EVO (Spain)

PORSCHE 718 CAYMAN GTS

Con un bóxer turbo de cuatro cilindros donde solía residir uno de seis, ¿puede el último Porsche Cayman GTS aún emocionarn­os en los Pirineos y estar a la altura del anterior?

- POR H. CATCHPOLE & J. ÁLVAREZ FOTOGRAFÍA POR DAMIAN BLAKEMORE

Recorremos los Pirineos para averiguar si el actual Cayman GTS de cuatro cilindros está a la altura del anterior con seis

POR LA MEGAFONÍA SUENA: "Gracias, tripulació­n. Quedan diez minutos para el aterrizaje. Diez minutos para el aterrizaje". Bing. Sobre mi cabeza se enciende la luz del abrochado de cinturones, y en el pasillo hay un hombre, rumbo al lavabo, que de repente parece asustarse momentánea­mente ante la decisión de ir o no ir al baño. Debe ser británico.

Vuelvo a mirar por la pequeña ventanilla doble de mi izquierda. En las últimas dos horas he ido observando muchas posibilida­des. Bajo el avión han ido pasando un montón de carreteras que podría elegir para conducir durante los próximos dos días. Es domingo por la tarde y dentro de una hora estaré en el aparcamien­to del aeropuerto de Málaga, al volante de un Porsche 718 Cayman GTS y con la palma de mi mano derecha sobre una palanca de cambios manual.

El mar de Alborán quedará al sur y todo el terreno que hemos sobrevolad­o estará al norte. ¿Nuestro objetivo? Volver al punto de partida, el aeropuerto londinense de Heathrow, a última hora del martes. Puedo ir a cualquier sitio. O, al menos, eso pensé cuando me senté por primera vez a planear este viaje...

Dos días y medio suena a una eternidad. Incluso teniendo casi 2.500 kilómetros por delante parece que podré tener una agenda holgada, sin embargo –y siento si parece que estoy atacando al proceso de producción de revistas–, si contemplas que tendrás que dedicar un día entero a la sesión de fotografía­s, de repente el programa ya empieza a parecer más apretado.

Escaneando el paisaje desde nuestra aún elevada ruta de vuelo, puedo ver las montañas del Parque Nacional de Sierra Nevada al este. Ahí es donde inicialmen­te había pensado que debíamos ir en busca de una gran carretera, pero no conseguí encajar los aspectos logísticos. Habríamos llegado con unos pocos minutos de luz de día disponible esta tarde y, por tanto, el día de mañana tendría que haberse dedicado a fotos, por lo que ya no habrían cuadrado los cálculos de tiempo y distancia para el viaje del martes. De hecho, a medida que miraba mapas y echaba cuentas, se reducía el número de carreteras disponible­s para hacer fotos. Afortunada­mente, todas estas carreteras están en el mismo sitio: los Pirineos.

Pero, ¿a dónde ir en esta espectacul­ar cordillera? A veces la respuesta es demasiado obvia. Escribe 'Pirineos' en Google Maps y junto al lugar donde te marca el centro de esta cadena montañosa hay una serpentean­te sucesión de curvas que parece demasiado bonita como para ser cierta. Ni siquiera he oído hablar de dicha carretera, lo que me genera escepticis­mo, pero en cualquier caso es imposible pasarla por alto.

Una hora más tarde la ruta ya está en el navegador PCM del Porsche y nos alejamos de la enorme y abierta estructura de la Terminal 3 del Aeropuerto de Málaga – diseñada por Bruce S Fairbanks, ya que preguntas–. Los modelos GTS de Porsche no son mucho más que una colección de los opcionales más interesant­es, recogidos en una versión con un precio más asequible. Sí, el 718 Cayman GTS tiene 15 CV adicionale­s sobre el Cayman S –y también 10 Nm extra de par si se elige la caja PDK–, pero realmente no es suficiente para que la diferencia sea tan-

gible en carretera o a nivel de tiempos de vuelta en circuito. Aun así, también sabemos que los GTS, de alguna manera, son mucho más que simplement­e la suma de sus partes y, con frecuencia, acaban siendo extremadam­ente deseables. Este GTS en concreto es aún más atractivo gracias a los frenos carbocerám­icos opcionales – 8.349 euros– que reducen la masa no suspendida, o a la versión Sport de la suspensión PASM que reduce la altura en 20 milímetros –por apenas 272 euros–.

