EVO (Spain)

POR TIERRAS FRONTERIZA­S

Conocer lugares en los que nunca antes has estado; de eso trata este viaje por el sur de Utah, de conocer, reconocer, vivir y descubrir. Qué mejor compañero, por tanto, que el aventurero Land Rover Discovery.

- por Pablo J. Poza

Llo llaman déjà vu o, más coloquialm­ente, ‘esto me suena’. Es una sensación extraña cuando viajas a un lugar lejano, fuera de tu zona de confort. Pero a veces se da. Un paisaje rocoso, la luz de un sol naranja que precede a una drástica caída de las temperatur­as, un sabor familiar en un plato de chile de bisonte, una brisa ligera levantando un pequeño remolino de arena... cualquier instante basta para que pienses que reconoces un lugar en el que nunca antes habías caminado, comido, dormido o conducido.

Ese déjà vu va a ser la nota dominante de un viaje fronterizo que flirtea con la absurda línea que separa Utah y Arizona –EE.UU.–, una línea trazada en un despacho hace apenas ciento cincuenta años después de que el jefe ute Halcón Negro se rindiera en una guerra contra los mormones que no podía ganar. Personalme­nte, nunca antes había recorrido estas carreteras, y nunca antes había conducido la quinta entrega de la saga Discovery –tercera si descartamo­s las evolucione­s que no estrenaban chasis–, pero en muchos momentos siento que ya había estado aquí, igual que siento que ya he conducido antes este mastodónti­co todo terreno inglés, que se desliza como uma alfombra mágica, como si levitase sobre la carretera.

La familiarid­ad de los paisajes es fácil achacarla a westerns como El fuera de la ley (1976), de Clint Eastwood, e incluso a filmes de ciencia ficción como El planeta de los simios (1968), de Franklin Schaffner, rodados ambos en Kanab, una pequeña población de 2.000 habitantes conocida como “el pequeño Hollywood”, a donde muchos mitómanos peregrinan en busca de algún rastro de John Wayne o Johnny Cash. El déjà vu a bordo del Discovery tiene también su lógica, ya que este inmenso todo terreno de tres filas de asientos sigue los pasos de los Range Rover y Range Rover Sport, basados todos ellos en una carrocería estructura­l de aluminio suspendida por cuatro enormes resortes neumáticos y propulsada por motores longitudin­ales acoplados al archiconoc­ido cambio ZF de ocho relaciones. La familiarid­ad y el déjà vu son inevitable­s.

Todo es tan inmenso en esta tierra fronteriza que no nos damos cuenta de que este Discovery tiene, además del tacto, las dimensione­s de un Range

Rover, y nos permite viajar tan aislados del exterior como en aquel modelo. Quizá por eso se hace inevitable parar, “echar pie a tierra, tomarse un minuto para ser consciente­s de lo que nos rodea, sentir el momento, formar parte del momento, de cómo el paisaje y la naturaleza te hacen sentir en ese instante, ser conciente de que estás descubrien­do algo”. Son las sabias palabras del artista navajo Raymond Chee, cuyos antepasado­s llegaron a estas tierras alrededor del siglo XVIII para compartirl­as con los indios ute, habitantes originales de este vasto territorio que ha heredado su nombre.

Seguimos el consejo de Raymond tantas veces como nos es posible a lo largo de un par de jornadas en las que cubriremos más de 600 kilómetros por carreteras, pistas de tierra, ríos de arena, rocas de arenisca e incluso dunas nevadas, un terreno por el que personalme­nte jamás había rodado. El parque nacional de zion Es nuestro primer ‘descubrimi­ento’. Es tan grandioso que los 5 metros de longitud por 2 m de anchura y 1,85 m de altura del Land Rover discovery LE HACEN insignific­ante entre EL resto DEL tráfico, en el que los pick ups heavy duty, aún más grandes y con ruedas gemelas, son multitud.

Sobre el rojizo asfalto de sus carreteras encontramo­s las primeras y, casi, únicas curvas realmente serias de todo el recorrido. Pero este santuario de la naturaleza no es, no obstante, un lugar adecuado para probar los límites de la adherencia de nuestro Discovery. Sí me queda claro que, aunque es más grande, también resulta más ágil que su predecesor y saca más partido al motor V6 turbodiése­l de 258 CV. Este propulsor convive en la gama con una versión biturbo de 240 CV del dos litros Ingenium, con su versión ‘mono-turbo’ –180 CV– y con el V6 3.0 de gasolina –340 CV– sobrealime­ntado por compresor que comparte con otros modelos de la familia Jaguar Land Rover. Los diésel más potentes se solapan descaradam­ente, y el motor Otto, que ruge COMO una auténtica fiera EN MODELOs COMO el Jaguar F-Pace, es sorprenden­temente silencioso

aquí, como si quisiera mimetizars­e con la tranquilid­ad que emana de la mayoría de los escenarios por los que transitamo­s. casi constantem­ente recorremos amplias carreteras, la ruta estatal 89, la 59, la 43... ciñéndonos al soporífero margen de entre 60 y 65 millas por hora –de 96 a 105 km/h– que impera en casi todo el recorrido. El control de crucero adaptativo y los 12 sistemas de asistencia a la conducción son una bendición aquí, y nos permiten deleitarno­s con la contemplac­ión del paisaje, despreocup­ándonos de la conducción quizás un poco más de lo que deberíamos.

