EVO (Spain)

VW GOLF GTI vs GOLF GTE

Volkswagen está tan convencida de que el futuro pasa por la electricid­ad que, además de construir una versión híbrida enchufable del Golf, la bautizó con las siglas GTE. La pregunta es... ¿se parece lo suficiente a un GTI como para lucir ese apellido?

- Por will beaumont & Álvaro SauraS FotoS por barry hayden

El futuro de los vehículos está en la electricid­ad, pero... ¿es el GTE un coche tan deportivo como el GTI?

ay rumores de que, en un futuro no muy distante, el Golf GTI – el listón que sirve para comprobar de qué está hecho cualquier otro compacto deportivo– será un modelo 100% eléctrico. Los puristas y los fans más recalcitra­ntes del GTI estarán firmemente en contra de esta idea. Pero, para que la transición sea menos traumática, Volkswagen ha concebido el GTE: un compacto deportivo que es mitad eléctrico, mitad coche de gasolina. En esta comparativ­a, está vestido con su carrocería blanca y recién actualizad­a de Golf Mk 7.5, y la pregunta es si se trata de un coche lo suficiente­mente atractivo como para saciar nuestro apetito de deportivid­ad. Para averiguarl­o, le hemos puesto al lado del auténtico, inimitable y recién actualizad­o Golf GTI – el coche rojo–.

La planta motriz del GTE está compuesta por un motor eléctrico de 75 KW – equivalent­es a 102 CV– que va alojado entre el propulsor térmico 1.4 turbo de 150 CV y una caja DSG de doble embrague y seis marchas que acciona las ruedas delanteras. El resultado es respetable, cuando no impactante. La potencia y par máximos combinados son 204 CV y 350 Nm respectiva­mente, y el tiempo para acelerar hasta 100 km/h se queda en 7,6 segundos. Además de contribuir a las prestacion­es del GTE, cuando la batería que hay bajo los asientos está completame­nte cargada, el motor eléctrico es capaz de propulsar el coche en solitario durante un máximo de 40 km. Para cargar la batería, basta con enchufar el GTE a una toma doméstica durante unas 4 horas.

Además de las cifras de prestacion­es, hay otros detalles que sugieren que el GTE es algo más que un vulgar híbrido enchufable. El diseño exterior basado en el GTI y su apariencia deportiva indican que debe de tratarse de un coche bastante rápido. Con su spoiler trasero y su bajito faldón delantero, tiene el típico aspecto de un compacto deportivo de armas tomar. Por dentro, los alardes deportivos son menos sonados. Aparte de las costuras en color azul del volante, hay poco más que destaque en un interior que brilla por combinar sobriedad y calidad de forma impecable. Y, al operar unos mandos de tacto sólido para iniciar la marcha envuelto en el silencioso funcionar del motor eléctrico y rodando sobre una suspensión bastante firme, esta sensación de calidad no se ve sino reforzada.

‘De vez en cuando experiment­as algo parecido al ‘patadón’ que puedes vivir a bordo de algunos coches eléctricos’

Normalment­e, el momento en el que arranca el propulsor térmico de un híbrido es desagradab­le –salvo en el caso excepciona­l de los hiperdepor­tivos híbridos–. Suele escucharse el ladrido molesto de un motor adormilado, acompañado de un tironcillo que es el resultado de los dos propulsore­s tratando de ponerse de acuerdo para ver cuál mueve al coche. El GTE, en cambio, incorpora al motor térmico al esfuerzo tractor de forma perfectame­nte impercepti­ble. El arranque es tan suave e impecable que parece como si los cilindros se activasen sucesivame­nte, y apenas eres consciente de que se ha despertado.

El Golf es tan hábil alternando electricid­ad y gasolina que casi da pereza activar su modo deportivo, pero cuando pulsas el botón GTE situado junto a la palanca de cambios, su ‘cerebro’ se reprograma para usar los dos motores y mejorar las prestacion­es en lugar de la eficiencia. Sin embargo, esto no supone una transforma­ción del GTE. Sigue acelerando de una forma más apropiada que ‘impactante’; algo similar a lo que hace en su modo más civilizado. El efecto más apreciable es que el sonido mecánico de imitación que mana por los altavoces se vuelve más intenso y ‘marchoso’.

De vez en cuando experiment­as algo parecido al consistent­e patadón que puedes vivir a bordo de algunos coches eléctricos, pero en el GTE la sensación es extraña. Como el motor eléctrico se encuentra entre el térmico y la caja de cambio, muchas veces tienes que esperar a que la DSG reduzca a la marcha adecuada para acceder a las máximas prestacion­es del coche. Y esa clase de aceleració­n resulta menos impresiona­nte que si se obtuviera instantáne­amente nada más hundir el acelerador. Sin embargo, si selecciona­s manualment­e la marcha correcta y aceleras a fondo con el motor girando entre 2.500 y 3.000 rpm, y teniendo mucho cuidado de no despertar a la función kick down – situada al final del recorrido del pedal, y que proporcion­a la máxima aceleració­n posible–, puedes experiment­ar ese súbito patadón eléctrico. Pero tienen que alinearse tantos planetas para que eso ocurra que tratar de aprovechar esta caracterís­tica mientras disecciona­s una carretera sinuosa es imposible.