A nada de esto le damos mucho uso durante la primera parte del viaje cruzando España, en la que apenas pasan cosas reseñables, más allá de un motor que suena algo tosco –pero que mejora a medida que hacemos kilómetros–, un increíble atardecer, una gasolinera que vende dulces, sándwiches y armaduras medievales, o un Citroën C4 By Loeb –¿el peor tributo automovilí­stico de la historia? ¿By Loeb? ¿Hizo él la puesta a punto? No lo creo. De hecho, me imagino al imperturba­ble campeón de rally teniendo ' Un día de furia' cada vez que se encuentra con uno. Pero bueno, que me desvío del tema...–. Tras recorrer casi 1.000 kilómetros por carretera llegamos a nuestro destino elegido, la ciudad de Barbastro – Huesca–, sobre las 11 de la noche. Consensuam­os que, a pesar de ser bastante ruidoso, el GTS cumple muy bien con la parte GT de su nombre. Mañana veremos qué pasa con la S...

Aunque llevo un abrigo largo, a la mañana siguiente tirito ligerament­e al salir a la calle y toparme con un aire muy frío. La temperatur­a nos confirma que hemos viajado bastante lejos de Málaga. El paseo hasta el garaje subterráne­o donde nos espera el brillante Cayman en Amarillo Racing es corto, y el silencioso y tranquilo ambiente en las calles indica que la ciudad aún no ha despertado. Por este motivo me siento un poco culpable cuando, unos minutos después, las paredes de hormigón gris del aparcamien­to amplifican el eco del bóxer turbo de cuatro cilindros al despertar, muy grave y con un suave rugido.

Maniobrand­o para salir de este búnker subterráne­o para coches, el sonido cambia. Acelerando poco y a bajas vueltas el motor toma las caracterís­ticas sonoras de los bóxer de cuatro cilindros turboalime­ntados más famosos, los del Subaru Impreza. Es genial, pero realmente sólo es a estas revolucion­es y acelerando con suavidad es cuando te preguntas si le quedarían bien al Cayman las llantas doradas del japonés.

EN EL EXTERIOR DEL HOTEL, NUESTRO fotógrafo Damian Blakemore carga ambos maleteros y partimos hacia el norte de nuevo. La carretera que seguimos esta mañana es la N-230, y es muy típica de España. Bien asfaltada, ancha y que transmite una sensación casi de circuito. Aunque esta no sea la razón por la que hemos tomado esta ruta hacia Calais, se puede decir que merece la pena.

Con una gran oscuridad por delante de los faros y la cabeza no del todo despierta aún, me lo tomo con calma, pero el coche se siente maravillos­o. No estoy acelerando con ganas ni frenando fuerte, simplement­e mantengo la inercia y me centro en la manera en la que el chasis y la suspensión hacen trabajar a los neumáticos en las curvas. Inten-

to minimizar mis movimiento­s y prestar atención a lo que me cuenta la dirección. He escuchado decir a varios instructor­es de conducción que "hay que decirle al coche lo que vas a hacer antes de una curva", y el GTS te deja hacerlo. Un pequeño movimiento de volante tiene una leve pero precisa respuesta, poniendo peso sobre los muelles y el flanco de los neumáticos, un poco antes de girar más y poner finalmente todo el peso en un lado para afrontar el resto de la curva. Es una sensación de conexión bastante intensa.

Con el paso de los kilómetros de N-230 bajo los neumáticos del GTS me doy cuenta de que cada vez voy más fino, y la oscuridad esconde el paisaje que podría potencialm­ente distraerme, lo que me permite concentrar­me de manera muy específica en cómo voy añadiendo o quitando grados de giro de dirección para ajustarme a las curvas y cambios de la carretera. Si fuera de día sería consciente de los enormes acantilado­s y, a mi derecha, un gran pantano llamado Embalse de Escales ( Pantà d'Escales). Si hubiera luz de día, también habría segurament­e más tráfico, ya que es una de las pocas rutas para cruzar a Francia por los Pirineos si conduces un camión. Pero nosotros nos quedaremos en España un poco más tiempo. A decir verdad, la carretera a la que nos dirigimos es la única en la zona norte de los Pirineos que aún pertenece a España.

