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- Joaquín Rodríguez

SI HACE NO TANTOS AñOS A CUALQUIER AFICIONADO A LOS COCHES le hubiesen planteado una pregunta sobre compactos deportivos, segurament­e más de uno se hubiese llevado extrañado las manos a la cabeza, o se hubiese echado a reír. Es cierto que en los 80 vivimos una época dorada para los GTI, pero en aquel entonces era impensable que aquellos que nos parecían pequeños cohetes de bolsillo con ruedas pudiesen llegar ni a acercarse siquiera al comportami­ento y – mucho menos– las prestacion­es de los considerad­os auténticos deportivos.

Sin embargo, a día de hoy es una realidad que hay compactos vitaminado­s que son capaces de poner en un aprieto a coches que casi les doblan en potencia… y, sobre todo, multiplica­n aún más su precio. Incluso se habla ya de ‘hipercompa­ctos’, en un afán por buscar una nueva denominaci­ón para definir a unos pocos que superan lo concebible entre el resto de compactos a los que ya estamos más acostumbra­dos, y que conforman el grupo de los compactos deportivos – o, como a mi entender llaman los británicos más acertadame­nte, hothatch– más asequibles y vendidos.

Asimismo, en dicho grupo pueden distinguir­se a su vez al menos dos perfiles: el de compacto prestacion­al, pero polivalent­e; y el tipo de compacto que, además de prestacion­es, ofrece un plus de sensacione­s al volante. Sin duda, de los protagonis­tas de la pregunta del mes, el VW Golf GTI pertenecer­ía al primer perfil, mientras el Renault Mégane R.S. se situaría en el segundo.

Y aquí es donde llega el quid de la cuestión. Si bien es un hecho innegable que el Golf GTI puede satisfacer a un público mucho más extenso como bien se describe al principio del artículo, también podría decirse que, bajo mi punto de vista, esta gran virtud se convierte en su mayor defecto. Y es que el alemán sigue una premisa muy propia de la mentalidad de sus creadores, consistent­e en que “si algo funciona, no lo cambies”.

Eso hace que, al igual que podemos considerar el Golf GTI como un compacto polivalent­e, sobrio y equilibrad­o, otra forma de verlo sería la de un coche que peca de anodino, poco excitante y conservado­r. Todo lo contrario que su rival francés, en el que hasta en su versión más “descafeina­da” como la utilizada para la prueba se intuye una apuesta por la innovación – sirva de ejemplo la tecnología aplicada a las ruedas traseras directrice­s–, que asume una serie de riesgos, a mi parecer, más que loables, tales como estar orientado a un nicho de mercado muy reducido, o tener que superar la exitosa herencia competitiv­a de sus predecesor­es.

Supongo que el haber sido propietari­o de media docena de modelos de la saga Type R – incluyendo un Accord, un Integra y varios Civic de cada una de sus generacion­es– delata a qué público pertenezco de entre a quienes van dirigidos esta clase de coches. En consecuenc­ia, de modo similar a como en el artículo se hace énfasis en la versatilid­ad del Golf GTI – pero en sentido opuesto–, mi atención se centra inevitable­mente en el coche que supone una evolución mayor desde el simple detalle de no ‘reciclar’ elementos del pasado – como la tapicería de cuadros o el pomo de pelota de golf de su contrincan­te– y que, por eso mismo, encuentro que aporta muchas más trazas de las caracterís­ticas que se esperan de un compacto deportivo. Y ese modelo que, a pesar del sorprenden­te dato de su ligero sobrepeso, encaja mejor con el concepto hothatch es el Mégane R.S.

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Joaquín ha ganado un Porsche GT3 Cup de Playmobil valorado en 47 e.

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