A 4.500 vueltas.
En tercera velocidad. Y con el pedal de aluminio del acelerador clavado al final de su recorrido. Ese es el momento en el que el Ferrari F40 te coge por las solapas y te recuerda quién sigue siendo el jefe en materia de ‘patada’. Si nunca habías conducido uno, o ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hiciste, habrás estado todo el rato que la aguja del cuentarrevoluciones ha tardado en llegar hasta la mitad de la escala de cuentavueltas preguntándote si la fama de coche temible que tiene el F40 está justificada. Gran error.
Cuando los turbos empiezan a soplar, no es como si accionaras un interruptor. Es mucho más impresionante que eso. En un parpadeo, los dos turbos IHI transforman al apacible coche en un torrente de furia, enviando suficiente par a las ruedas traseras como para que los Pirelli comiencen a derrapar, cojan el asfalto, y lo conviertan en un alfombra bituminosa arrugada. La experiencia es explosiva, delirante, asombrosa y acongojante, todo al mismo tiempo… y no se interrumpe hasta que se alcanza el límite de revoluciones del motor o, más corrientemente, tu valor.
La primera vez que te ocurre, es como si te hubieras tragado la lengua. Entonces, tu sangre se inunda de adrenalina y no te queda otro remedio que empezar a reírte. A carcajadas. Lanzando improperios. Preguntándote cómo has podido cometer la osadía de dudar de un coche tan legendario.
Después de eso, relajas la presión que ejercen tus puños sobre la Alcántara que forra el aro del volante, te secas la palma sudorosa de una mano en el pantalón, repites la operación con la otra mano, vuelves a sujetar con fuerza el volante, y te preparas mentalmente para repetir la experiencia. Bienvenido a la primera división de las drogas automotrices.
Cuando te bajas, lo haces convencido de que 480 CV no te van a parecer tan feroces nunca y jamás. Hay dos factores que contribuyen a esa impresión. La primera, que Ferrari fue bastante tímida a la hora de anunciar las cifras oficiales de potencia del F40. La segunda es que, en materia de prestaciones, física y diversión van siempre de la mano. No se trata sólo de que, con la escasa resistencia aerodinámica que le proporciona su reducida altura de 1,13 metros, el F40 fuera el primer coche de la historia capaz de superar los 320 km/h, sino de que gracias a