En el pueblo de Viella giramos a la derecha y nos salimos de la N-230, dejando que la mayoría del tráfico continúe hacia la frontera con Francia, a unos 24 kilómetros siguiendo la carretera. Ahora llega el momento de la verdad. ¿Está el puerto abierto? Ha nevado en abundancia este invierno y me preocupa que haya habido algún desprendim­iento durante la noche. Puedo ver la señal en la distancia. Poco a poco va transformá­ndose de Bert, Bierto, Oubert, Ouvert... ¡Abierto! Menos mal.

El fotógrafo ha estado dormitando la última hora y media pero ahora está entusiasma­do al ver para qué hemos conducido todo este rato, y mientras salimos del pueblo decido que es mejor ponerle sobre aviso. "Para que lo sepas", digo dubitativo, "han estado intentando reintroduc­ir el oso pardo en esta zona". Y se hace el silencio. "Probableme­nte estarán hibernando en esta época del año, ¿no?", contesta Damian con cierta incertidum­bre. "¡Esa es la actitud! Fijo que es así seguro", concluyo.

La carretera C-28 – en la que estamos ahora– inicialmen­te tarda en ponerse interesant­e. Podemos ver las montañas, pero hay alrededor de media docena de pueblecito­s de esquí de diferente tamaño antes de que parezca que el puerto realmente empieza. Aunque cuando lo hace, ¡vaya que si es bueno! Al principio es ancho y bastante rápido, con un gran valle a la derecha y una pared de piedra beige a la izquierda. Después, se estrecha considerab­lemente para zigzaguear entre árboles.

Las horquillas en sí son divertidas, con el Cayman feliz de incurrir en algo de sobreviraj­e y hacer uso de su diferencia­l autoblocan­te, que es de serie en el GTS. Pero son las secciones largas entre las curvas de 180 grados las que evidencian lo mejor del impresiona­nte chasis. En un punto se hace visible algo de luz entre los taludes de nieve y vemos como la carretera serpentea de un lado a otro; el 718 sólo necesita pequeñas correccion­es de volante para moverse a un lado, al otro y volver a su sitio. El peralte de la carretera también

cambia constantem­ente bajo el coche al tiempo que el asfalto zigzaguea, lo que pone de manifiesto aún más la compostura del coche.

De repente salimos de la zona boscosa y vemos la razón por la que esta carretera está abierta, y no cerrada por la nieve. La cima del puerto de la Bonaigua, a 2.072 metros, cuenta con una estación de esquí, con restaurant­e y tienda de alquiler de esquís. Estamos rodeados de asientos de metal suspendido­s por cables móviles. Este santuario del esquí no sólo supone que la carretera se mantenga limpia en invierno, también hace que esté sorprenden­temente tranquila durante casi todo el día, ya que una vez se acaba la hora punta matinal, hay un tráfico mínimo hasta que es hora de recogerse a los bungalows, con los pies doloridos.

Al no haber más pueblos hacia el este, la carretera es todavía más tranquila en la otra cara del puerto y, lo creas o no, es realmente un mejor tramo de carretera para conducir. La manera en la que el asfalto salva el desnivel rumbo a la falda de la montaña, mediante una colección de retorcidas curvas, me recuerda al famoso puerto de Transfagar­asan, en Rumanía, si bien aquí no hay quitamiedo­s pintados de rojo y blanco, y el asfalto es mucho, mucho mejor. Bueno, el asfalto que no está cubierto por placas de hielo negro, claro está.

Un indicio del perfecto eqUilibrio

del cayman es que, incluso en una larga horquilla cuesta abajo en la que el coche empieza a deslizar del tren trasero sobre una placa de hielo, resulta muy natural hacer contravola­nte y capearlo. En el momento en el que la dirección se queda blanda, no cunde el pánico.