Pero nuestro delito tiene atenuantes. No todos los días puedes disfrutar de unos acantilado­s y terrazas tan impresiona­ntes como los que conforman el monumento nacional de Grand Staircase Escalante, sorprender­te con las barrreras de coches achatarrad­os usadas para contener la erosión de un pequeño cañón a las afueras de Page, perder la cuenta de los solares, granjas y cobertizos desbordant­es de antiguas joyas jubiladas de la automoción semienterr­adas en un manto de nieve en los alrededore­s de Glendale... Y nuevamente aparece el déjà vu, probableme­nte porque el shock que debería producirno­s este escenario post-apocalípti­co ya lo hemos superado en reality shows como Cazatesoro­s.

La nieve nos acompañará también en nuestra segunda jornada en los alrededore­s de Fredonia,

a poco más de 1.400 metros de altitud, cerca del impresiona­nte Cañón de Mármol del río Colorado, cuya visión desde el Puente Navajo, la única estructura que cruza el cañón en casi un millar de kilómetros, creará otro de esos momentos inolvidabl­es de la ruta. Parar es obligado; parar y descubrir la gracilidad de una estructura de acero remachada que nos transporta al Puente Don Luis I, de Oporto –Portugal– e incluso a la mismísima Torre Eiffel –París, Francia–, pero en un entorno casi virgen, silencioso y salvaje.

Muy cerca de este punto, atravesare­mos también la presa del Cañón de Glen, que aprovecha las aguas del río Colorado para producir el 13% de la electricid­ad que se genera en Utah y el 6% de la de Arizona, creando a su vez el Lago Powell, de 40 kilómetros de anchura máxima y nada menos que 299 km de longitud. aprovecham­os la parada junto a la presa del cañón de glen para trastear con los asientos del Discovery, cuya tercera fila es realmente utilizable por adultos. En las versiones más equipadas, las plazas de la segunda y la tercera fila pueden plegarse y desplegars­e remotament­e desde el maletero, desde la pantalla de la consola central o desde un teléfono móvil. No importa que la segunda fila – que se desplaza longitudin­almente sobre guías, como los asientos delanteros– esté más o menos adelantada, o que los reposacabe­zas se encuentren o no abatidos; cuando ordenamos la maniobra, los asientos comienzan una elaborada coreografí­a regida por más de 20.000 líneas de código, y en unos segundos adoptan la configurac­ión que hemos ordenado.

Nos ponemos nuevamente en marcha y, cuando ya creíamos habernos despedido de la nieve, vuelve a aparecer cubriendo parte de nuestro recorrido off-road por el Parque Estatal de las Coral Pink Sand Dunes, donde el Discovery realmente saca pecho y demuestra que sigue siendo un todo terreno con mayúsculas, con su reductora, par en abundancia, bloqueos de los diferencia­les central y trasero, suspensión neumática de altura variable, 90 centímetro­s de profundida­d de vadeo, 50 cm de recorrido de suspensión, 28 cm de altura libre y la legendaria interfaz Terrain Response, que nos hace dudar de si elegir el programa de nieve o el de arena. En esta disyuntiva,

Llo mejor es dejar el selector en el modo automático para que él elija el programa adecuado. Sí que conviene ayudar un poco a la electrónic­a bajando las presiones de los neumáticos para aumentar el área de contacto de las cubiertas y evitar que las 2,3 toneLADAS SE ENCALLEN EN ESTA TRAICIONER­A SUPERfiCIE.

Pero no es esta la única experienci­a off-road que viviremos; conducimos un nuevo Land Rover, que debe demostrar que bajo su apariencia ‘ todo caminera’ se esconde un soberbio y capaz todo terreno. Por ello, aparte de las dunas nevadas, superaremo­s unas impresiona­ntes trialeras de rocas areniscas que formaron parte de un océano hace más de 90 millones de años. Si quieres saber más sobre las capacidade­s off road del Discovery, no dejes de leer el número 201 de nuestra revista hermana Fórmula TodoTerren­o.

Una barbacoa de bisonte, mazorcas de maíz y cerveza de gengibre –un nombre glamuroso para un refresco de agua gaseosa edulcorada– nos recuerdan que no sólo el paisaje es diferente; también lo es la comida y la amabalidad de las gentes que pueblan estas tierras, unas tierras áridas, frías en invierno y agobiament­e calurosas en verano, tierras semidesért­icas, tierras fronteriza­s.

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 ??  ?? En nuestro camino encontramo­s pistas de tierra solitarias, fans del Discovery, muros de contención construido­s con coches achatarrad­os, cementerio­s de automóvile­s, grandes infraestru­cturas como la presa del Cañón de Glen o cañones de ranura formados...
En nuestro camino encontramo­s pistas de tierra solitarias, fans del Discovery, muros de contención construido­s con coches achatarrad­os, cementerio­s de automóvile­s, grandes infraestru­cturas como la presa del Cañón de Glen o cañones de ranura formados...
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 ??  ?? Puente Navajo, sobre el Cañón de Mármol del río Colorado –abajo, en la página izquierda–. Formacione­s rocosas del monumento nacional de Grand Staircase Escalante –sobre estas líneas–.
Puente Navajo, sobre el Cañón de Mármol del río Colorado –abajo, en la página izquierda–. Formacione­s rocosas del monumento nacional de Grand Staircase Escalante –sobre estas líneas–.
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La nieve sobre la arena es una combinació­n poco habitual, perfecta para poner a prueba el refinado sistema de tracción del Discovery. La Herradura –abajo, a la izquierda– es un caracterís­tico meandro del río Colorado.

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