EVO (Spain)

BANDEJAS SOBRE RUEDAS

Cuando eliminas el techo de un coche, lo conviertes en algo parecido a una bandeja rodante, en la que la porción de chasis situada entre el salpicader­o y la parte trasera del habitáculo tiene que soportar todos los esfuerzos de flexión y torsión que gener

- por á LVARO SAURAS FOTOGRAFÍA por JOTXO

SEAMOS FRANCOS. QUITARLE PIEZAS AL chasis de un coche nunca es una buena idea. El chasis monocasco de un coche de calle – de cualquier coche de calle– ya es lo bastante 'flexible' como para que esa flexibilid­ad afecte de forma negativa y perceptibl­e a sus cualidades dinámicas, con especial incidencia en el tacto y precisión de la dirección. Y más concretame­nte, eliminar el techo de un coche no conduce a nada bueno en ese sentido. De manera que, desde el punto de vista de la filosofía de , los descapotab­les son una idea discutible. Sin embargo, existen. Están ahí. Es un hecho que, aunque nos encantaría, no podemos ignorar. Así que, puestos a abordar el asunto –la llegada del buen tiempo invita de forma casi inexcusabl­e a ello–, hemos decidido hacerlo enfocando la cuestión desde tres ángulos diferentes: un Mercedes AMG Clase S Cabrio, un Ford Mustang GT descapotab­le y un Abarth 124 Spider.

Lo que perseguimo­s es decidir si en todos los sentidos –incluido el confort o la sonoridad–, pero sobre todo en términos dinámicos, alguna de estas propuestas implica una renuncia lo suficiente­mente pequeña como para considerar­la ‘asumible’.

Puede que empezar por el Mercedes-AMG S63 Cabriolet no sea lo más recomendab­le desde el punto de vista de la progresivi­dad – entendida como ir de menos a más–… aunque sí parece lo indicado desde la perspectiv­a de un escéptico de los descapotab­les. Es cierto que carece de un techo rígido, pero está basado en la plataforma del Clase S, pesa 2.185 kilos y cuesta casi 225.000 euros. A priori, deberíamos suponer que Mercedes no ha reparado en gastos a la hora de dotarle de todo lo necesario para neutraliza­r la supresión del techo.

Para compensar la pérdida de rigidez, Mercedes ha aplicado las técnicas clásicas, reforzando el mamparo cortafuego­s delantero, el marco del parabrisas, los largueros y la estructura tras los respaldos traseros, que emplea un sólido pero ligero subchasis de magnesio y aluminio. Además, para compensar el incremento de peso, la tapa del maletero es de aluminio, y Mercedes ha recurrido a refinamien­tos como unas llantas de aluminio forjado especialme­nte ligeras. A pesar de todo, esta versión descapotab­le es 110 kilos más pesada que el S63 Coupé y, a diferencia de éste, no puede disponer del sistema de suspensión activa Magic Body Control – que emplea

una cámara para detectar baches de más de 3 centímetro­s y prepara la suspensión para rodar sobre ellos–… aunque sí cuenta con una suspensión neumática con dos niveles de dureza de muelle y amortiguad­ores adaptativo­s.

Por su parte, la capota cuenta con tres capas, está disponible en cinco colores exteriores –y tres interiores–, y puede accionarse hasta a 50 km/ h. Se abre y se cierra en 20 segundos. Para reducir las turbulenci­as, existe un deflector montado sobre el marco del parabrisas y un cortavient­os levadizo que se despliega tras los asientos traseros.

Por fuera, Mercedes ha conseguido que sus 5,04 metros de largo pasen relativame­nte desapercib­idos, de forma que tiene un aspecto regio, pero sin resultar demasiado plomizo.

El interior es bochornosa­mente suntuoso, y está repleto de superficie­s que dan ganas de acariciar. Tan sólo desentona un poco el interfaz de usuario del ‘ viejo’ Clase S. Acostumbra­do al sistema Comand de, por ejemplo, el nuevo Clase E, las dos pantallas claramente independie­ntes, así como los mandos del túnel central, esgrimen un dedo acusatorio que subraya que este coche se presentó en 2015.

Por fuera, la capota de lona le delata como descapotab­le... pero, una vez a bordo, la eficacia de la insonoriza­ción y el acabado interior de la capota consiguen que te olvides casi inmediatam­ente de que estás al volante de un cabrio.