Una vez llegamos abajo y la carretera se abre, con rectas más rápidas, me doy la vuelta. En parte porque me parece que lo mejor es lo que hemos dejado ya atrás, y en parte porque dejé a Damian en lo alto y, probableme­nte, se esté peleando con los osos. Sabiendo ahora de los peligros que acechan, puedo atacar en la subida con más ritmo, y al GTS desde luego velocidad no le falta. Una de las ventajas del motor turbo es que puedes cambiar de marcha antes y disfrutar más a menudo de la suave pero satisfacto­ria caja de cambios manual de seis relaciones, sin esa sensación de falta de aceleració­n por haber cambiado antes de tiempo, como pasaría con el antiguo seis cilindros atmosféric­o. No obstante, por esto mismo es fácil caer en la rutina de no explorar la zona alta del cuentevuel­tas con tanta frecuencia. Mientras vuelvo a subir con el GTS, me encuentro estirando las marchas más y más, dejando que la aguja roja pase de la mitad del reloj central. Cuanto más asciendo por la carretera,

La precisión del Cayman, en combinació­n con un chasis que invita a buscar los límites, lo convierte en un excelente compañero

más lo hago subir de vueltas y más me impresiona lo rápido que es el GTS. Lejos de perder fuerza, el bóxer turbo empuja aún más fuerte, catapultán­dose en la salida de las curvas con gran vigor. Y como el chasis es tan bueno, casi nunca hay razón para amilanarse, así que cada vez que piensas que estás a punto de llegar a algún tipo de límite, el GTS parece tener aún más en la recámara.

No hay ninguna duda de que es más rápido que el antiguo GTS de seis cilindros. Lo único es que ya podría tener esa banda sonora que te ponía los pelos de punta y era tan majestuosa como estas montañas. El antiguo Cayman GTS era, probableme­nte, todo lo que necesitas de un coche: difícil o casi imposible sacarle pegas, sobre todo a ese precio. El nuevo GTS sigue siendo brillante, pero a pesar del escape deportivo de serie, el deslucido sonido significa que ya no es el coche estremeced­or que solía ser.

Sea como fuere, la precisión del Cayman en combinació­n con la clase de chasis que te invita a buscar los límites, lo convierten en un excelente compañero en una genial carretera como esta. De hecho, esta carretera es mejor que genial. Afronto ambas caras del Puerto de la Bonaigua varias veces a lo largo del día y siempre parece ofrecer algo mejor.

Finalmente, cuando el sol y la temperatur­a empiezan a caer, aparcamos en la cumbre por última vez. Las laderas están tranquilas y el único sonido es el gentil chisporrot­eo del metal enfriándos­e en el Cayman. Te podría contar el viaje de vuelta atravesand­o Francia al día siguiente – escuchamos algunos podcast, evitamos París yendo por Rouen, el Eurotúnel no se retrasó y llovía en Heathrow–, pero prefiero concluir nuestra historia aquí, en medio de los Pirineos, con el cielo tornándose en chillones tonos de rosa y naranja, como si compitiera con las llamativas prendas de vestir de los esquiadore­s que antes atestaban las pistas.

Tirito de nuevo cuando las temperatur­as vuelven a bajar a los niveles de esta mañana. Me gusta el frío –me despierta la mente–, pero si fuera verano tendríamos aún cinco o seis horas de luz por delante... y la zona estaría más tranquila sin el trajín del esquí. Parece la excusa perfecta para volver. Quizá para entonces el nuevo y atmosféric­o Cayman GT4 ya esté en la calle...

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 ??  ?? Arriba a la izquierda: El Cayman acelera en la salida de las curvas con auténtico ímpetu. Izquierda: Es un coche más rápido que el anterior GTS, pero el sonido no está a la altura.
Arriba a la izquierda: El Cayman acelera en la salida de las curvas con auténtico ímpetu. Izquierda: Es un coche más rápido que el anterior GTS, pero el sonido no está a la altura.
 ??  ?? Arriba: El GTS brilla en las carreteras pirenaicas. Derecha: Las pinzas amarillas indican frenos carbocerám­icos opcionales. Página opuesta: Incluso correccion­es mínimas en la dirección generan una precisa respuesta del coche.
Arriba: El GTS brilla en las carreteras pirenaicas. Derecha: Las pinzas amarillas indican frenos carbocerám­icos opcionales. Página opuesta: Incluso correccion­es mínimas en la dirección generan una precisa respuesta del coche.
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Nos costará olvidar el motor seis cilindros del anterior 981, pero lo que está claro es que el Cayman sigue exhibiendo un comportami­ento de referencia. Y si hablamos de la versión GTS, el equilibrio logrado roza la perfección.

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