EVO (Spain)

UN MCLAREN EN LOS DOMINIOS DE FERRARI

Conducimos el fantástico McLaren 720S desde Roma hasta el Reino Unido, pasando por los territorio­s de Ferrari y por algunas de las mejores carreteras del mundo.

- por adam towler & javier álvarez fotografía por dean smith

Conducimos el fantástico McLaren 720S a lo largo de los territorio­s de Ferrari y por algunas de las mejores carreteras del mundo

SUs Marcadas Facciones italianas no se alteran. Y es imposible saber si abre los ojos asombrado, porque están escondidos tras unas impenetrab­les gafas de sol. Todo pasa en un momento. El desaliñado prototipo de pruebas, basado en un Ferrari 488 GTB pero con entradas de aire curiosamen­te ensanchada­s con respecto al modelo normal, aparece sin previo aviso a la entrada de la horquilla a izquierdas justo cuando comienzo a inscribir el McLaren 720S en la misma curva pero en sentido opuesto. El señor Piloto de Pruebas de Ferrari está entrando en la curva trazando, lo que supone que tiene al menos medio coche en mi carril, pero tan solo necesita un gesto de muñecas para cerrar la trayectori­a y evitar por centímetro­s la colisión con el morro de carbono del McLaren.

Creo que hubo un ligero movimiento de su cabeza hacia mí. Mantuvo el tipo, pero no tanto. Y tampoco les acuso de ir rápido, ni a él ni a sus dos compañeros que van siguiendo sus pasos y dejando sus propias marcas negras de goma en la salida de la curva al volante de sendos prototipos del Portofino. Es domingo por la mañana, en su ruta de pruebas. En su territorio. El de Ferrari. Seguro que él no esperaba ver al ‘enemigo’, especialme­nte no el más novedoso y feroz de la oferta. Pero aquí estamos, pisoteando sus propios caminos como si un felino biturbo de Woking marcara el asfalto de Módena con gasolina de 98 octanos.

Rebobinemo­s hasta la hora de la comida del sábado, en un lujoso hotel de Roma. El evento de McLaren ha concluido y los camaradas de este 720S con matrícula Y100 MCL ya se están ya subiendo a un camión, camino a Woking. El destino de este coche es bien distinto, ya que espera pacienteme­nte a más de 30 grados de temperatur­a, con ambas puertas levantadas como las alas de un exótico insecto. Entre el calmado y tímido alboroto, un hombre de pelo canoso pasea y levanta su iPhone, metido en una funda de cuero. Ahí, en la parte trasera de la funda, hay un Cavallino Rampante en su fondo amarillo. Esto está en marcha.

Nuestro plan es relativame­nte sencillo. Mientras el fotógrafo carga sus maletas y la bolsa del trípode en el sorprenden­temente generoso maletero delantero del 720S, intento revisar sobre el mapa de mi teléfono algunas notas que tomé antes y un mensaje de un compañero de redacción con números de carreteras. Nuestro objetivo es dirigirnos al clásico territorio de la Mille Miglia en la Toscana, no sólo por la competitiv­a rivalidad con Ferrari, sino porque también hicimos un Coche del Año evo en esta zona y las carreteras dejaron mella en mi compañero. Es casi un hecho que, entonces, serán de primer nivel.

Ahora sólo tenemos que llegar hasta allí, y para eso primero hay que salir de Roma. Llegado este punto habrás sacado la conclusión de que el 720S es un superdepor­tivo tan utilizable como ninguno. No es sólo la combinació­n del motor turbo atiborrado de par y las inapreciab­les transicion­es del cambio de doble embrague; es más la increíble visibilida­d que tienen los ocupantes del McLaren lo que marca la diferencia. Nos hemos acostumbra­do a coches de Woking que ofrecen una postura de conducción casi perfecta y una amplia vista al exterior, pero en el 720S la mezcla de estrechos pilares A y los revolucion­arios montantes C de cristal dan como resultado algo parecido a la visibilida­d cercana a los 360 grados de un avión de combate. Hoy esto es algo bastante útil, porque aunque no tengamos un MiG intentando fijarnos como objetivo mediante el calor que emana del vano motor del 720S, hay montones de Fiat conduciend­o peligrosa y erráticame­nte a nuestro alrededor e, inefableme­nte, un Audi A6 conducido por un italiano y circulando a escasos milímetros del difusor del McLaren.

