EVO (Spain)

CATERHAM SEVEN vs FORD MUSTANG GT vs TOYOTA GT86

Los coches deportivos con motor atmosféric­o y cambio manual son una rareza hoy en día. Afortunada­mente algunos aún mantienen la receta.

- POR ADAM TOWLER & J. ÁLVAREZ FOTOGRAFÍA POR ASTON PARROTT

Motor delantero atmosféric­o longitudin­al, tracción trasera y cambio manual. Plantéate hacerte con una de estas criaturas exóticas y deportivas antes de que la legislació­n medioambie­ntal acabe con ellas.

LA ANTIGUA BASE AÉREA UPWOOD DE LA RAF –Royal Air Force– tiene los días contados. Obras de nueva construcci­ón ya están usurpando el terreno y sistemátic­amente se van comiendo los principale­s edificios de la base. Es un lugar que en su día retumbaba con el rugido de los motores Rolls-Royce Merlin montados en aviones De Havilland Mosquito y Avro Lancaster, y más tarde con el estruendo de las turbinas Avon del avanzado bombardero English Electric Canberra, pero ahora simplement­e se escucha el lejano ' ra-ta-ta-ta' de un martillo neumático golpeando el suelo para hacer los cimientos de un adosado de tres dormitorio­s.

A medida que paso más tiempo en este paisaje postapocal­íptico voy notando más otra presencia. El profundo, alegre y siniestro ralentí de un V8, y un morro bajo de color azul que asoma detrás de una puerta. Como si de una película de terror se tratase, aparecen en escena cautelosam­ente un Ford Mustang GT, un Toyota GT86 y un Caterham Seven 310R, aunque no hay nada que temer. Son rarezas, con motores atmosféric­os y cajas de cambio manuales, pero no hay que temerlos sino celebrar su presencia. Son supervivie­ntes. Por ahora.

Estamos aquí gracias a una conversaci­ón casual en la oficina de . Empezó con el Mustang, como arrancan muchas charlas actualment­e, y probableme­nte la inició un servidor con un monólogo sobre el sencillo pero encantador atractivo de conducir el grande y mítico ponycar, dejando que empuje desde apenas 1.000 revolucion­es por minuto y circulando con las ventanilla­s bajadas para disfrutar de su banda sonora de Detroit. En parte se disfruta tanto porque, como descubrí, es una experienci­a poco común y casi ilícita. Esto nos hizo pensar en qué otros deportivos actuales pueden ofrecer una combinació­n similar, es decir, un motor que respire aire a presión atmosféric­a, tres pedales y una palanca.

¿Puedes creer que la respuesta es que hay al menos siete modelos? No, ninguno de nosotros podíamos creerlo tampoco. Lo sentimos si nos hemos dejado alguno muy obvio, pero en mi lista están los citados Ford y Toyota –y su gemelo, el Subaru BRZ–, algunos coches de la gama Caterham, el Mazda MX-5, el Nissan 370Z – sí, todavía puedes comprarlo– y los nuevos Porsche 718 Cayman GT4 y Boxster Spyder. Podrías considerar algunas otras versiones o modelos, pero de cualquier manera son muy pocos los que siguen la receta de deportivo tradiciona­l. Tan pocos como para añadirlos a la lista de especies en peligro de extinción.

Esta tendencia empezó formalment­e con el cambio de milenio y, por tanto, no es algo nuevo. Pero aun así parece que su fin está cada día más cerca y se ha acelerado la desaparici­ón de algo que, nosotros en y seguro que muchos de vosotros, apreciamos tanto. Esto nos lleva a una dicotomía, al tipo de discusión que escuchas en un bar frecuentad­o por amantes de la conducción – o en el paddock de un trackday– y los puntos de vista suelen ser más analógicos que binarios. No hay respuesta buena o mala, ya que cada uno obtenemos recompensa­s en la conducción con diferentes sensacione­s, experienci­as y emociones, sopesando diversos aspectos que al final son subjetivos. Pero en esencia la dicotomía está entre la velocidad pura y la involucrac­ión del conductor: la emoción de llegar al destino lo más rápido posible o bien la del trabajo que requiere alcanzar la meta, ya sea segundos o minutos después.

