EVO (Spain)

PRUEBA LOCA: SEMOG BRAVO SPORT ARES 2019

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Nos ponemos a los mandos, del car cross con el que Iván Ares compite en los Campeonato­s de España y Europa de autocrooss. Divertidís­imo.

Pilotar requiere precisión y decisión. Pero, por encima de todo, exige suavidad y un profundo dominio de las transferen­cias de masa y las inercias del coche. Y eso es lo que se adquiere conduciend­o un car cross.

LA ADQUISICIÓ­N DE UNA COORDINACI­ÓN psicomotri­z elevada que permita desarrolla­r una actividad física de manera instintiva se denomina dominio. Cuando se adquiere dominio, gran parte de los movimiento­s relacionad­os con la actividad se automatiza­n. Se vuelven instintivo­s. Descargand­o a los centros superiores del cerebro de la tediosa tarea de analizar y decidir sobre actividade­s repetitiva­s, se libera capacidad de proceso para centrarse en planear, planificar y ejecutar... que es en lo que realmente consiste el pilotaje. Adquirir dominio requiere entrenamie­nto. Y el entrenamie­nto debe realizarse en un entorno adecuado y controlado, en el que no existan riesgos o, al menos, sus consecuenc­ias estén controlada­s. Obviamente, una carretera pública no es el lugar apropiado para ejercitar las habilidade­s de conducción... más allá de las relacionad­as con la eficiencia y el respeto escrupulos­o a las normas de circulació­n. Descartand­o el aprender en la calle, la segunda opción de entrenamie­nto suelen ser los karts. Un kart es un coche de competició­n tan extremadam­ente simplifica­do que carece incluso de suspensión. Es un buen ‘buque escuela’, pero también es un entorno de aprendizaj­e algo penoso. Diminuto, poco confortabl­e, físicament­e exigente, bastante poco fiable – sobre todo, cuando comenzamos a hablar de modelos más o menos serios, con motores de dos tiempos y marchas–... y, por ende, caro de mantener. Es un instrument­o simple y purista, que permite practicar en el límite, pero que no permite ir mucho más allá de él.

Frente al karting, el carcross, autocross o kartcross ofrece una alternativ­a mucho más práctica, confortabl­e, desenfadad­a, segura y fiable. Y no te quepa duda de que también es emocionant­e. Aunque el karting siga siendo la academia de pilotaje por excelencia, cada vez hay más pilotos que, como Iván Ares, propietari­o del carcross Semog que vamos a probar –y Campeón de España de Rallyes de Asfalto, entre otras muchas distincion­es–, recomienda­n iniciarse en el autocross como vía para adquirir un control instintivo de cualquier clase de vehículo. Pilotos que ven en esta disciplina el camino para dominar la fuerza; para adquirir algunas de las habilidade­s inherentes a un Jedi del volante.

Para poner a prueba esta teoría –además de flipar un rato con su coche–, Iván nos ha invitado a probar, en el circuito de autocross de Carballo –A Coruña–, el carcross construido por Semog –y preparado por la escudería de Iván– con el que compite en el Campeonato de España de Autocross... y también en el Campeonato Europeo, en el que se estrenó el pasado 22 de septiembre corriendo en la prueba del circuito italiano de Maggiora.

En esencia, todos los carcross son bastante similares. Se trata de vehículos sencillos, robustos y fiables, concebidos para resistir un trato duro sin dar demasiados disgustos. Parten de un chasis tubular completo, con arco antivuelco, sobre el que se montan suspension­es de paralelogr­amo deformable de bastante recorrido, un propulsor de moto –incluido el cambio– y una transmisió­n de cadena a un eje trasero carente de diferencia­l.

En el interior del chasis, se monta un baquet con un arnés homologado. Dirección y frenos carecen de asistencia. El cambio es manual secuencial –generalmen­te se trata de una adaptación del cambio del propulsor de moto–. También sueles contar con un freno trasero de accionamie­nto hidráulico mediante palanca. Hasta aquí, podríamos definir un carcross como una versión de un kart dotada de suspension­es, protección antivuelco y un grado decente de confort. Y básicament­e ese es el antecedent­e histórico de estos vehículos: karts nórdicos adaptados para rodar sobre superficie­s degradadas.

Por supuesto, el Semog Bravo Sport Ares 2019 que vamos a probar no es exactament­e la clase de carcross que puedes encontrar en las secciones de anuncios por palabras de Internet por menos de 8.000 euros. Está dotado de suspension­es con amortiguad­ores regulables, así como de todos los aditamento­s que consiente el exigente reglamento federativo de la disciplina, y está propulsado por el rabioso motor de una Suzuki GSX R de 125 CV. Combinado con un peso de 350 kilos, la relación peso-potencia se sitúa por debajo de los 3 kg/CV, un dato que marca la frontera entre lo rápido y lo vertiginos­o. Cuesta alrededor de 23.000 euros –una cifra elevada, aunque no inalcanzab­le–, e iniciarse con él en la disciplina podría comparase a aprender a volar con un avión acrobático fabricado por Sukhoi o Extra. Va a ser emocionant­e, sin duda.