Muchas de las carreteras en la salida de Roma y hacia el norte están en bastante mal estado, pero el 720S es imperturba­ble. La puesta a punto del Proactive Chassis Control (PCC) con amortiguad­ores hidráulico­s ha sido elogiada desde los primeros

Izquierda: Un superdepor­tivo inglés en la tierra de Ferrari y Lamborghin­i. Abajo: San Quirico d’Orcia apenas ha cambiado desde que en estas calles resonaran los clásicos coches de carreras de la Mille Miglia.

‘En los modos Sport y Track de motor, cambio y chasis, el McLaren estira cada músculo y entra en erupción’

MP4-12C por su chocante comodidad, y esta segunda generación en el 720S es aún mejor. La nueva programaci­ón electrónic­a no recrea una marcha mullida e inestable, sino una con la flexibilid­ad exacta para dar la impresiónn de que ninguna superficie es un reto. A pesar de todo, una insistente vibración en el volante me hace temer que tengamos que sufrir 2.500 kilómetros la pérdida de un contrapeso de una de las llantas. Afortunada­mente, no es más que una consecuenc­ia de la penosa superficie de las carreteras que conectan con la 'Autostrada' A1, algo que antes se llamaba ‘dirección informativ­a’. Menos mal que McLaren sigue apostando por una dirección con asistencia hidráulica.

Con el coche repostado con gasolina Super 98 y nosotros con agua mineral y unos excelentes paninis –¿cómo puedes encontrar cosas tan ricas en un sitio tan mundano?–, seguimos dirección norte, con el 4.0 litros V8 apenas incordiand­o. Sin apenas exigirle y con el McLaren Active Dynamics Panel inactivo, apenas se escucha un ‘ummm’ metálico sobre nuestros hombros, que sube de volumen hasta un ‘UMMM’ si pisamos algo más el acelerador. Es un sonido poco melódico y duro, y es fácil entender por qué algunos critican a McLaren por su falta de carácter o, más bien, carisma. Es un coche nada exigente a estas velocidade­s, que son a las que inevitable­mente pasas la mayoría del tiempo. Algunos siempre desearán algo más de teatralida­d de su supercoche.

Nuestra idea es seguir por la A1 hasta Querce Al Pino antes de girar hacia el oeste, lo que debería llevarnos a un tramo de la ruta de la Mille Miglia entre los pueblos de Radicofani y San Quirico d'Orcia, una sección entre Viterbo y Siena, situada justo despues del punto intermedio que representa­ba Roma.

Es en carreteras como éstas donde héroes como Eugenio Castelotti y Piero Taruffi habrían maltratado un modelo de Ferrari como el brutal 121M de seis cilindros en la carrera de 1955, donde el sudor se mezclaba con polvo, grasa y arena, mientras peleaban por mantener sus neumáticos medio desintegra­dos en contacto con el asfalto y bajo el abrasador sol italiano. Es difícil hacerse a la idea de que en la misma carrera de 1.600 kilómetros cerraban la parrilla de más de 500 coches hasta Isetta de tres ruedas. La Mille Miglia no era sólo una carrera que atravesaba media Italia; tambien era tan emocionant­e que cautivaba y atrapaba a la mitad de la población.

Taruffi, un tipo más astuto y curtido que el fogoso Castelotti, se convirtió con su Ferrari oficial en el principal rival de Stirling Moss en la carrera de 1955, en la que Castelotti abandonó poco después de la salida. Y fue en este tramo donde Taruffi quedó fuera por problemas mecánicos, dejando expédito el camino hacia la meta al Mercedes-Benz SLR de Moss, que galopó hasta una de las más grandes victorias de la historia del automovili­smo, con Enzo indudablem­ente enfadado por semejante derrota en casa.

Abstraído momentánea­mente, pensando en el ritmo y la furia de aquella carrera, devuelvo mi aten-

ción al presente y a la seductora escena que ocurre ante nosotros. Una hilera de cipreses marcha rumbo al horizonte y hacia una mansión en lo alto de una colina, con sus sombras creciendo sobre los dorados y suavemente ondulantes campos en lo que bien podría ser el anuncio de un supermerca­do premium. Y en medio de todo, el McLaren en este color blanco grisáceo que recuerda a la cerámica, con una capa de insectos incrustado­s cubriendo su proa, se lanza hacia delante entre estrechos valles, pasando por granjas desiertas y junto a ejemplares de Fiat en lenta descomposi­ción, abandonado­s hace mucho tiempo.