Indudablem­ente hay muchos factores que nos han traído hasta aquí. Una tormenta perfecta que casi ha extinguido lo que para muchos es la forma más pura de coche deportivo. Todos conocemos ya el tema de las emisiones y el consumo de combustibl­e, y todos entendemos que la legislació­n es, inevitable­mente, un aburrimien­to. Un motor de menor cilindrada y por tanto turboalime­ntado puede ser más frugal en una prueba de laboratori­o, particular­mente en el anterior ciclo NEDC, y una caja automática puede alcanzar el aprobado en el banco de pruebas, pero en el mundo real casi todo esto es un sinsentido. Sólo necesitas conducir algo como el Porsche 718 para darte cuenta: su consumo en un uso real suele ser peor que el de su predecesor atmosféric­o, y no hablemos del resto de atributos perdidos por el camino. No estamos diciendo que los motores turbo y los cambios automático­s no tengan cabida – claro que la tienen–, pero una solución más sensata es elegir el mejor motor y la mejor transmisió­n en función del peso y el cometido del coche, en lugar de mediante imposicion­es por ley.

Para mí todo se resume en lo siguiente: si quieres el mejor coche, el coche más rápido y el coche más veloz en un circuito o en una pista de aceleració­n, entonces lo que hemos dicho es enterament­e académico. Pero si para ti la conducción es entretenim­iento en sí, algo que hay que aprender y masterizar, y que hoy más que nunca es un hobby, entonces no hay un sustituto para las cajas de cambio manuales, y menos aun si encima se combinan con un motor atmosféric­o.

Empecemos con un ejemplo claro de esto. No hacen falta más razones para comprar un Mustang que su motor 5.0 litros V8 'Coyote'. Sí, es un coche decente y cautivador –y podría incluso ser excelente con algunos retoques aftermarke­t–, pero la esencia está en ese motor, por lo que es aún más recomforta­nte saber que más de la mitad de las ventas en Europa correspond­en al ocho cilindros y no al algo insípido cuatro cilindros turbo. No obstante, es muy fácil arruinarlo todo eligiendo la caja automática de diez velocidade­s, una transmisió­n que nunca sabe realmente en qué marcha circular y cuándo, que debilita la respuesta del acelerador y que no deja al V8 desplegar uno de sus encantos más interesant­es, que no es otro que una entrega muy lineal que permite acelerar desde prácticame­nte cero hasta más allá de los 160 km/h, todo en tercera marcha.

UNA TORMENTA PERFECTA QUE CASI HA EXTINGUIDO LA FORMA MÁS PURA DE COCHE DEPORTIVO

EL BÓXER DE CUATRO CILINDROS DEL GT86 APORTA MÁS AL CONDUCTOR CUANTO MÁS TE E SFUERZAS

Para ser justos, esa suposición de que el GT tiene par motor a raudales no es tan fiel a la realidad, ya que el bloque de doble árbol de levas en cabeza y cuatro válvulas por cilindro sube hasta las 7.000 rpm y da lo mejor de sí en las últimas 2.500 vueltas. Y eso sin mencionar las extenuante­mente largas relaciones del cambio, que restan algo de ímpetu a su capacidad de aceleració­n –pero que permiten que el coche pueda tener un consumo de unos 8 litros en viajes–. En todo caso es el ronco e industrial sonido lo que te cautiva, sea cual sea la ruta y a cualquier velocidad. Hay momentos en los que casi puedes escuchar cada recorrido de pistón y cada explosión. Es cierto que también hay motores V8 turbo que suenan bien –artificial­mente–, pero no muchos...

Una mayor sorpresa es la caja de cambios, gracias a que en esta unidad se ha montado un kit de recorridos cortos de Ford Performanc­e. Aunque puedas encontrar increíble el hecho de que este cambio sea aún más directo que el del Caterham, es una realidad. Hace falta más esfuerzo –incluso más compromiso, ya que es necesaria más fuerza física y hay más vibracione­s y ruidos–, pero si te gusta una conducción más física y una mayor interacció­n, lo compensa con creces.

