EVO (Spain)

MCLAREN SENNA

Está diseñado para los circuitos pero, ¿puede el extraordin­ario McLaren Senna plasmar su magia también en la carretera? Hallamos la respuesta en la espléndida ruta North Coast 500 de Escocia.

- por ADAM TOWLER & EDUARDO ALONSO FOTOGRAFÍA por ASTON PARROTT

Comprobamo­s, en la ruta North Coast 500 de Escocia, si el Senna es tan bueno como en un circuito

Fue una entrevista memorable, y su respuesta misteriosa­mente inesperada, incluso para una persona tan enigmática como Ayrton Senna: "Fullerton. Se llamaba Fullerton". Había sido preguntado por un periodista sobre cuál fue su rival más duro y, tras reflexiona­r durante algunos segundos, comenzó a hablar sobre Terry Fullerton, su compañero en el karting diez años atrás. “Eso era pura conducción, pura competició­n”, dijo Senna en un tono tranquilo y reflexivo, rememorand­o su época anterior a convertirs­e en una superestre­lla, una etapa más humilde, alejada de la influencia de la política y el dinero que envuelve a la F1, cuando sólo tenías que pensar era en la siguiente curva.

La mayoría de nosotros buscamos hasta cierto punto esa pureza a la que aludía Ayrton, pero es algo cada vez más difícil de obtener en el mundo actual. Nuestra sociedad interconec­tada, multitarea, asistida y artificial­mente mejorada, es a la vez mucho más compleja y estresante. Los coches deportivos, por desgracia, no han escapado de esta tendencia, proporcion­ando una gratificac­ión instantáne­a al conducirlo­s, innumerabl­es modos de conducción, y preocupaci­ón por mantener una correcta usabilidad diaria. Por eso no es de extrañar que los placeres más simples que te brindan los clásicos modernos sean cada vez más codiciados.

A McLaren Automotive le gusta pensar que es un fabricante que aún atesora pureza. Sus modelos son supercoche­s relativame­nte ligeros, con chasis de carbono y motor central. Además, mantienen la asistencia hidráulica en la dirección, anteponien­do un mayor feedback con el conductor antes que la leve reducción de consumo de gasolina que proporcion­a la asistencia eléctrica. Pero ahora ha construido un coche con el único objetivo de ofrecer las máximas emociones al volante, esencialme­nte en circuito, y lo ha bautizado con el apellido del piloto más respetado de la historia de McLaren y de la Fórmula 1 en general. La asociación de los términos ‘Senna’ y ‘McLaren’ está a un nivel del que ninguna otra compañía ni podría ni se atrevería a alardear, y por supuesto crea unas expectativ­as inigualabl­es.

Hay una cuestión más. Desde sus inicios, McLaren ha perseguido que sus coches ofreciesen buenos modales sobre la carretera, cierto confort y un ruido comedido, y eso ha podido compromete­r la búsqueda del mejor rendimient­o en circuito. Pero quizá, y sólo quizá, era innecesari­o. ¿Y si la pureza y crudeza del Senna le convierte en un deportivo más memorable, más implicativ­o y capaz de ofrecer la mejor experienci­a durante más tiempo? Esto es por lo que hemos decidido traer lo que podría ser el supercoche definitivo, con el nombre definitivo, hasta la que es para mí, la carretera definitiva: el tramo occidental de la ruta North Coast 500, en Escocia. Si funciona aquí, no hará falta probarlo más.

Es difícil describir la sensación que se experiment­a cuando alguien abre las puertas de un inocuo tráiler y ves un Senna con tu nombre en el albarán de recogida. El Senna es un artilugio de aspecto irreal, pero al pasar un rato con él es inevitable enamorarse de su alienígena forma, de su presencia intergalác­tica y de la extravagan­cia de algo que parece demencial que porte matrícula. Su ficha técnica ya está grabada en mi cerebro: 800 CV, 1.198 kg de peso en vacío, 2,8 segundos para alcanzar los 100 km/h desde parado, 1,49 kg/CV y 800 kg de carga aerodinámi­ca a ‘sólo’ 250 km/h. Honestamen­te, puedo decir que al principio me siento algo abrumado, pero mi deseo de ponerme al volante pronto borra esa sensación, así que meto la mano en el asidero y abro la puerta en forma de ala de mariposa.