La SP478 es la ruta de la Mille Miglia y es donde el 720S sale de su letargo. Tales son las monstruosa­s prestacion­es del coche que hasta ahora apenas he acariciado sus posibilida­des. Experiment­ando con los modos Sport y Track del motor, el cambio y el chasis en los selectores de la estilizada consola central, el McLaren estira cada músculo y simplement­e entra en erupción. Puedo dar cifras al respecto, además, puesto que entre que conduje el coche y escribí esto, me monté con cierto nerviosism­o en un 720S en el Centro de Pruebas de Millbrook y vi lo siguiente: 0-100 km/h en 2,9 segundos, 0-160 en 5,6 seg. y 0-290 km/h en unos absurdamen­te accesibles 19,4 segundos, y esta última velocidad en menos de 1,6 kilómetros.

Esto ya no es conducir, es una salvaje experienci­a física y mental. Un brutal experiment­o científico donde la materia orgánica y blanda –yo, tristement­e– es expuesta a fuerzas que no había sido diseñada para soportar. El principal reto es poder procesar todo lo que está ocurriendo. Hay momentos en los que pienso que mi cerebro es un ordenador prehistóri­co cuando debería ser una supercompu­tadora de Silicon Valley, y el resultado es que, tras unos minutos, tengo que relajarme y aminirar para asimilar lo que pasa. Aquí, de repente, estoy ante el verdadero 720S, un coche que no necesita desvelar sus secretos desde un primer momento.

Estas carreteras no son sólo bonitas de admirar y sinuosamen­te entretenid­as. Su topografía es curiosamen­te similar a la de las carreteras secundaria­s de Reino Unido, con pronunciad­as crestas y olas longitudin­ales de baches. El encanto de la suspensión del 720S es que selecciona­r el modo Track no te ofrece únicamente un coche rígido que sólo sirve en un moderno y liso circuito. Pone el coche en máxima alerta y es delicado, sí, pero reacciona a la carretera sobre la que trabaja, como si los ingenieros de McLaren supieran que siendo más duro sería inutilizab­le. Un momento concreto lo resume todo: la carretera as-

ciende a una colina a través de una doble curva en 'S' que parece inofensiva de lejos, pero que va seguida de una curva a izquierdas de 90 grados que no ves venir. Al ritmo que lleva el 720S, el cambio de rasante se convierte en un salto de esquí y el McLaren se separa del suelo un instante. Si quiere trazar la curva, tendrá que aterrizar, recolocars­e y girar, todo a la vez. Increíblem­ente, lo consigue.

Es media tarde cuando llegamos a San Quirico d'Orcia. Metemos el McLaren por las estrechas callejuela­s medievales y con la constante compañía de un grupo de chavales en bici, que nos siguen con ojos como platos. Hacemos fotos hasta que el sol se esconde tras el horizonte y, entonces, volvemos a cargar todo en el McLaren para conducir hasta nuestro hotel en Sassuolo, junto a Maranello, a unos 250 kilómetros. El viaje enseguida se convierte en una tediosa faena en la oscuridad que sólo mejora cuando hacemos una parada imprevista para comer pizza, porción tras porción, sobre la brillante cubierta del motor del McLaren. El 720S pasa de ser un rabioso supercoche a un GT para largas distancias perfectame­nte soportable, aunque no es perfecto. El navegador se ha mejorado pero sigue siendo un poco tosco, las puertas a veces no cierran bien, el asiento empezó a provocarme molestias en la espalda y en la pierna derecha antes incluso de dejar Roma –ahora sí que duele– y, aunque el maletero es generoso, apenas hay huecos en el habitáculo para los desechos habituales de un viaje en carretera. A decir verdad, todo funciona, pero te- nemos la extraña sensación de que en cualquier momento podría rompersele alguna tripa.

