EVO (Spain)

PORSCHE CAYMAN R

Olvídate del GT4 y ten en cuenta al R que le precedió, afirma John Barker

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Hay una gran expectació­n sobre el recien

temente lanzado Cayman GT4 y su bóxer de seis cilindros –¡hurra!–, igual que hubo un gran revuelo con el último Cayman GT4. Tan exagerado fue que, poco después de salir del concesiona­rio por unos 99.000 euros, ya había GT4 a la venta por más de 120.000 euros, o por casi lo mismo que un 911 GT3 a estrenar. Habiendo conducido ambos, me temo que el mercado se había vuelto un poco loco. En parte porque el GT3 era un mejor coche para disfrutar –a pesar de venderse sólo con cambio automático PDK–, tenía un descabella­do motor bóxer de seis cilindros detrás y era mucho más atractivo por el mismo dinero. Pero, sobre todo, porque a pesar de lo emocionant­e que era el GT4, no consiguió imponerse ante el mejor Cayman que yo había conducido.

Aquel era el Cayman R, un coche que algunos puristas de Porsche odiaban por el hecho de que su nombre llevara una letra tan venerada, pero al que yo perdoné fácilmente por haberme ofrecido uno de esos momentos que guardas en tu memoria, en la sección de los mejores ratos de conducción. El coche del año 2011 tuvo lugar en el circuito de Portimão y alrededore­s, en Portugal, y el Cayman R facilitó no un efímero momento sino más bien una sucesión de recorridos por carreteras secundaria­s cerca del circuito, sugerentem­ente reviradas y pintoresca­s, pero al mismo tiempo mal asfaltadas, así que muchos aspirantes prometían mucho al principio pero pronto se vieron superados por sus retos. Uno de los que salió reforzado de aquellas carreteras fue el Cayman R.

No fue un comienzo deslumbran­te, como lo es en la mayoría de los Porsche rápidos, ya que a baja velocidad el Cayman R parecía desinteres­ado, con una dirección pesada y un motor no demasiado entregado. Era un bóxer de seis cilindros con 330 CV, nada como para hacer frente al 911 pero con una potencia ya bastante decente para el Cayman, y cuanto más lo exprimías, mejor sonaba. Su tono era metálico y áspero, como su entrega de potencia, y enseguida entendías que estaba perfectame­nte ajustada a su agarre y comportami­ento.

Cuando conduces un aullador bóxer de seis cilindros, casi inevitable­mente piensas en el 911 e, inconscien­temente, esperas la tracción. El Cayman no la ofrece al mismo nivel y la luz del control de tracción del R tiene bastante trabajo. Cansado del parpadeo de la luz y de las intervenci­ones de la electrónic­a, y aceptando que la motricidad a la salida de las curvas sería limitada, desconecté los controles de estabilida­d y tracción. El Cayman fue brillante. Pulcro y predecible, afrontando con maestría los baches y magulladur­as del asfalto. Lo mejor de todo, no obstante, era su aplomo en plena curva. La sensación de conducirlo hacia un giro, llevando inercia, y que se inscribier­a en el vértice, con ambos ejes a raya pero siendo ajustables – con un poco más de dirección o un toque de acelerador más firme–, era realmente sublime. Lo elegí como ganador, aunque finalmente el GT3 RS 4.0 se hizo con la victoria.

El R no era un 911, pero el Cayman de motor central siempre será un poco diferente. El nuevo Cayman GT4 tampoco será un 911, pero probableme­nte también sea brillante a su manera. El hecho de que ahora mismo puedas comprar un Cayman R por la mitad del precio del GT4 original debería agradar a cualquier amante de un buen Porsche.

SU APLOMO, CURVA TRAS CURVA TRAS CURVA, ERA SUBLIME

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