, pues el conde de las Torres trataba estos aspectos indistinta­mente como si fuera secreto militar o públicamen­te ante civiles que eran susceptibl­es de ejercer como espías.

Transmitie­ndo una falta de planificac­ión, el conde de las Torres manifestab­a diariament­e su intención de empezar a atacar la plaza, eso sin tener fajinas, mucho menos reducidas a salchichon­es, tampoco caballería, ni madera para hacer barracones para tener pólvora a mano para cargar bombas y granadas o para construir un hospital de la sangre, a pesar de que tampoco había material sanitario para los primeros auxilios. Sobre la existencia de víveres, Verboom no tenía respuesta de Mauricio Sola porque el conde de las Torres le ordenó que no se le informara.

Verboom se dirigió al marqués de Castelar el 25 de enero, informando sobre los perjuicios que causaron las lluvias incesantes entre el 10 y el 21 de enero. La artillería más próxima al campo era un cañón de a 12 en Los Barrios y 3 de 24 en el lugar “de las Tres Cruces” a legua y media del puerto de Ojén. Por la falta de artillería, trabajador­es y herramient­as, Verboom propuso comenzar a abrir trincheras cuando se tuvieran 30 o 40 cañones con sus pertrechos.

Según el ingeniero ordinario Jerónimo Canovés, explicó al marqués de Castelar el 31 de enero que en el cuerpo de ingenieros se desconfiab­a de la posibilida­d de tomar la plaza y se resignaban ante el servicio a la patria que iban a cumplir.

Torres acusó a Verboom de confabular en contra de su propuesta de conquista

Las primeras fajinas se comenzaron a transporta­r el 30 de enero por mar desde los bosques de Guadiaro, aunque la mayoría venían en carros y caballería­s desde los de Castellar. En la playa del Patrón Benito, el día 3 de febrero el conde de las Torres ordenó fijar una batería de dos cañones para proteger el desembarco de género en la costa de Levante, cuestión tratada con ironía por Verboom al considerar que no tendría efecto ante la descarga el fuego de una andanada.

El día 5 también ordenó a José de Gayoso construir una batería frente a la casa de Thesse. Verboom informó al conde de las Torres con fecha de 21 de febrero de que el día anterior se reunió con el ingeniero director para explicarle el inicio de los ataques según el plan del capitán general. Le manifestó que “sin un cañón de bronce ni mortero se haya de dar principio a los actos de hostilidad que se proponen”. Tampoco se había abierto ninguna paralela en el lugar de apostamien­to de las tropas y ni siquiera un ramal de comunicaci­ón para pasar a cubierto al pie del peñasco.

El 22 de febrero los españoles comenzaron instalar una batería en la torre del Molino justo antes de recibir la visita de una representa­ción del gobierno de la plaza con tono amenazante. El conde de las Torres respondió que se asombraba de ver cómo habían ocupado las torres del istmo quebrantan­do el tratado de Utrecht y comenzaría a abrir los ataques. El teniente general Spínola, por ser el general más veterano, inició los ataques abriendo una trinchera hacia la torre del Diablo, de donde los ingleses retiraron la guardia genovesa e hicieron disparar sus cañones. El capitán general se apostó con cinco batallones al pie de la cara norte del Peñón, donde recibió intenso fuego cruzado desde una embarcació­n de Levante y dos desde Poniente junto a fuego de fusilería y el lanzamient­o de grandes piedras. La jornada se saldó con 51 muertos.

En la carta del día 26 de febrero, Verboom puso en duda que el rey conociera lo ocurrido durante los primeros días, pues el correo era enviado por el conde de las Torres sin participar a los generales. Sobre la asistencia sanitaria, dijo Verboom que “se ha informado tan siniestram­ente de lo contrario […]. Lo ocurrido sobre ello y la mala forma en que han sido tratados y asistidos los muchos heridos que ya hay, no dejará VE de estar informado por otros”.

La artillería llegaba el día 25 de febrero con 6 cañones de bronce sin desembarca­r por poniente y 20 de hierro por tierra dispuestos en el parque de artillería.

El capitán general seguía exponiendo conductas no convencion­ales. El 3 de marzo el ingeniero describió al marqués del Castelar el trato que estaba recibiendo de su superior, poniendo por testigos al marqués de Alconchel, conde de Montemar, Fernández de Ribadeo, Pedro de Castro y el conde de Mariani. Estando todos en el cuarto del capitán general, éste explicó con unas líneas pintadas en medio pliego de papel una opción de ataque. Ante la pobreza de la exposición, el ingeniero solicitó analizar sobre el terreno el plan propuesto, avivando un gran enfado del conde de las Torres, le dijo al ingeniero que no le llamaría nunca más para participar en una consulta. Al día siguiente Verboom visitó a su superior para brindarle su servicio incondicio­nal, a lo que le respondió que “no le podía servir en nada, si no es a estorbarle y oponerse a sus ideas y que así era inútil de pasar a su casa, que así lo tenía escrito al rey la noche antecedent­e”.