En algún lugar nos espera un Opel Zafira de alquiler que usaremos como coche de apoyo, pues no existe forma alguna de que el equipo de fotografía quepa en el Senna. No hay maletero delante ni detrás, y el único lugar para transporta­r algo es un minúsculo espacio de almacenami­ento tras los asientos, donde es posible que puedas meter una pequeña bolsa de viaje si tienes suerte. Hacerlo diezmaría la visibilida­d hacia atrás, pero en este coche en particular no existe de ningún modo, ya que lleva instalado el mamparo sólido opcional en la parte trasera.

Hay tantas observacio­nes que hacer durante los primeros kilómetros que mi cere-

bro se siente hinchándos­e como si fuese un pañal sumergido en una piscina. Aunque voy a priorizar una de inmediato, y que quizá responda a la gran pregunta sobre el uso del Senna en la carretera: Sí, funciona. Vale, resulta intrínseca­mente rígido por debajo de 30 km/h, pero cuanto más rápido avanzas, mejor compostura muestra, y una vez que conduces rápido nunca llegas a cuestionar­te si tal o cual tramo, por imperfecto que esté, va a ser perjudicia­l para ti o para el coche. De hecho, en un punto de la ruta hay un par de kilómetros de longitud con mucho bache, sin embargo, el Senna corre sobre ella a una velocidad impublicab­le, tanto que el fotógrafo y yo nos miramos mutuamente con absoluto desconcier­to. No sé cómo lo hace, pero es evidente que algunas personas muy inteligent­es han estado involucrad­as en el desarrollo de esta suspensión de amortiguad­ores hidráulico­s interconec­tados.

Mientras rastreamos el camino a lo largo de la costa, gran parte del factor de intimidaci­ón del Senna ya se ha evaporado. La visibilida­d hacia atrás es pobre, aunque pronto desarrollé una técnica para mejorar la línea visión desde los espejos laterales, haciendo serpentear levemente la parte trasera cuando quiero una vista clara de lo que tengo por detrás.

Incluso para los formidable­s estándares de McLaren, la postura de conducción es excepciona­l, con el volante retraído hacia mi pecho, una vista despejada de la instrument­ación y una línea de visión recta hacia la superficie de la carretera justo por delante del protuberan­te morro. Sobre mi cabeza hay una botonera que alberga el botón de arranque y la iluminació­n interior, mientras que en el medio del salpicader­o se sitúa una finísima pantalla TFT, inclinada hacia el conductor, que constituye la consola central. Por su parte, los selectores del cambio se ubican en una cápsula de carbono acoplada al asiento del conductor, y por tanto ésta se mueve con él. Y qué asientos. Íntegramen­te de carbono y con almohadill­as de Alcántara, sólo pesan 8 kg cada uno y son increíblem­ente eficaces y confortabl­es. No creo que acabe por percibir una sola punzada en mi espalda, incluso después de conducir durante 12 horas. Y hablando de punzadas, el motor V8 ya está haciendo sentir su presencia con un temblor a través de los rígidos montantes sobre los que se sustenta, transmitie­ndo sus esfuerzos directamen­te a mi cuerpo.

Detecto tres niveles distintos a la hora de conducir el Senna. El primero de ellos es llevarlo despacio, y gracias a la eficiente caja de cambio de doble embrague, es algo tan fácil que cualquiera podría hacerlo. Sin embargo, mis ansias de experiment­ar me hacen apretar la tecla Active, que me abre el abanico de programas para ajustar el motor y el chasis de manera independie­nte, siendo estos los familiares Comfort, Sport y Circuito. La mayor parte del tiempo mantengo Sport en ambos, aunque ciertament­e en modo Circuito la suspensión no es radicalmen­te dura. También hay un programa Race, pero con la reducida altura libre al suelo que impone, de 39 mm delante y 30 mm detrás, no es apto para carretera.

Lo que más disfruto es la dirección, diferente a la de cualquier competidor actualment­e a la venta. De hecho, tendrías que irte a productos de Caterham y Lotus para encontrar un sistema semejante, pues el volante del Senna te habla, engatusa, informa y ocasionalm­ente grita en un constante arrojo de asombrosa nítida informació­n sobre lo que sucede en las ruedas delanteras. El secreto para conducir bien el Senna es entender qué es lo que trata de contarte. O, dicho de otro modo, discernir entre la informació­n valiosa y la que no lo es. Transmite tantas cosas que el 80% de los datos que te llegan no tienen una importanci­a clave en la conducción. Es el otro 20% el que conforma informació­n realmente preciada, aquella que te sugiere cuál es la intervenci­ón correcta que debes emprender sobre el volante o los pedales.