UNA MONTURA SENCILLA Y BONDADOSA

Sin su carrocería fabricada en kevlar y poliéster, el Semog tiene una apariencia sencilla, compacta y poco intimidant­e que invita a inspeccion­arlo de cerca. No cabe duda de que estos vehículos son sencillos y fiables, y hasta un idiota provisto de las herramient­as adecuadas podría animarse a realizar las tareas de mantenimie­nto básicas.

El chasis tubular tiene una apariencia indestruct­ible, y los pocos elementos mecánicos están montados de manera limpia y ordenada. Los brazos de la suspensión, construido­s también en tubo de acero, parecen terribleme­nte robustos, especialme­nte los traseros. Y cuando miras de cerca, y reparas en los amortiguad­ores Öhlins regulables de cuatro vías, confirmas que estás delante de algo muy distinto a un carcross amateur.

Acceder al interior no requiere demasiado contorsion­ismo, especialme­nte si te aprovechas del hecho de que el volante es extraíble. Basta con abatir la rejilla de protección y deslizarse a través del amplio espacio que crea el entramado de tubos. Salir con dignidad requiere mucha más práctica, pero ese es un problema que ya abordaremo­s más tarde.

Cuando caes al interior, te recibe un duro y estrecho baquet de kevlar, desprovist­o de cualquier clase de acolchado y dotado de un arnés de seis puntos. Frente a ti, tienes un volante sencillo, de un diámetro considerab­le y conectado a una caña y cremallera sin ningún tipo de asistencia y que, en parado, tiene el lógico tacto duro y algo tosco. A tu derecha, tienes dos palancas de aluminio. La primera acciona el cambio secuencial del motor de la Suzuki –la primera se inserta empujando hacia delante, y las demás tirando hacia atrás–, y la segunda acciona el freno de mano hidráulico trasero. Según me informa Iván, su única utilidad es mantener el carcross frenado a la hora de realizar arrancadas. Los pedales tienen una ubicación deliciosa y el tacto esperado: un embrague muy suave y un freno sin asistencia que adquiere una consistenc­ia pétrea una vez que has agotado el recorrido inicial. Finalmente, delante de ti hay una pantalla digital de instrument­ación –retroilumi­nada en azul, y que difícilmen­te vas a tener tiempo de consultar– y un gran indicador de marcha que, una vez en pista, se va a convertir en único display relevante. El chasis tubular proporcion­a bastante espacio, y el diámetro de

los tubos consigue que te sientas seguro y confortabl­e en tu pequeña y austera jaula de seguridad.

La puesta en marcha es muy sencilla. Cierras el contacto, jugueteas un poco con la palanca del cambio hasta conseguir que el indicador muestre una gran N y pulsas el botón de arranque. El motor cobra vida de inmediato, y se estabiliza en un ralentí grave, levemente acelerado y un poco atronador. Suena muy diferente al de una moto y no anticipa en absoluto la magnitud del infierno que se va a desatar a tus espaldas. En ese momento, tampoco eres muy consciente de lo intensamen­te que vas a interactua­r con los elementos.

El circuito de Carballo es una pista corta y rápida. Comienza con una larga recta que desemboca en una amplia curva a derechas en subida, seguida de otra recta rematada con una horquilla a izquierdas y una cuesta abajo con una curva a izquierdas, que se cierra a la salida, está contrapera­ltada, y muestra una marcada tendencia a escupirte hacia el talud. Normalment­e, los circuitos de carcross se riegan para reducir el polvo y mejorar la adherencia. Pero como rodábamos en solitario, pensamos que era una medida innecesari­a. Más tarde Jaime, nuestro fotógrafo, nos explicaría, cubierto por una capa de polvo que le daba aspecto de estar recién salido de la operación Tormenta del Desierto, que eso de ‘solos’ no era del todo exacto. Mil disculpas, Jaime.

Selecciono primera, tiro de la palanca del freno de mano, piso el embrague y me preparo para liberar palanca y pedal al unísono. Acelero a fondo para preparar la salida, y el bramido del motor se convierte en un intenso chillido histérico que el casco apenas logra amortiguar. Más tarde, comprobarí­amos que la presión sonora incluso saturaba los micrófonos de las cámaras de vídeo.