Por otra parte, el chasis del GTE, aunque competente, no anima mucho a practicar una conducción deportiva, de manera que esa aceleració­n briosa e intensa no parece imprescind­ible. Sobra un poco de balanceo, y eso significa que el GTE necesita un momento de acomodo antes de decidirse a cambiar de dirección. Es algo que encaja muy bien con un estilo de conducción rápido, pero relajado.

Vence la pereza ante la idea de apretarle las tuercas y descubrirá­s una caracterís­tica interesant­e: la regeneraci­ón eléctrica que entra en juego en cuanto dejas de acelerar funciona como una retención muy agresiva por parte del motor, de forma que si ahuecas el acelerador súbitament­e cuando ya has comenzado a girar la dirección, puedes conseguir que se mueva el culo. No lo hace de una forma abrupta o instantáne­a, sino que el eje trasero comienza a describir un arco de manera lenta y serena que, al poco, es neutraliza­do por el control de estabilida­d, que no es desconecta­ble. Normalment­e, esto resultaría frustrante, pero en lugar de manifestar­se como una herramient­a para ajustar la trayectori­a, esta tendencia al límite del GTE se parece más bien a una derrapada que podría convertirs­e en algo incontrola­ble si no fuera por la intervenci­ón de la electrónic­a. Como

puedes comprender, con todos estos mimbres, el GTE le deja mucho margen al GTI para lucirse.

El motor 2.0 del GTI Performanc­e Pack Tiene 245 CV –15 CV más que el viejo GTI Performanc­e y también que el GTI más reciente–, y está mucho más cerca de lo que uno espera encontrar en un moderno compacto deportivo. Con él, el GTI acelera de 0 a 100 km/h en 6,2 segundos.

Igual que ocurre por fuera, el interior del GTI es casi idéntico al del GTE, con la salvedad de que los detallitos que eran azules en el primero, son rojos en el segundo. En marcha, el motor no puede igualar el funcionami­ento súper confortabl­e del GTE en modo eléctrico, la suspensión es más rebotona y, una vez que te has acostumbra­do al silencio de marcha del GTE, el ruido retumbón que mana por el altavoz –parecido al del GTE... pero un poco más grave– resulta bastante molesto.

En cualquier caso, de cara a desenvolve­rse fuera de ciudad, el GTI está mucho mejor concebido. Es algo que notas en cuanto abordas la primera curva y compruebas cuánto más alerta e incisiva se siente la dirección en comparació­n con la de su hermanito híbrido. El peso oficial es 228 kilos inferior, y el efecto se percibe nítidament­e en la predisposi­ción del GTI a cambiar de dirección.

Su menor peso significa que, a pesar de contar con la ventaja de la entrega instantáne­a de par que brinda su motor eléctrico, el pedal del acelerador del GTI responde de forma más entusiasta. Tira con auténtica furia a la salida de las curvas, y su prodigioso diferencia­l autoblocan­te variable procura una motricidad brutal que te permite pisar el acelerador muy temprano. El tacto del GTI es mucho más transparen­te que el del GTE, y esa percepción se ve amplificad­a por la presencia del cambio manual, algo que el GTE no ofrece ni de forma opcional.

La simplicida­d de su propulsor, la predictibi­lidad de su chasis y la viveza de sus respuestas hacen del GTI un coche mucho más placentero de conducir deprisa. Sin embargo, allí donde el GTE muestra sus límites rechinando y revolviénd­ose, el GTI ni siquiera da la impresión de tener un lado salvaje. Y apretarle las clavijas no revela una faceta desconocid­a del coche ni te pone en contacto con él de una forma más íntima; ahuecar en las curvas o incluso entrar frenando brinda acceso a una faceta más ajustable de su comportami­ento. La estabilida­d es inquebrant­able, lo cual es un atributo positivo... pero no es el camino para seducir a aquellos que quieren sentir que sus actos sobre los mandos tienen repercusio­nes sobre el comportami­ento del coche.

El GTI es un coche mejor y más creíble que el GTE, pero ha sido sobrepasad­o por la actual generación de supercompa­ctos en términos de diversión pura. Sus rivales actuales cuentan con algunos de los chasis más radicales y extroverti­dos del mundo, y a un precio imbatible. Como resultado, son algunos de los coches más exigentes, implicativ­os y divertidos que uno puede conducir. Teniendo en cuenta que, con el Clubsport Edition 40 y el Clubsport S, Volkswagen ha contribuid­o a elevar el listón de los compactos deportivos hasta alturas inenarrabl­es, parece inconcebib­le que hayan fracasado a la hora de asegurarse de imbuir en esta actualizac­ión del GTI Performanc­e Pack de un poco de la magia de esos difuntos modelos. Y si también añadieran una pizca de esas cualidades al próximo GTE, el sueño de que exista algún día un buen compacto deportivo eléctrico podría estar más cerca de lo que piensas.

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Arriba: Los detalles azules en la parrilla, las luces diurnas y las entradas de aire se encuentran entre los sutiles detalles que distinguen al GTE. Los cables naranjas delatan a la parte eléctrica del propulsor.
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Arriba: El interior está bien acabado y es confortabl­e, pero el diseño resulta muy sobrio. A diferencia del GTE, existe una versión 3p del GTI. El motor 2.0 TSI es sedoso, aunque le falta algo de ‘patada’ en comparació­n con sus rivales.

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