VOLVO V90 XC
El tratamiento Cross Country mejora las ya de por sí buenas cualidades del V90, y por sólo 2.000 euros más.
EN EL SALóN DE 1997, Volvo presentó su primer familiar adaptado para la circulación fuera del asfalto, el V70 XC. Así se convirtió en el primer fabricante europeo –a nivel mundial, Subaru es el pionero con el Outback– en adentrarse en este segmento que, 20 años después, ha crecido de manera considerable.
Adaptar un familiar premium para poder transitar por pistas no es sencillo; de hecho, los primeros V70 XC –en 2002 cambió su denominación por XC70– eran coches torpes en asfalto, con una suspensión muy blanda y poco adecuada para ocupantes propensos al mareo. El gran mérito de Volvo con el V90 Cross Country es que ha mantenido inalteradas las cualidades asfálticas del V90, pese a añadir 60 milímetros más de altura libre al suelo –ver despiece de tecnología a la derecha– y elevar de manera considerable el centro de gravedad.
Hay una forma fácil de lograrlo, que es recurriendo a una suspensión neumática regulable en dureza, tal y como hizo Audi en su momento con el A6 Allroad, o más recientemente Mercedes con el Clase E All Terrain. El Volvo, sin embargo, recurre a un esquema convencional, con muelles helicoidales en el eje delantero y una poco común ballesta transversal en el tren posterior. No obstante, por 2.075 euros, Volvo ofrece la posibilidad de incorporar muelles neumáticos en las cuatro ruedas con regulación de dureza en tres niveles – Confort, Eco y Dynamic–. Su principal ventaja es que mantiene invariada la altura libre al suelo –210 mm, que es mucho– con independencia del peso que se transporte, de modo que es recomendable si se va a circular habitualmente a plena carga o para aquellos que tiran de un remolque.
Sea con uno o con otro sistema, el Cross Country no es un coche ágil en términos absolutos – el V90 ‘normal’ tampoco lo es–, aunque sí lo es en comparación con sus alternativas. Cambia de dirección con mayor facilidad que el Audi A6 Allroad y el Mercedes Clase E All-Terrain – que tienen un peso muy similar, rozando las dos toneladas–, con un balanceo muy contenido y una gran sensación de seguridad. La calidad de rodadura y el aislamiento acústico
del habitáculo no alcanzan el sublime nivel del Mercedes, aunque lo compensa en parte con unos asientos absolutamente sublimes por mullido y sujeción.
En la parte mecánica, la versión D5 recurre a un bloque diésel de cuatro cilindros y 2.0 litros de cilindrada, que entrega 235 CV. No es tan refinado como el 3.0 V6 del Audi ni consume tan poco como el propulsor del Mercedes, mientras que sus prestaciones tampoco son claramente las mejores del trío, pese a contar con ventaja de potencia respecto a los dos modelos alemanes –especialmente frente al modelo de la estrella–. La conclusión es que no sobresale en nada, si bien en líneas generales es bastante satisfactorio.
Fuera del asfalto sí puede ‘sacar pecho’, ya que su generosa altura libre le permite transitar por terrenos vetados a cualquier turismo. De hecho, podría seguir la estela de un XC90 sin excesivos problemas, salvo por aquellos terrenos que requieran de unos buenos ángulos característicos –ataque, ventral y de salida–, que son su principal hándicap. Como su ‘hermano mayor’, dispone de un modo específico ‘Off-road’ que adapta el funcionamiento del motor y del cambio automático, además de un control de descenso de pendientes; nada mal para un modelo que ni es ni pretende ser un todo terreno.
En definitiva, Volvo ha dejado claro que la experiencia es un grado a la hora de elaborar un ‘cóctel’ con dos ingredientes tan diametralmente opuestos.