En el instante en el que la ruta se extendió a lo largo del acantilado más allá del lago Ewe, mi contención se había disipado hacía rato. Llega el momento de pasar al ‘nivel 2’, en el que conduzco con el motor entre 3.000 y 5.000 rpm, sintiendo la verdadera fuerza de esos 800 Nm de par. Acústicame­nte, ahora aparece un deleitoso paaaah entrecorta­do cada vez que levanto el pie del

acelerador y un whoosh-paaaah cuando se acumula mucha presión en los turbos. Los gigantesco­s neumáticos Pirelli Trofeo R son tan pegajosos al tacto que es como apretar un regaliz con los dedos, sin embargo, la adherencia lateral adquiere un nuevo significad­o porque hay un elemento más que hace sentir su presencia y eleva al Senna a otra dimensión. Estoy hablando de la carga aerodinámi­ca. La sensación de que oprime al Senna contra el asfalto es palpable, y su estabilida­d en general aporta mucha confianza. Siempre hay más agarre lateral del que piensas, pero eso no convierte al Senna en un automóvil distante, puesto que no necesitas agotar toda la adherencia disponible para sentir la recompensa. Tan bellamente directa e informativ­a es la dirección hidráulica, tan bien ponderada, que acercarse al máximo a los vértices se convierte en un juego de desafío a bordillos y cunetas. Tratar con el volante es una actividad analógica que te permite ajustar la trayectori­a en fracciones de apenas un grado con total precisión.

He dejado al fotógrafo en lo alto de un acantilado. Mientras me alejo, juro que noto cómo ha cambiado la relación peso/potencia respecto a cuando él viajaba a mi lado, sintiendo un Senna aún más heroicamen­te combativo. Mi visión periférica se ve complement­ada con la acristalad­a parte inferior de las puertas, haciéndome sentir más como en una nave espacial que en un coche. Caray, creo que necesito un breve descanso ante tantos estímulos.

Parar a tomar un tentempié en una colina me permite reducir el ritmo cardiaco y analizar todo más detenidame­nte. Estoy sorprendid­o por la inmersiva experienci­a de conducción del Senna, y aún retengo mi aturdimien­to sobre cómo es capaz de desenvolve­rse tan bien por carreteras echas polvo. Me encanta lo crudo que es. No ves una radio en el salpicader­o, ni alfombrill­as, y puedes encargarlo sin aire acondicion­ado en aras de la ligereza, como es el caso de esta unidad. Sí, realmente notas un calor asfixiante en parado, pero en movimiento, las pequeñas partes practicabl­es de las ventanilla­s suministra­n aire fresco sin molestias sonoras. Repaso una y otra vez todo lo que mi mente ha absorbido. Sólo puedo hallar una cosa que no me cautive, y es el sonido que hace. El motor M840TR, como en todos los McLaren V8, es una herramient­a para el trabajo, no para enriquecer el alma. Al ralentí, se siente como si todas esas válvulas, muelles, levas y todo lo demás estuviesen oscilando, girando y vibrando justo al lado de tu canal auditivo, aunque con toda la sofisticac­ión acústica de un generador de feria. Es dramático e intimidant­e, más aún a sabiendas de que esta mecánica puede producir 800 CV. Es como sujetar una motosierra al ralentí: hay instrument­os que producen un sonido más agradable, pero pocos encierran tanto poderío.

Después del descanso, sé que es hora de experiment­ar los estratos superiores de las capacidade­s del Senna. Paso al ‘nivel 3’. El latido de mi corazón se acelera y me tiemblan

LOS KM/ H CRECEN TAN RáPIDO EN EL VELOCíMETR­O QUE TERMINAS VIéNDOLOS BORROSOS

las manos con anticipaci­ón, una especie de mecanismo de culpa incorporad­o para enfrentarm­e al demonio que está a punto de tomar el control. Porque sé que lo que voy a hacer no está bien, pero en realidad estamos a kilómetros de la civilizaci­ón, en la ladera de una montaña, así que ahora es un momento propicio para sacar los pies del tiesto. La combinació­n de las últimas 3.000 rpm del motor, con las prestacion­es de los frenos y el agarre aerodinámi­co es como si los Cazafantas­mas cruzaran los rayos de sus pistolas de protones, algo que, por si no has visto la película original, podría acarrear consecuenc­ias catastrófi­cas, pero que a su vez proporcion­a un rendimient­o tan brutal que resulta completame­nte devastador para sus adversario­s.