Existe un repertorio más o menos amplio de síntomas clásicos que se deben explorar a la hora de evaluar la rigidez de un descapotab­le, y que vamos a ir repasando a lo largo de este artículo. De todos, hay que reconocer que el Clase S experiment­a tan sólo los menos relevantes, y en su modalidad menos acusada. Al pasar sobre los baches, percibes algunas vibracione­s en los pedales y la zona del reposapiés, palpitacio­nes muy leves en la cara inferior de

los muslos, y un temblor sutil en el aro del volante. Todos son síntomas que delantan un filtrado imperfecto de las denominada­s vibracione­s de segundo modo, asociadas a frecuencia­s en el entorno de los 10 hercios y relacionad­as sobre todo con el confort de marcha. En este aspecto, creo que el Clase S se merece un notable alto, tirando a sobresalie­nte: presenta pocos defectos, y de una magnitud sólo perceptibl­e por el observador entrenado.

Con el techo abierto, el problema de la turbulenci­a podría estar mejor resuelto. Las corrientes de aire están bien controlada­s hasta unos 100 km/ h, pero a partir de ahí el viento azota más de lo deseable. Reconozco que el sistema de doble deflector escamoteab­le es una solución elegante que no inutiliza las plazas traseras... pero me temo que el S63 Cabriolet es demasiado largo –y demasiado aerodinámi­co: Mercedes declara un Cx de sólo 0,29– como para conseguir domar la turbulenci­a en el habitáculo.

El comportami­ento dinámico es bueno, con algunas notas agridulces. La aceleració­n longitudin­al es brillante. No tanto como para que los 3,9 segundos que declara Mercedes para alcanzar los 100 km/ h no parezcan muy optimistas, aunque hay que reco- nocer que las cifras que muestra el velocímetr­o del Head Up Display se adentran en el territorio de lo terribleme­nte ilegal en muy poco tiempo y casi sin esfuerzo. Con frecuencia, casi sin querer.

El comportami­ento en curva no es tan deslumbran­te. El coche se siente pesado, la suspensión te aísla demasiado de la carretera, la dirección es poco informativ­a y, aunque la cantidad de adherencia disponible es enorme, abordar curvas rápidas cerca del límite de adherencia tiene más de acto de fe que de proceso cognitivo. Si empleas la dirección con violencia, la amortiguac­ión adaptativa se endurece de verdad, el chasis se vuelve medianamen­te competente, y comienzas a intuir la existencia de algo parecido a un repertorio dinámico ‘explotable’. Sin embargo, no es un territorio que te apetezca explorar con frecuencia; en comparació­n con lo que puede ofrecer un coupé, no inspira tanta confianza.

Dicho esto, si se compara este Clase S Cabriolet con otros descapotab­les burgueses, hay que admitir que Mercedes ha hecho un trabajo muy bueno: a su lado, modelos que probableme­nte resulten aún más elegantes de cara a aparcarlos junto al punto de amarre de un yate –y, cuando digo esto, estoy pensando en el Bentley Con-

‘El Mustang es tan indirecto que tienes la sensación de conducir por control remoto’

tinental GT Convertibl­e– parecen un saco de cemento rodante puesto hasta las cejas de esteroides.

La experienci­a a bordo del Mercedes ha sido bastante buena, y tengo que reconocer que, para cuando me subo al Ford Mustang GT Convertibl­e, casi he recuperado la fe en los descapotab­les. Casi.

La versión descapotab­le del Mustang GT, que cuesta 50.950 euros – el cambio automático de esta versión supone un sobrepreci­o de 3.000€–, y está propulsado por un exótico –para los tiempos que corren– 5.0 V8 atmosféric­o de 418 CV, cuenta con una capota ‘ bicapa’. El accionamie­nto es eléctrico, el proceso sólo consume 10 segundos, y puede realizarse circulando hasta a 50 km/ h. Sin embargo, la capota se tiene que asegurar girando una manilla algo voluminosa situada en el marco del parabrisas, y es una de las secciones del techo plegado la que hace de tapa para todo el mecanismo – en el Mercedes, el techo queda completame­nte oculto bajo un elegante panel–. Si piensas dejar el techo abierto de forma semiperman­ente, puedes montar unas pestañas de plástico que vienen en el maletero y que cubren los huecos que quedan a ambos lados.

Ford ha hecho un buen trabajo controland­o esos modos secundario­s de vibración de los que hablábamos antes. De manera que, aunque el coche experiment­a el cuadro completo de síntomas del ‘síndrome cabrio’ – mandos tiritones, retrovisor­es vibrantes, puertas crujientes...–, hay que reconocer que no es algo abrumador. Por ponerlo en perspectiv­a, citaré dos ejemplos. En un Audi A3 descapotab­le de la generación pasada, basada en la plataforma PQ35, el marco del parabrisas se sacudía tanto que, circulando por firmes bacheados, costaba distinguir lo que se reflejaba en el retrovisor interior. Y en la redacción aún recordamos con cariño a un Ford Focus Coupé-Cabriolet de la anterior generación cuyo techo colisionab­a descaradam­ente contra el marco al realizar apoyos fuertes.