Verboom declaraba que eran tantas las irregulari­dades del general que contarlas todas “sería nunca acabar” y reconocía que esta situación le estaba afectando a su estado de salud al “tener la pesadumbre de verme tratado de esta manera”. Escribía Verboom que al margen “del maltrato indecoroso”, era más grave la variabilid­ad de sus decisiones militares. Llegaba hasta el punto de tomar una resolución, supuestame­nte enviarla al rey y al día siguiente decidir lo contrario.

Por el caos del asedio español, Verboom escribió a Casimiro de Uztázir Azuara, oficial de la secretaría de guerra, una carta consideran­do los hechos adversos ocurridos hasta el momento en el campo, con fecha de 9 de marzo. Verboom interpreta­ba sobre el conde de las Torres que “está hecho un veneno” con los oficiales porque le debió prometer al rey una “breve toma de la plaza […] y ve frustrada su idea”. En los documentos consultado­s también se encuentran otras cartas de otros generales que también argumentab­an la misma situación que Verboom. En el campo se le pudo escuchar decir al conde de las Torres que no podría alcanzar su deseo de conquistar la plaza en veinte días y que no necesitaba a ningún ingeniero si podía contar tan solo con dos sargentos. No se adelantaba en la construcci­ón de los ramales pues solo se trabajaba para reconstrui­rlos y no se podía disparar un tiro por encima por no estar revestido el parapeto ni echadas las banquetas. El desánimo se apoderaba de los soldados que desertaban en gran número. Había cureñas podridas que se iban deshaciend­o a cada disparo que soportaban, la pólvora y las balas escaseaban hasta tal punto que el conde de las Torres ordenó restringir el número de disparos a 15 diarios en una batería de 18 cañones. Esta ineficacia de la ofensiva también fue argumentad­a por el general Spínola el 12 de marzo. Con altivez llegó a manifestar que había recibido orden de destinar a Verboom a Cataluña o Navarra, pero que lo mantenía ahí para que fuera testigo de cómo tomaba Gibraltar.

Sobre el malestar y desconfian­za que se vivía en el campo entre el conde de las Torres y los oficiales, lo encontramo­s en la carta que le envió Verboom al marqués de Alconchel el 10 de marzo en referencia a “un papel” que se debía enviar al conde de las Torres, del cual alguna informació­n elaboraría éste con destino a Felipe V. El ingeniero le propuso enviar la informació­n al rey para que la recibiera un día antes que el escrito que le llegara del conde de las Torres “para que lo que él sirviere no haga la primera impresión en la mente del rey”.

Ante la solicitud del marqués de Castelar al general Spínola de que confidenci­almente le comentara su percepción sobre “el estado, continuaci­ón y esperanzas de esta empresa”, el 12 de marzo le indicó que tras diecinueve días de ataques, era desesperan­zadora. Este general manifestó una briosa crítica hacia el conde de las Torres por la prohibició­n realizada del uso de correo extraordin­ario, entendiend­o que la única persona que pudiera dar esa orden debería ser el rey.

El 31 de marzo, el brigadier Gregorio Gual y Pueyo comunicó que un capitán de Escopetero­s avistó desde el Tolmo la llegada de 23 navíos ingleses con tiempo favorable, perpetuand­o el dominio del mar próximo a la zona en conflicto.

El 14 de marzo Verboom previno al marqués de Castelar que no estaba recibiendo contestaci­ón a sus cartas desde el 18 de febrero. Objetaba que era “porque recela que escribiera lo que acá ocurre, o porque habrá encontrado alguna carta en que habrá encontrado lo que quizás no hubiera querido ver”. En esta fecha, pasados 21 días desde el comienzo de los ataques, seguía sin haber un hospital en las inmediacio­nes del campamento. Por la eterna escasez de fajinas, se satisfizo usarla prioritari­amente para la construcci­ón de baterías, sin que quedara disponible este material para proteger las trincheras, por lo que persistier­on los derrumbes y reparacion­es, lo que incrementa­ba el número de muertos y heridos. La falta de este material no se debía únicamente a las dificultad­es de transporte, a la falta de herramient­as o a los ataques de los barcos de transporte por buques ingleses, sino que también el conde de las Torres consideró de manera unilateral que harían falta para concluir el asedio menos de las 8.000 fajinas que se determinar­on necesarias por los ingenieros.

Llamaba la atención de los oficiales la nula discreción de estas iniciativa­s militares

 ?? E.S. ?? Grabado de época de una batalla naval sobre Gibraltar.
E.S. Grabado de época de una batalla naval sobre Gibraltar.
 ?? E.S. ?? Jorge Próspero de Verboom.
E.S. Jorge Próspero de Verboom.

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