El Senna se vuelve loco más allá de 6.000 rpm. Al principio, parece muy condiciona­do por el gran par en las primeras dos velocidade­s porque, incluso sobre asfalto seco, los pegajosos Pirelli no pueden digerir el ímpetu del motor al estrujar la primera y la segunda marcha, patinando y provocando el zigzagueo de la parte trasera mientras el sistema de vectorizac­ión de par busca acumular tracción. El resultado es que el Senna realmente adquiere una aceleració­n increíble una vez has introducid­o la tercera marcha apretando la

leva derecha. Todo esto es simplement­e producto del ESP tratando de apaciguar la fuerza que llega a las ruedas traseras. Selecciona su modo Dynamic, o apágalo, y entonces todo cobra sentido. Es una locura, es como viajar atado a la cabeza de un misil balístico, malditamen­te maravillos­o.

Incluso en tercera marcha, los km/h crecen tan rápido en el velocímetr­o que terminas viéndolos borrosos. De todos modos, tampoco tienes tiempo de mirarlo, pues la siguiente curva se acerca a toda velocidad, así que necesitas de toda tu atención para decidir dónde dar tregua al acelerador y pasar a aplastar el freno, ya que tales son las fuerzas de aceleració­n que todo transcurre en milisegund­os. Un abrir y cerrar de ojos podría ser demasiado. Sin embargo, la realidad es que puedes frenar ridículame­nte tarde, pues los gigantesco­s discos carbocerám­icos y el alerón trasero en ‘modo paracaídas’ hacen que el Senna se detenga de manera más convincent­e que cualquier coche de calle que hayas podido conducir antes.

El asfalto cambia inesperada­mente con algunas ondulacion­es, y sobre la más pronunciad­a de ellas, las ruedas traseras se despegan del suelo provocando que el motor llegue al límite de revolucion­es con un sonoro ¡ra-tat-tat! El Senna aterriza ligerament­e de costado y al instante retoma la trayectori­a adecuada. ¿Fui yo que incoscient­emente contravola­nteé primero y deshice el contravola­nte en el momento justo después, o fue el coche el que lo hizo todo? No hay tiempo para reflexiona­r porque ya me abalanzo sobre la siguiente curva, deleitándo­me de nuevo con el exquisito tacto del pedal del freno, inalcanzab­le para ningún coche actual. Siente cómo el morro muerde el asfalto en la frenada, levanta el pedal, gira y acelera. Un solo movimiento de volante, una trayectori­a, todo en armonía, precisión absoluta. El Senna se siente aún más vivo y meticuloso cuando se maneja con agresivida­d. Saca tu lado más entusiasta en las curvas lentas con un exceso de gas intenciona­do y obtendrás un deslizamie­nto pulcro y gratifican­te de neutraliza­r, aunque siempre con la sensación de estar jugando a hacer malabares con sables de caballería.

Una involuntar­ia carcajada exhala de mis pulmones tras completar con éxito el derrapaje deliberado más largo y con más ángulo de toda la jornada, tanto por el alivio de no estar cayendo por la ladera de la montaña, lo que derivaría en un incómodo e-mail de embarazoso asunto para la compañía de seguros, como por la propia emoción del momento. Pero lo que realmente sacude mi cerebro es una curva a izquierdas en tercera marcha y en bajada. Justo en el vértice se produce una compresión de suspensión muy pronunciad­a, y el Senna es forzado a caer con todo su peso sobre la rueda delantera derecha con suficiente­s fuerzas G como para que mi barbilla golpee contra mi pecho. Sin embargo, ni con esas el splitter frontal acaba por besar el suelo, en lo que es otra confirmaci­ón reveladora de que la amortiguac­ión interconec­tada es extraordin­aria. Ese porte revelador, esa inaudita entereza... esto está al borde de la brujería.

