MAIL EVO
SI HACE NO TANTOS AñOS A CUALQUIER AFICIONADO A LOS COCHES le hubiesen planteado una pregunta sobre compactos deportivos, seguramente más de uno se hubiese llevado extrañado las manos a la cabeza, o se hubiese echado a reír. Es cierto que en los 80 vivimos una época dorada para los GTI, pero en aquel entonces era impensable que aquellos que nos parecían pequeños cohetes de bolsillo con ruedas pudiesen llegar ni a acercarse siquiera al comportamiento y – mucho menos– las prestaciones de los considerados auténticos deportivos.
Sin embargo, a día de hoy es una realidad que hay compactos vitaminados que son capaces de poner en un aprieto a coches que casi les doblan en potencia… y, sobre todo, multiplican aún más su precio. Incluso se habla ya de ‘hipercompactos’, en un afán por buscar una nueva denominación para definir a unos pocos que superan lo concebible entre el resto de compactos a los que ya estamos más acostumbrados, y que conforman el grupo de los compactos deportivos – o, como a mi entender llaman los británicos más acertadamente, hothatch– más asequibles y vendidos.
Asimismo, en dicho grupo pueden distinguirse a su vez al menos dos perfiles: el de compacto prestacional, pero polivalente; y el tipo de compacto que, además de prestaciones, ofrece un plus de sensaciones al volante. Sin duda, de los protagonistas de la pregunta del mes, el VW Golf GTI pertenecería al primer perfil, mientras el Renault Mégane R.S. se situaría en el segundo.
Y aquí es donde llega el quid de la cuestión. Si bien es un hecho innegable que el Golf GTI puede satisfacer a un público mucho más extenso como bien se describe al principio del artículo, también podría decirse que, bajo mi punto de vista, esta gran virtud se convierte en su mayor defecto. Y es que el alemán sigue una premisa muy propia de la mentalidad de sus creadores, consistente en que “si algo funciona, no lo cambies”.
Eso hace que, al igual que podemos considerar el Golf GTI como un compacto polivalente, sobrio y equilibrado, otra forma de verlo sería la de un coche que peca de anodino, poco excitante y conservador. Todo lo contrario que su rival francés, en el que hasta en su versión más “descafeinada” como la utilizada para la prueba se intuye una apuesta por la innovación – sirva de ejemplo la tecnología aplicada a las ruedas traseras directrices–, que asume una serie de riesgos, a mi parecer, más que loables, tales como estar orientado a un nicho de mercado muy reducido, o tener que superar la exitosa herencia competitiva de sus predecesores.
Supongo que el haber sido propietario de media docena de modelos de la saga Type R – incluyendo un Accord, un Integra y varios Civic de cada una de sus generaciones– delata a qué público pertenezco de entre a quienes van dirigidos esta clase de coches. En consecuencia, de modo similar a como en el artículo se hace énfasis en la versatilidad del Golf GTI – pero en sentido opuesto–, mi atención se centra inevitablemente en el coche que supone una evolución mayor desde el simple detalle de no ‘reciclar’ elementos del pasado – como la tapicería de cuadros o el pomo de pelota de golf de su contrincante– y que, por eso mismo, encuentro que aporta muchas más trazas de las características que se esperan de un compacto deportivo. Y ese modelo que, a pesar del sorprendente dato de su ligero sobrepeso, encaja mejor con el concepto hothatch es el Mégane R.S.