EVO (Spain)

PORSCHE CAYENNE TURBO vs BMW X5 M

El Lamborghin­i Urus es producto de una evolución que comenzó con el X5, a principios de siglo. Un concepto que Porsche perfeccion­ó con el Cayenne.

- por R. CamaRgo Fotos por jaime sainz de la maza

Estos dos modelos marcaron el camino que ahora sigue el Urus

Construir un deportivo es algo relativame­nte sencillo: una anchura de vías generosa, un centro de gravedad muy bajo y un peso lo más contenido posible. Ahora bien, cuando lo que se pretende es crear un coche rápido sobre una arquitectu­ra que desafía todas las leyes de la física, el asunto se complica sobremaner­a. La cuestión es que, después de muchos años de evolución, han logrado llegar a un punto en el que se nos agotan los argumentos en contra.

Bien es cierto que hace casi dos décadas ya estaba claro el camino a seguir. Recuerdo la primera vez que monté en el BMW X5 primigenio. Tenía un bloque atmosféric­o de gasolina V8 de 4.4 litros que daba unos impresiona­ntes –para el contexto de la época– 286 CV. No obstante, cuando lo observabas la vista se centraba en las descomunal­es llantas de 19” –hablamos del año 2000– con neumáticos de 285 milímetros de ancho; esos mismos que mi mentor –por aquel entonces, andaba en fase de aprendizaj­e de esta profesión– hacía chirriar mientras decía una y otra vez “no puedo creerme lo bien que va este coche”.

Un par de años después, Porsche elevó el listón hasta límites que desafiaban la lógica –y, de paso, hizo que la marca fuese rentable–. El Cayenne se convirtió en el rey del segmento desde todos los puntos de vista. Incluso existió durante unos meses un Turbo S con 521 CV que, por aquel entonces – el año 2006–, era el modelo matriculab­le más potente de la marca tras el Carrera GT. Palabras mayores.

Podía haberse quedado en una moda pasajera, pero no ha sido así. El Lamborghin­i Urus es el ejemplo más actual y significat­ivo de hasta dónde puede llevarse este concepto – que aún no ha tocado techo–, en el que el BMW X5 M y el Porsche Cayenne Turbo siguen siendo los principale­s exponentes.

Comencemos por el bávaro. Dispone de un motor 4.4 V8 biturbo que entrega 575 CV y ha de mover 2.350 kilogramos de peso. Acelera de 0 a 100 km/ h en 4,2 segundos y la velocidad máxima está limitada electrónic­amente a 250 km/ h – sin posibilida­d de suprimirla–. La caja de cambios es automática mediante convertido­r de par, con ocho velocidade­s. Tanto el motor como la transmisió­n están puestos a punto por BMW M, de modo que tienen poco que ver con los que encontramo­s en un ‘simple’ X5 xDrive50i.

Hay que admitir que su apariencia impresiona. BMW no se ha andado nunca con rodeos a la hora de calzar sus coches, y si el X5 primigenio podía equipar unos neumáticos de 285 milímetros en el eje trasero, el X5 M sale de fábrica con unos 325/35 R20, la misma anchura que en un Porsche 911 GT2 RS.

Desde el punto de vista estético, el Cayenne es bastante más discreto, quizá demasiado. Sus llantas son de mayor diámetro –21”–, aunque sus neumáticos trase- ros ‘sólo’ miden 315 mm de ancho; de hecho, destacan más las impresiona­ntes pinzas de freno de diez pistones adosadas a unos discos de 415 mm de diámetro. Se denominan Porsche Surface Coated Brake y se caracteriz­an por contar con un revestimie­nto de carburo de wolframio que aumenta la fricción y reduce tanto la suciedad acumulada como el desgaste.

En la práctica, ofrecen un tacto peculiar y bastante difícil de dosificar en la primera parte del recorrido, que recuerda al del primer Cayenne híbrido. Al final te habitúas a este funcionami­ento, aunque he de admitir que me ha costado bastante más de lo habitual.

Incluso con este inconvenie­nte, este duelo se lo apunta con claridad el Cayenne, que a su mayor potencia de frenado añade un peso notablemen­te inferior al del X5 M, con 2.250 kilogramos en orden de marcha. Por otra parte, cubre el 0 a 100 km/ h en 0,1 segundos menos, aunque la cifra puede descender a 3,9 segundos si se equipa el paquete Sport Chrono –1.249 euros–. La

velocidad máxima está fijada en 286 km/ h, gracias a que no existe limitación electrónic­a.

Más allá de lo que digan las cifras, las sensacione­s son muy diferentes desde el momento en el que ponemos en marcha los motores. El X5 M suena afilado y contundent­e. La respuesta del acelerador es instantáne­a, pero también brusca. Como es habitual en los BMW M – a excepción del M2–, el cambio incluye la función Drivelogic que permite elegir entre tres leyes de funcionami­ento – Comfort, Sport y Sport Plus– mediante un botón ubicado al lado de la palanca. Del mismo modo, es posible adaptar de forma individual la respuesta del motor, la dureza de la suspensión y de la dirección. Esta última representa el eslabón débil de la cadena, ya que no trasmite con fidelidad lo que sucede bajo las ruedas delanteras.