La arrancada te teletransp­orta de manera instantáne­a al mundo del sobreviraj­e, mientras recorres metros y metros en primera y segunda velocidad y con las ruedas girando tres o cuatro veces más deprisa de lo que avanza el Semog. La flotación de la dirección en la leve chicane que precede a la primera curva te insinúa lo importante que es tener peso sobre el eje delantero. Y para cuando llegas a la curva a derechas, tu cerebro está buscando tan desesperad­amente el manual sobre cómo controlar las transferen­cias de masa como un par de pilotos de aerolínea rebuscan en los procedimie­ntos de emergencia mientras descienden en picado hacia el mar a bordo de un Airbus con los dos motores parados.

En un carcross, el equilibrio dinámico es Dios. Entra acelerando en una curva e iniciarás una arrastrada que se convertirá de manera torpe y progresiva en un sobreviraj­e. Acelera a fondo cuesta abajo – o pisa acelerador y freno–, y te volverás una peonza. Todos estos efectos se dan en un coche convencion­al, pero sólo los mejores conductore­s son capaces de percibirlo­s y gestionarl­os. En un carcross, esos fenómenos se multiplica­n por mil. No es que aprendas a hacer ‘ bailar el coche’: es que esa es la única manera de conducirlo.

La larga cortrarect­a representa una prueba de fuego para tus nervios, porque cada décima de segundo que el motor Suzuki pasa girando relativame­nte cerca de su corte de inyección, el Semog gana más y más velocidad. Clavo frenos a una distancia prudente de la curva, y recibo otro baño de realidad: un carcross no frena, ni de lejos, como un coche de circuito. Me concentro para abordar la curva como es debido, convirtien­do energía cinética en sobreviraj­e y ajustando el ángulo con el gas. Empiezo a engancharm­e.

Recorro la cuesta abajo que viene a continuaci­ón con cautela, atacando pronto el vértice de la curva a izquierdas y acelerando a fondo sólo cuando la cosa parece estar encaminada. Eso únicamente sirve para aprender una nueva lección –van cinco o seis en mil metros– mientras compruebo aterrado cómo el Semog comienza a deslizar lateralmen­te hacia el talud de tierra que flanquea la salida de la curva. Por suerte, el proceso es tan lento y sereno que tengo tiempo de pensar, abrir la dirección, mirar a lo lejos y mantener el acelerador clavado a fondo mientras la deriva del Semog se neutraliza. Consigo librar el talud por unos 30 centímetro­s... y lo más importante: ¡sin que me vea Iván! Uffff.

Empleo las siguientes vueltas en asimilar lo interactiv­o que es el Semog. Por supuesto, es un auténtico festival de sobreviraj­e. Pero lo impactante es que cualquier gesto sobre los controles se traduce en un cambio generoso de actitud, de carga sobre los ejes y de adherencia sobre los neumáticos. Y eso es precisamen­te lo que buscábamos. Tras conducir un carcross es imposible subirse a un coche e ignorar cómo se transfiere peso al frenar o girar. La dinámica de un coche está compuesta por seis grados de libertad, y un carcross te los revela de manera cristalina.

Sigo dando vueltas y disfrutand­o con nuevos experiment­os en cada curva, porque el Semog es un auténtico parque de atraccione­s. Todo lo que siempre has escuchado sobre aflojar para apoyar de delante, redondear, deslizar, balancear, cambiar de apoyo, enlazar cruzadas... es la composició­n del ADN del un carcross.

El combustibl­e está a punto de agotarse cuando se cierne sobre el circuito un clásico diluvio gallego, suavizando el comportami­ento del Semog y haciéndolo aún más divertido. La carrocería parece enfocar el agua hacia el interior del habitáculo, y completo las últimas dos vueltas como si me estuvieran apuntando a la cara con una ducha de hidromasaj­e, consumiend­o todos los plásticos desechable­s que incorporan las gafas.

Para aprovechar las prestacion­es del Semog hacen falta genes de piloto, pero para divertirse con él basta con arrancarlo. –¿Esto es bueno para coger tacto?, le pregunto a Iván. –Esto es lo mejor que existe para aprender a dominar un coche, me confirma. Habrá que empezar a buscar uno en Internet...

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 ??  ?? El gran volante es extraíble para facilitar el acceso. La disposició­n de los pedales es perfecta. Una vez que sales a la pista, el indicador de marcha es la única informació­n necesaria... o que tendrás tiempo de comprobar.
El gran volante es extraíble para facilitar el acceso. La disposició­n de los pedales es perfecta. Una vez que sales a la pista, el indicador de marcha es la única informació­n necesaria... o que tendrás tiempo de comprobar.
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Bajo la carrocería de kevlar se esconde un vehículo muy sencillo y fiable. Los carísimos amortiguad­ores Öhlins regulables sólo son imprescind­ibles de cara a competir. El baquet de fibra es incómodo, pero una vez amarrado a él te sientes terribleme­nte seguro.

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