FORD MUSTANG BULLIT
Ford recupera el apellido del agente Bullitt para dar vida a la versión más exclusiva y potente del Mustang en nuestro país.
SIEMPRE HE PENSADO que los yanquis son unos fuera de serie a la hora de vender las cosas. Basta con ver cómo se lo montan con la NBA, con la Superbowl o, lo que aún me resulta más llamativo, cómo son capaces de convertir en un adictivo espectáculo las carreras de coches en las que, aparentemente, los pilotos sólo dan vueltas y vueltas y más vueltas a un circuito oval. Luego, cuando la curiosidad te lleva a ver uno de esos eventos, te das cuenta de que, sin duda alguna, todavía tenemos mucho que aprender de ellos en todo esto.
Lo cierto es que en Europa somos diferentes. ¿Mejores? ¿Peores? No sé. Diferentes. Supongo que según gustos. La cuestión es que hoy voy a tener la oportunidad de ponerme a los mandos de uno de sus iconos del motor para tratar de explicar de qué va su filosofía automovilística, al menos en lo que a deportivos se refiere: voy a probar el Ford Mustang Bullitt.
Creado sobre el Mustang GT 5.0 V8 de 450 CV, el Bullitt es una edición limitada –aunque Ford no ha confirmado aún ni a cuántas unidades ni a cuánto tiempo; algo muy yanqui…– que, además de ofrecer 10 CV más, cuenta con una estética muy similar a la de la unidad empleada por el actor Steve McQueen en la película Bullitt de 1968: sólo se ofrece en el color VerdeHighland, cuenta de serie con unas llantas de idéntico diseño TorqThrust –aunque ahora con 19 pulgadas–, las pinzas de freno van pintadas en rojo, la palabra Mustang deja su sitio a la de Bullitt en el portón del maletero y el caballo deja de
galopar en la parrilla delantera, que carece de distintivo alguno.
En el interior, además del pomo del cambio en blanco y las costuras en verde, la mayor diferencia es la chapa numerada que identifica a cada unidad. Por lo demás, no hay grandes variaciones salvo en la factura: tener un Bullitt supone pagar 55.550 euros, y eso son exactamente 6.000 euros más de lo que cuesta un Ford Mustang GT 5.0 V8. Una pasta si te lo dicen así, pero tampoco tanto teniendo en cuenta que no me parece nada desorbitado pagar esa cifra por un precioso y mítico coupé de 460 CV.
Porque sí, el Mustang mola. Y el Bullitt, por supuesto, no mola menos. ¿Tú sabes lo que se siente cuando pisas el embrague, pulsas el botón de arranque que hay justo delante del cambio y el V8 cobra vida soltando un ronquido digno de un buen ‘pepino’ de los años 80? No tiene precio. Y ahora que las restricciones de circulación nos afectan cada vez más a los que vivimos en Madrid, mucho menos. Me niego a cerrar la puerta. Cada golpe de gas rompe el silencio del garaje de forma atronadora, y por un momento empiezo a desear que la mismísima alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, aparezca por el pasillo, pues estoy seguro de que no podría evitar esbozar una sonrisa al tiempo que notaría cómo se le pone la carne de gallina.
La radio está puesta, aunque el volumen es mínimo. La apago. Bajo las dos ventanillas. Quiero sentir tanto como me sea posible la orquesta sinfónica que brota de los cuatro escapes del Bullitt. Meto primera. El tacto del cambio es
Este Mustang es un GT con 10 CV más y el aspecto del empleado en la película
Bullitt de Steve McQueen
duro y metálico. Delicioso. Pero los recorridos son algo largos, y eso no va a ser lo mejor a la hora de cambiar deprisa. Da igual. Es parte del sabor de los deportivos americanos, que además optan por unos desarrollos también largos que, en una carretera de curvas, tampoco te permiten cambiar muchas veces de marcha.
No tardo en salir a carretera para dejar que el V8 ‘estire las piernas’ y mis pulsaciones suban al ritmo que marca la aguja del cuentavueltas. El 5.0 suena muy bien, pero no impresiona por su empuje. Tiene tanta fuerza como un camión, aunque no es un motor que se enrabiete como, por ejemplo, el propulsor turboalimentado de un BMW M4 con 431 CV –29 CV menos que el Ford, aunque también mucho más caro: cuesta desde 92.100 –. Nada que ver. Es un coche con el que se disfruta conduciéndolo a ritmos normales, y que se siente especialmente a gusto cuando las carreteras son anchas y están bien asfaltadas.
Cuando el trazado se va retorciendo, el asfalto se deteriora y tratamos de forzar el ritmo, la sensación de que el Mustang ya no está en su salsa se va acrecentando. Los 1.818 kilos que pesa el Bullitt no pasan desapercibidos y, aunque nuestra unidad cuenta con la suspensión adaptativa opcional por 2.200 euros, no tardo en comprender que el Mustang no me permitirá enlazar curvas como el citado M4 ni encontrar sus límites a un ritmo tan elevado. Va bien, te deja trazar con precisión, la suspensión hace un buen trabajo pero… no es un deportivo al estilo europeo. No es que sea torpe, pero sí es cierto que el peso está ahí, y eso al final termina por generar demasiadas inercias y sobrecargar de trabajo al eje delantero. También lo es que la ya citada progresiva respuesta del motor o los largos desarrollos del cambio no están pensados para devorar curva tras curva como si fuese un WRC del Mundial de Rallyes. Es más, estoy convencido de que un simple Ford Fiesta ST le pondría las cosas muy complicadas, por no decir que imposibles, cuando las rectas desaparecen de la carretera.
Dicho así, uno puede pensar que esto no es lo que uno espera de un coche de tracción trasera y 460 CV, una configuración que, en circuito, hasta permite driftar con mucha elegancia gracias a la progresividad del motor y a la excelente tracción que le otorga el diferencial autoblocante de serie. Por el amor de Dios, ¡que hasta tiene un modo para hacer burnouts – hacer patinar las ruedas traseras en parado– de forma automática!
Pero hacer los mejores tiempos en un tramo de rallyes no es su objetivo, porque el Mustang responde fielmente a lo que buscan en Estados Unidos cuando uno quiere un deportivo: un coche plenamente utilizable a diario, cómodo y que, en cambio, es capaz de despertar todos tus sentidos con simplemente conducirlo. En eso, sin duda, el Mustang es un especialista, un modelo capaz de convertir momentos triviales en experiencias inolvidables. Y eso explica que, cuando paras el motor en el garaje y el silencio se apodera del ambiente, quieras tener uno a toda costa.
El Mustang Bullitt es especialista en convertir momentos triviales en experiencias inolvidables