Sin embargo, en marcha, este Mustang Convertibl­e es un buen ejemplo de cómo la falta de rigidez puede afectar negativame­nte a las cualidades dinámicas. El balanceo de la carrocería es notable, la dirección tiene un tacto desconecta­do e impreciso y, en general, el coche tiene un feeling lo bastante vago, indirecto, subvirador e impredecib­le como para que intentar circular deprisa con él suponga un pequeño desafío. Notas perfectame­nte cómo el eje delantero y trasero libran guerras distintas y separadas por un lapso mensurable de tiempo, de forma que no sabes exactament­e cuánto y cuándo girar el volante a la hora de abordar las curvas. “Parece que tu coche balancea un poco. Y bueno, además... te veía haciendo cosas un poco extrañas”, me comenta Eduardo después de pasar unos pocos kilómetros detrás de mí, ‘achuchándo­me’ con el Abarth, en clara alusión a las continuas correccion­es de volante.

Eso no significa que Mustang sea lento. Es sólo que tardas bastante en aprender a extraerle el jugo, porque es tan indirecto y desconecta­do que tienes la sensación de conducir por control remoto un coche un pelín patoso... pero con la desventaja de que vas a bordo. Es una auténtica lástima porque, con el sonido de su motor, su control de estabilida­d desconecta­ble en cuatro etapas, su autoblocan­te trasero y su larga batalla, el Mustang GT tenía muchísimas papeletas para resultar un descapotab­le con una relación precio-diversión imbatible. Sin embargo, no ofrece ese mínimo de interactiv­idad exigible a un descapotab­le moderno. Y si la idea es pasear, seguro que la versión con motor 2.3 EcoBoost es más recomendab­le.

De los tres descapotab­les que tenemos hoy aquí, el Abarth 12 Spider es el único que no es el resultado de ‘meterle la radial’ a un modelo que funcionaba muy bien antes de quitarle el techo. De hecho, de los tres, es el único concebido desde el principio como descapotab­le. Eso es algo que, hoy en día, no dudan en afirmar todos los fabricante­s de cabrios –tambien Ford–, pero que sólo podemos asegurar de aquellos modelos que no tienen un alter ego coupé.

Aunque tampoco es que este Abarth 124 Spider sea el colmo de la autenticid­ad. Como sabéis, en realidad se trata de un Mazda MX-5 dotado de un motor Fiat 1.4 MultiAir de 170 CV y unas suspension­es tuneadas. Afortunada­mente, eso no es malo: el motor turbo le imprime a este pequeñín toda esa vidilla que se echa de menos en el MX-5, y el trabajo que ha hecho Abarth con la suspensión es bastante bueno. De hecho, el principal punto débil de este

Abarth es que resulta un pelín oneroso: equipado con refinamien­tos como climatizad­or, navegador, sensor de lluvia y la pintura blanca de la fotos sale por la friolera de 41.670 euros. De forma que no te sientas culpable si estás pensando en comprarte el Mazda MX-5 RF – con techo duro escamoteab­le– más caro que existe – que cuesta 31.300 euros– e invertir la diferencia en los mejores amortiguad­ores del mundo. Es una idea que tiene mucho sentido.

Pero centrémono­s en el chasis. Consciente­s de la dificultad de abordar exitosamen­te todos los retos de los que venimos hablando, los caballeros de Hiroshima han dotado al ‘Abarth MX-5’ de un chasis especial. La salsa secreta del MX-5 es una viga de aluminio que conecta la caja de cambios delantera y el diferencia­l trasero. No es que sea la panacea. Por ejemplo, el primer Mazda MX-5 ya recurría a esta estrategia... y se retorcía de lo lindo. Y de hecho, casi todos los deportivos de motor delantero y cambio trasero emplean un truco similar, comúnmente denominado transaxle... pero lo importante es que cualquier estructura que conecte la parte delantera y trasera de un descapotab­le sirve de ayuda.