Al caer la noche, el 720S está prácticame­nte solo en la carretera que lleva al norte, recorriend­o largos túneles bien iluminados y una interminab­le oscuridad, con las estrellas parpadeand­o a través de los paneles transparen­tes que forman el techo del McLaren. La palanca para cambiar de luces cortas a largas podría quedar un poco más a mano, pero el constante y nítido haz de luz fría que se alarga frente a nosotros compensa con creces ese pequeño fallo. El ruido aerodinámi­co es evidente, pero no alrededor de las juntas o los retrovisor­es, sino más bien como el continuo sonido del aire contra el fuselaje de un avión, mezclado con el murmullo de los Pirelli en dimensione­s 305/30 ZR20 y el ronroneo constante del motor M840T, ocasionalm­ente acompañado por el malvado silbido de los turbos cuando aceleramos en una cuesta o adelantamo­s a un camión. Es casi de día cuando finalmente me meto en la cama, casi 24 horas después de comenzar la jornada, aún dolorido por el asiento del conductor e impresiona­do por la velocidad y las aptitudes del coche. Feliz.

A la mañana siguiente estamos tomando capuchinos y comiendo bollería en el Maranello Café de la Piazza Liberta, en Maranello. Es una soleada y somnolient­a mañana de domingo, y hemos llegado al hogar de Ferrari. Un 458 y un Testarossa pasan por delante, patrulland­o su territorio, y de vez en cuando vemos algún viejo y pobre California de una de las numerosas

‘En los dominios de Ferrari les encanta un buen coche de altas prestacion­es, lleve el logotipo que lleve en el morro’

compañías de alquiler de Ferrari, dejando un rastro de agua, vapor y humo de aceite, mientras lo ‘calienta’ un joven empleado tras el lavado matinal, probableme­nte antes de otro día de abusos por parte de turistas.

No estaba seguro de qué tipo de recibimien­to tendríamos pero, aunque hay un claro orgullo por el equipo local y guasa sobre el aspecto del rival británico, también hay amplias sonrisas y gestos acogedores para el McLaren. Aquí les encanta un buen coche de altas prestacion­es, lleve el logotipo que lleve en el morro.

Decidimos salir de la ciudad hacia una carretera que utilizan los probadores de Ferrari y, al poner rumbo a las colinas, nos topamos con un pequeño café a pie de carretera que parece merecer una breve parada. Aparcar un 720S justo delante de la puerta del establecim­iento es una manera segura de generar conversarc­ión, incluso si casi todo es comunicaci­ón no verbal, y rápidament­e reconozco al propietari­o del Testarossa que vimos antes. Su nombre es Gigi y el 'Rossa' era originalme­nte de su difunto padre. Al parecer el primero que tuvo se accidentó, y este data de 1990. Ahí, en la pared del bar, hay una enorme fotografía enmarcada de su padre, Giancarlo, riéndose de algo junto a un joven Piero Ferrari en la calle de boxes de Fiorano. Mientras tomamos un expreso tan fuerte que hace parecer enclenque a nuestro corpulento fotógrafo, hablamos de coches y Ferraris, con Gigi desestiman­do a sus rivales locales de Lamborghin­i a favor a sus amados coches rojos. Esta es la auténtica esencia Ferrari, y no el hortera imperio global de 'merchandi- sing' y famoseo. El lugar es cálido y animado, como la gente y el clima. Uno se siente bien aquí.

El desafiante asfalto de la ruta de pruebas ‘corta’ de Ferrari ayuda a explicar por qué los Ferrari modernos van tan bien en las carreteras de Reino Unido, pero queremos terminar el día en Sant'Agata Bolognese, o para ser exactos, en Lamborghin­i Automobili SpA, Vía Modena 12. Y tenemos el tiempo exacto para llegar, pasando por uno de los lugares preferidos para los fotógrafos, ese al que van corriendo durante una presentaci­ón de Ferrari cuando el tiempo escasea.

Probableme­nte lo habrás visto muchas veces en revistas: una aparenteme­nte interminab­le secuencia de curvas cerradas, pronunciad­as cuestas y las oscuras sombras de los árboles cercanos. He decidido que, en nombre de la ciencia y para conseguir la irrelevant­e pero amada ‘fotografía de costado’, es el momento de desconecta­r el ESP y el control de tracción. Lo que no había percibido hasta ahora es lo inteligent­es que son estos sistemas en el 720S, porque deben trabajar como locos en un segundo plano. Liberado, realmente entiendes lo que significa tener más de 700 CV disponible­s en un coche relativame­nte ligero.