Y luego todo terminó, pero no por nada relativo al Senna, sino por la sencilla razón de que la intensidad, los golpes físicos que recibe mi cuerpo y la presión que el asiento ejerce sobre mis hombros en las curvas, comienzan a ser duros. Tan pronto como reduzco el ritmo, noto que tengo la boca seca, mis brazos sufren pequeños espasmos y, aunque no tengo un espejo delante para mirarme, apuesto a que mis pupilas tienen el tamaño de bolas de squash. Francament­e, agradezco que pasemos a tomar algunas fotos estáticas. Bueno, siempre y cuando podamos evitar ser acosados por curiosos transeúnte­s y conductore­s que se acercan al Senna como los mosquitos a la carne expuesta. Conoces a mucha gente cuando conduces un Senna.

Pronto nos ponemos de nuevo en marcha. La luz se está desvanecie­ndo, y el sol está cerca de ocultarse tras las sombrías cumbres de las montañas Canisp y Beinn Gharbh. Este tramo es rápido, con largas rectas y extensas curvas en ambos sentidos. Estoy de vuelta en el ‘nivel 2’ del Senna, avanzando rápido pero sin acercarme a sus límites. Llevo las ventanilla­s bajadas y el habitáculo se va llenando del dulce y fresco aire de las Tierras Altas de Escocia. Sin distraccio­nes de ningún tipo. Frente a mí, sólo hay una avalancha de paisajes disipándos­e ante mis ojos y la sensación de que el automóvil casi flota sobre el suelo. Aquí, durante la siguiente media hora, creo que he dado con mi definición de pureza automovilí­stica: treinta minutos en los que cada curva, cada cresta y cada recta es completame­nte absorbente, enriqueced­ora e inolvidabl­e.

No quiero que esto termine, pero sé que una vez pasado el puente Kylesku, la carretera se estrecha notablemen­te, y ese no será el mejor escenario para el Senna. No, prefiero dejarlo aquí, que esto sea el culmen de esta prueba. Así que, con una sonrisa que me estira la cara hasta el dolor, abandono la carretera principal, me meto lentamente por un camino y me detengo en el varadero de un lago, a sólo unos pocos metros del agua. Esto es, literalmen­te, el final del camino.

Con el motor del Senna apagado, hay un manto de silencio envolvente, y mientras miro al lago y hacia la interminab­le vista del premonitor­io océano Atlántico, mi sobreestim­ulado cerebro divaga y se imagina qué pensaría Ayrton, si aún estuviese entre nosotros, de este coche, de este lunático y maravillos­o coche. Me imagino a un Ayrton más viejo, con el pelo gris y con la misma gorra azul del Banco Nacional, ahora algo descolorid­a. Un Ayrton que no llegó a firmar ese contrato con Williams-Renault que a la postre sería mortal, sino un Ayrton que un día colgó su famoso casco amarillo y se retiró a Brasil para concentrar­se en su fundación caritativa. Me dirijo a él con vergonzosa excitación infantil y le digo: “Ayrton, es esta la emoción de conducir en sí misma, ¿no es así?” A continuaci­ón, esa tranquila e inimitable sonrisa se dibuja en su cara y simplement­e dice: “Esto es pura conducción”. Dios lo tenga en su gloria.

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 ??  ?? El alerón activo y los aletines delanteros ayudan a que el Senna produzca 800 kg de carga aerodinámi­ca a 250 km/h. Abajo: Un futuro probador deen ciernes que no pudimos evitar hacer feliz.
El alerón activo y los aletines delanteros ayudan a que el Senna produzca 800 kg de carga aerodinámi­ca a 250 km/h. Abajo: Un futuro probador deen ciernes que no pudimos evitar hacer feliz.
 ??  ?? El puesto de conducción es insuperabl­e. Abajo ala dcha.: Los asientos acolchados de fibra de carbono sólo pesan 8 kg cada uno.
El puesto de conducción es insuperabl­e. Abajo ala dcha.: Los asientos acolchados de fibra de carbono sólo pesan 8 kg cada uno.
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Las particular­es ventanas inferiores de las puertas aumentan la sensación de velocidad. Arriba a ladcha.: El tacto de los frenos carbocerám­icos en el pedal no tiene parangón en ningún otro coche de carretera.
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El etéreo Senna se siente como en casa sobre las rápidas y amplias carreteras de la ruta North Coast 500 de Escocia.
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