La dirección es, precisamen­te, uno de los puntos fuertes del Cayenne. El guiado es insultante­mente preciso, un grado de dureza perfecto y una inmediatez

LAS SENSACIONE­S SON MUY DIFERENTES DESDE EL MOMENTO EN EL QUE PONEMOS EN MARCHA LOS MOTORES

de respuesta difícil de mejorar. No sólo es mejor que cualquier SUV que haya conducido; también supera a muchas berlinas y a algún que otro seudodepor­tivo.

En el resto de apartados, el Cayenne Turbo puede ressultar decepciona­nte. Es posible que el motor no responda con la brutalidad con la que lo hacían sus antecesore­s y la suspensión neumática – de serie– parezca demasiado suave. Pero no es más que un espejismo. Cuando se le exige el máximo, el Cayenne responde con una precisión suprema. El propulsor pasa de manso a bravo y por muy brusca que sea nuestra conducción, por muy rota que esté la carretera, el chasis no pierde la compostura, lo aguanta absolutame­nte todo sin trasladarl­o a los ocupantes.

Sobre asfalto homogéneo, el X5 M responde de igual manera, con un límite de adherencia mucho más allá de lo que dicta la razón. No obstante, cuando llegan las irregulari­dades aparecen los primeros inconvenie­ntes. Por un lado, el confort se ve seriamente perjudicad­o, una cualidad que comparte con la mayoría de modelos de BMW Motorsport. Y por otra parte, a poco que seamos bruscos con el acelerador, las ayudas electrónic­as entran en funcionami­ento incluso en línea recta, y es algo que merma bastante la confianza del conductor.

El factor diferencia­l recae en la suspensión del Cayenne, con muelles neumáticos y regulación en altura, cuyo funcionami­ento en todo tipo de circunstan­cias roza la perfección. Conviene aclarar que el X5 M dispone de muelles con altura variable en el eje posterior, aunque su objetivo no va mucho más allá de mantener inalterada la altura del tren trasero con independen­cia de la carga o de si se arrastra un remolque.

Para ser justos, nuestro Cayenne está equipado con muchas de las ‘golosinas’ que figuran en su lista de opciones –y todas funcionan de maravilla–: eje trasero direcciona­l –2.661 euros–, estabiliza­doras activas PDCC – 3.733 euros– y distribuci­ón variable del par en el eje trasero PTV Plus –1.697 euros–. Los dos últimos elementos son de serie en el X5, que en esta generación no contempla la posibilida­d de un eje trasero direcciona­l – sí estará disponible en la siguiente–.

Lo más sorprenden­te es que el Porsche pueda disponer de un paquete enfocado a la circulació­n por campo –2.036 euros–, que añade proteccion­es en la parte inferior del chasis e indicacion­es sobre el ángulo de inclinació­n lateral y del ángulo de giro de las ruedas. Incluso sin dicho equipamien­to, es notablemen­te superior a un X5 destinado a un uso 100% asfáltico, ya sea por neumáticos, funcionami­ento del sistema de tracción o altura libre al suelo.

Llegados a este punto, no queda más que mostrar nuestra admiración por BMW Motorsport, que ha creado un coche realmente rápido, emocionant­e y sencillo de conducir rápido – esto último no siempre lo logran–, así como poner en un pedestal a Porsche, que simplement­e ha logrado crear un máquina prácticame­nte infalible. Puestos a buscar la perfección, podríamos pedir que el Cayenne Turbo tuviese un sonido más emocionant­e – sabemos que pueden hacerlo– y, por qué no, que costase unos cuantos euros menos; a igualdad de equipamien­to la diferencia a favor del BMW ronda los 30.000 euros. Bien es cierto que, desde otro punto de vista, con el Cayenne no necesitará­s un segundo vehículo si, por ejemplo, te gusta hacer una ruta campestre de vez en cuando.

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 ??  ?? El puesto de conducción del Cayenne ha evoluciona­do a mejor respecto a sus antecesore­s, aunque la consola central sigue resultando un tanto caótica. El equipo de frenado PSCB del Cayenne es sumamente efectivo, aunque el tacto del pedal requiere de un periodo de adaptación.
El puesto de conducción del Cayenne ha evoluciona­do a mejor respecto a sus antecesore­s, aunque la consola central sigue resultando un tanto caótica. El equipo de frenado PSCB del Cayenne es sumamente efectivo, aunque el tacto del pedal requiere de un periodo de adaptación.
 ??  ?? En los dos modelos hay cuatro salidas de escape. Los del Cayenne son bastante silencioso­s; los del X5 suenan mucho mejor.
En los dos modelos hay cuatro salidas de escape. Los del Cayenne son bastante silencioso­s; los del X5 suenan mucho mejor.
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El X5 M se mueve como pez en el agua en curvas enlazadas; cualquiera diría que pesa más de 2.300 kilos. Como todos los productos desarrolla­dos por BMW Motorsport, el X5 M desprende deportivid­ad tanto por fuera como en el habitáculo.

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