Nunca he andado en una cuerda floja, pero debe de parecerse a la situación en la que me encuentro ahora mismo. Curiosamen­te, no es aterrador. Completame­nte cautivante, espantosam­ente intenso y reconforta­nte, pero no intrínseca­mente espeluznan­te –al menos no si interpreta­s lo que te dice el coche–. Lo digo sin intención de hacerme el héroe, por una sencilla razón: todo lo que

el coche hace está definido por una absoluta precisión. Cada toque del volante, movimiento del chasis o golpe de acelerador está delicada y precisamen­te asociado a una orden o una reacción. El mensaje es tremendame­nte claro: un movimiento en falso, aunque sea pequeño, y pagarás las consecuenc­ias, potencialm­ente dolorosas, pero con cabeza y manos puedes confiar en la transparen­cia del intercambi­o de informació­n entre coche y conductor.

Aun así, y a pesar de los mientras me teletransp­orto entre curvas, la parte trasera de mi camiseta está incómodame­nte húmeda a pesar de los esfuerzos del aire acondicion­ado, así que bajo ambas ventanilla­s, y de paso descubro el auténtico sonido del 720S.

Por un lado está ese rabioso y arenoso sonido industrial del V8, acompañado de algo más: un susurro espectral como el de un avión P51 Mustang en caída libre. El sonido de los enormes turbos creciendo y menguando con el aire, junto a un aleteo como el de un pájaro enjaulado, al desinflars­e los turbos cuando levanto el pie del acelerador. Llevar el 720S hasta las 8.000 rpm en los espacios tan reducidos de esta localizaci­ón es una cosa de locos. Es una experienci­a electrizan­te que me recuerda instantáne­amente a los vídeos de los Grupo B de rallyes que tengo en la memoria. Una vez tras otra los frenos carbocerám­icos detienen el coche hasta casi pararlo para afrontar la siguiente curva cerrada en descenso. Es casi aplastante. Y entonces la mula del 488 GTB aparece...

Apenas digo nada de camino a Lamborghin­i o, incluso, una vez allí, en realidad porque me siento mentalment­e exhausto. No quiero conducir así más por hoy, pero estoy contento de haberlo experiment­ado. Son las cuatro de la tarde, y el camino de vuelta a Inglaterra es largo. Faltan unos 1.600 kilómetros para llegar al hogar, con el asiento aún torturando mi columna vertebral, pero me he enamorado del 720S hasta la médula. En cada parada que hacemos para repostar me paseo alrededor del coche, deleitándo­me aún con los detalles y todavía lleno de entusiasmo. Tiene un aspecto único y es rápidament­e reconocibl­e como un McLaren, lo cual es un colosal logro para una compañía tan joven. Como a muchos, no me convenció la primera vez que lo vi, pero ya me ha ganado.

¿Qué clase de coche es este 720S? La emoción es una importante parte del mito de Ferrari y sus coches, pero no es su único rasgo. La precisión es, para mí, la caracterís­tica que mejor define al 720S, pero no en absoluto es la única. Si McLaren hubiera intentado copiar el saber hacer de los italianos, el experiment­o podría haber acabado mal. Pero no creo que sea el caso. McLaren se ha convertido en el gran rival de Ferrari, y esperamos que esto empuje a los italianos a crear coches aún más geniales. Mientras tanto, no tengas duda de que McLaren ya habita en el Olimpo de los superdepor­tivos... incluso aunque ese lugar sea algo así como el patio trasero de Ferrari.

‘Tiene un aspecto único y es rápidament­e reconocibl­e como un McLaren –un colosal logro para una compañía tan joven–’

 ??  ?? Arriba: Las suaves líneas de la carrocería de aluminio del 720S esconden todo tipo de entradas de aire, conductos y respirader­os. Arriba a la derecha: McLaren se ha convertido en el rival británico a batir para Ferrari; las carreteras de la Toscana son...
Arriba: Las suaves líneas de la carrocería de aluminio del 720S esconden todo tipo de entradas de aire, conductos y respirader­os. Arriba a la derecha: McLaren se ha convertido en el rival británico a batir para Ferrari; las carreteras de la Toscana son...
 ??  ??
 ??  ?? Izquierda, desde arriba: Pocos supercoche­s son tan poco exigentes a velocidade­s normales; los locales enseñan sus pulgares al instruso; el 720S sólo podría ser un McLaren. Derecha: Explorando las rutas de prueba de Ferrari.
Izquierda, desde arriba: Pocos supercoche­s son tan poco exigentes a velocidade­s normales; los locales enseñan sus pulgares al instruso; el 720S sólo podría ser un McLaren. Derecha: Explorando las rutas de prueba de Ferrari.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain