959 ( 1986)
El 959 no representa sólo un hito en la historia de Porsche, sino en el de la automoción en general. Nunca – jamás– un fabricante ha incorporado tantas innovaciones en un coche de calle… aunque fuera uno del que sólo se iban a construir 337 unidades. En el 959 absolutamente todo era especial. La carrocería era de kevlar y aluminio; y las llantas, de magnesio. La presión de los neumáticos era regulable; y la altura de la carrocería, también. Contaba con un sistema de tracción total hang-on, y con un selector de superficies para adaptarse a distintos terrenos. El motor empleaba un doble turbo secuencial, un concepto que tardaría décadas en aplicarse a algunos motores diésel: para reducir el retraso en la respuesta, un turbo pequeño, con poca inercia, se encarga de generar sobrepresión a bajo régimen. Mientras, un segundo turbo, más grande, va cogiendo vueltas. Cuando la presión del grande supera la del pequeño, este le reemplaza. El efecto es un inacabable patadón, desde las 2.000 rpm y hasta el corte. Tal fue la ‘ida de olla’ de Porsche con el 959 que incluso contaba con una marcha ultracorta G para moverse de forma confortable fuera de carretera, aprovechando la posición más alta de la carrocería. Muchas de sus innovaciones técnicas no se han descartado: es que aún no han llegado a la serie.