EVO (Spain)

Volver a sentirme vivo

- Te xto: Antonio Rodr íguez ‘ Toñejo’ RR23 arodriguez@luike.com @tonejo_rodriguez

Me viene hoy a la memoria cuando compré una GMC pick-up de doble rueda trasera con un motor de 5.7 litros. Cuando la vi en el concesiona­rio me emocioné muchísimo, pues llevaba tiempo esperando para poder tenerla y, la verdad, me había quitado de muchas cosas para ahorrar lo suficiente y poder comprarla. Me subí en ella, vi el amplio espacio que tenía la caja trasera y ya imaginaba mi moto de cross y mi quad subidos en ella. No tomé medidas, pero la vi tan grande que di por supuesto que cabían sin problema. Me subí, di una vuelta y la dejé de nuevo en el concesiona­rio para que la llevaran al puerto con destino a España.

En el avión de regreso, no paré de releer el catálogo de aquella GMC que literalmen­te me quitaba el sueño. Me aprendí de memoria todas las caracterís­ticas técnicas de la pick-up, a sabiendas de que tardaría casi un mes en volverla a ver, el tiempo que tarda aproximada­mente el transporte marítimo.

Quién me iba a decir que a los pocos días tendría el mayor cambio que he experiment­ado en mi vida. Sí, me rompí la espalda, y lo que iba a ser un mes hasta que pudiese disfrutar de mi 4x4 de seis ruedas, se convirtió en más de un año.

Sólo a los que os gustan los deportes de motor podréis entenderlo, ¿verdad? Yo estaba en el hospital de Barcelona y no paraba de pensar en las ganas que tenía de conducirlo y de preguntarm­e si sería capaz de subirme a él. Pero esa no era la única cuestión que rondaba por mi mente. Continuame­nte me asaltaban preguntas implícitas a mi nueva situación como… ¿podré subir la silla? ¿Sabré conducir con las manos? Si me compro una moto de agua para volver a competir, ¿entrará en la caja del 4x4? Poneos en mi lugar, me había roto la espalda y tenía muchas ilusiones, pero realmente no sabía si podría ser capaz de hacerlo.

Fueron pasando los meses y, por fin, un día me volví a encontrar con ella y, como un enamorado que ha estado lejos de su amada, le dije ¡cuánto tiempo sin verte, no sabes lo mucho que te he echado de menos! Desde la silla la vi muy alta, abrí la puerta y la cerré para ver si era capaz de hacerlo solo. Bien, prueba superada. Con la puerta abierta me agarré como pude y me subí. ¡Genial! Podía hacerlo. Entonces, le dije a mi amigo Goyo que era el momento de poner los mandos para poder conducirla. Goyo, sorprendid­o, me preguntó si los quería ya mismo y, muy seguro, le dije que sí. Aquellos mandos tenían un croquis bastante bueno, pero resultó complicado montarlos, aunque mi ilusión por conducir hubiera superado cualquier traba. Después de unas cuantas horas conseguimo­s instalarlo­s y me fui a probarlo con Goyo. ¡La primera vez que conducía después del accidente! No os imagináis la sensación de satisfacci­ón que experiment­é. Nos fuimos por una zona poco transitada para más seguridad y, cuanto más tiempo pasaba manejando aquel gigante de seis ruedas, más crecía mi felicidad. Me sentía de nuevo vivo, el potente motor transmitía una potencia sin igual y yo lo estaba sintiendo. Seguro que alguna lágrima de felicidad se me escapó. ¡Guau! Lo recuerdo ahora y aún se me ponen los pelos de punta.

Practicand­o la maniobra de aparcar tuve un pequeño percance pues, en vez de frenar, aceleré y di un ínfimo toque al coche que estaba en la parte de delante. El señor que estaba subido se bajó y me dio una buena reprimenda, a lo que asentí primero con la cabeza y después bajé la ventanilla para pedirle perdón. Él seguía erre que erre con su perorata riñéndome como si no hubiera un mañana, y yo pensaba para mí, “si supieras que es la primera vez que conduzco y que soy paralítico, te quitabas ¡pero ya! por si las moscas… ¡Jajajajaja­ja!

No sabéis lo feliz que me sentí. ¡Qué alegría tan grande! Podía conducir y subirme sin problema al gigantesco 4x4. Después, practiqué para subir la silla y también le cogí el truquillo rápido. Dije… Goyo, ahora sí que sí.

Al día siguiente, salimos a dar un paseo mi nuevo 4x4 y yo con la silla dentro. ¡Qué emoción! Estaba conduciend­o otra vez y jamás lo olvidaré. Fue mágico.

Poco después, tuve una moto de agua y entraba perfecta en la caja. No subiría una moto de cross o un quad, pero con la moto de agua pude volver a sentir lo que siempre he buscado, disfrutar de todo lo que tiene motor y seguir compitiend­o. Volví a correr y en menos de dos años estaba de nuevo haciendo lo que había hecho toda mi vida, pero esta vez de una manera más cómoda. ¡Sentado!

¡Que nadie te diga lo alto que puedes volar!

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