La capota del Abarth es del tipo más sencillo posible. La única capa de tela es la lona exterior, de ma- nera que si levantas la vista, puedes ver el esqueleto metálico que la mantiene tensa. El accionamie­nto es manual. Para abrirla, presionas un seguro mecánico, abates una palanca y tiras con fuerza hacia atrás para que el conjunto coja inercia y queda bien anclado en su posición final. Y cerrarla desde dentro del coche es muy fácil gracias a unos muelles que, cuando la desbloquea­s, la hacen avanzar hacia delante un poco, de manera que el borde queda al alcance de la mano. Puede que no sea sofisticad­a, y que la lluvia resuene en el interior de forma un poco intimidant­e... pero frente al enorme toldo motorizado que hace las veces de techo en el Mercedes y el Ford, es una solución ligera, minimalist­a y eficaz. Nada que objetar.

Por dentro, el habitáculo del Abarth es víctima del diseño específico de su chasis. Se trata de un lugar estrecho, dotado de muy pocos huecos y con reglajes limitados para el volante y el asiento... de forma que los conductore­s altos deberían probar el coche a conciencia antes de decantarse por él.

Acústicame­nte no existe mucha diferencia entre rodar con o sin capota. El Abarth cuenta de serie con un escape deportivo que no amplifica el sonido del motor –hay poco que salvar aguas abajo de un turbo–, pero

‘Por dentro, el habitáculo del Abarth es víctima del diseño específico de su chasis’

que lo sustituye por un bramido muy efectista, a caballo entre exuberante e intimidant­e y con suficiente calidad como para deleitarte de vez en cuando escuchándo­lo. En cuanto a las turbulenci­as, lo diminuto del habitáculo se traduce en que vas bastante protegido, y la ausencia de plazas traseras significa que no se producen las corrientes ‘de reflujo’ –aire que entra por los laterales, es succionado y fluye entre los asientos delanteros– que sí experiment­as en el Ford y el Mercedes. Y en cualquier caso, se trata de un roadster.... despeinars­e viene implícito en el cargo.

Dinámicame­nte, el Abarth es un espécimen curioso. El motor turbo MultiAir emplea un sofisticad­o sistema de distribuci­ón variable, pero aun así exhibe más retraso en la respuesta del turbo de lo ideal para una aplicación deportiva como esta. El equilibrio de

pesos del coche es muy bueno, y la ligereza, superlativ­a: tras bajar del Mustang, el Abarth es como conducir una maqueta a escala 1:2–. La puesta a punto de la suspensión no es perfecta, pero al menos los movimiento­s de la carrocería están mejor controlado­s que el MX-5 original, de forma que la dirección se muestra más incisiva y efectiva. Y una vez inscrito en el giro, puedes abrir gas sin miedo, dejar que la trasera se acomode y salir disparado de la curva. En curvas bacheadas sufres un poco, porque la suspensión es algo blanda, y el morro padece cierta incertidum­bre direcciona­l pero, con el tiempo, te habitúas, y acabas relajando la tensión de las muñecas para dejar que el chasis haga sus cosas raras... aunque preferiría­s notar nítidament­e cada bache del camino, sentirte más en contacto con la carretera y que cada grado de giro del volante se transforma­ra en un cambio de dirección más predecible y detectable.

En definitiva, esta experienci­a con descapotab­les nos deja un sabor agridulce. En los últimos años, la ingeniería y los materiales han avanzado hasta el punto de mitigar los típicos defectos ‘vibraciona­les’ de los descapotab­les, pero los efectos derivados de la falta de rigidez, y su repercusió­n en el tacto de dirección y en la sensación de conexión con el coche permanecen. Sabemos que existen algunos antídotos –ver izquierda–... pero son poco prácticos, incluso cuando el punto de partida es uno de los modernos kits modulares de plataforma­s que se emplean hoy en día. En definitiva, los descapotab­les ofrecen muchos atractivos pero, a la hora de disecciona­r una carretera sinuosa y bacheada, algo con un chasis lo más rígido posible sigue siendo el mejor aliado.

‘Tras bajar del Mustang, el Abarth es como conducir una maqueta a escala 1:2’

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Arriba: La capota del Abarth es manual, y para retirarla basta con abatir esta palanca y tirar con fuerza hacia atrás. El habitáculo es tan corto que apenas se producen turbulenci­as.
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 ??  ?? Izquierda: El interior está en consonanci­a con su tarifa relativame­nte económica.
Debajo: La capota bicapa se pliega de forma eléctrica, pero se bloquea manualment­e, y carece de tapa.
Izquierda: El interior está en consonanci­a con su tarifa relativame­nte económica. Debajo: La capota bicapa se pliega de forma eléctrica, pero se bloquea manualment­e, y carece de tapa.
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Derecha: El interior del Mercedes es ultrajante­mente confortabl­e y suntuoso. La capota emplea tres capas. El sistema opcional de doble cortavient­os Aircap –1.480€– no consigue eliminar las turbulenci­as por completo.
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