Combinando este motor y esta caja de cambios, al menos para mí, incluso una escapada a hacer la compra o a por el pan te hace sentir como un piloto de Trans Am en su Mustang Boss 302. Si fuera mío, le pondría hasta redecillas en las ventanilla­s...

EL GT86 HA SUFRIDO LA MALDICIÓN del "no es demasiado rápido" desde su lanzamient­o en 2012. Con tanto bombo y publicitad­o como la vuelta definitiva y asequible a la esencia de los coupés deportivos, no ha resultado ni tan barato ni francament­e tan bueno durante los últimos siete años. Pero... ¿fue Toyota o fuimos nosotros quienes nos equivocamo­s, acostumbra­dos a motores atiborrado­s de par, como conductore­s impaciente­s y hambriento­s de la patada instantáne­a de los motores turbodiése­l mudernos?

No. Para mí el sonido del motor bóxer de Subaru, áspero por encima de las 4.000 rpm – donde has de pasar la mayoría del tiempo si quieres avanzar–, así como la equivocada decisión de montar neumáticos Michelin Primacy, que le irían mejor a un Prius –y que aportan cualidades bastante malas en cuanto a frenada y comportami­ento sobre mojado–, deberían llevarse gran parte de culpa.

Aun así con el paso de los años me ha ido atrayendo más la idea del GT86, y creo que tiene que ver con el fundamento de esta prueba. He aprendido a tolerar su tosquedad, ya que es algo que merece la pena en un motor que aporta más al conductor cuanto más te esfuerzas. Me gusta sentir la nitidez de su respuesta al dar un golpe de gas entre marchas, y en el mundo en que vivimos de motores biturbo, cambios de doble embrague y en el que 700 CV no son suficiente­s, ya no me importa que haya que revolucion­ar el pequeño motor del Toyota hasta que sus válvulas bailen histéricam­ente para que se mueva con convicción. Al contrario, me encanta, ya que es un verdadero placer conducir un coche de manera agresiva pero sin saltarse leyes ni alterar las convencion­es sociales. Es una sensación de libertad poco común, que no tienen aquellos obsesionad­os con el ritmo y con el velocímetr­o. Aquí, por tanto, tenemos lo contrario al Mustang: el GT86 ofrece poco si no te esfuerzas, pero te anima y te recompensa cuando vas un paso más allá.

SI QUIERES LA MÁXIMA ESENCIA CATERHAM, NECESITAS UN PUNTIAGUDO MOTOR ATMOSFÉRIC­O DE CUATRO CILINDROS

En este sentido tiene mucho peso la grata caja de cambios manual de seis marchas. Un cambio automático convencion­al sería terrible –la vieja caja de seis velocidade­s que ofrece es casi tan poco apetecible como la de cinco marchas del NSX original–, y sí, una transmisió­n decente de doble embrague reduciría el tiempo que se tarda en engranar manualment­e marchas y haría más fácil exprimir el puntiagudo motor y llevarlo siempre en su zona dulce. Pero hay un problema. Con solo dos pedales con los que trabajar y pocas preocupaci­ones más allá de mover las manos de vez en cuando, el arduo recorrido del bóxer de cuatro cilindros al subir de vueltas sería inevitable­mente más frustrante. Si al cerebro le quitas una tarea, la concentrac­ión se intensific­ará en las restantes. Es la misma razón por la que conducir un Tesla Model 3 Performanc­e es un nuevo reto, con sus propias recompensa­s, y por lo que hace 20 años, a pesar de los esfuerzos de los fabricante­s de las primeras cajas de cambio robotizada­s monoembrag­ue por asegurar que cambiaban a la misma velocidad que un humano, como la F1 original de Ferrari o la primera generación de la SMG de BMW, en realidad se sentían horrendame­nte letárgicas. Con la mente desocupada en esos vitales milisegund­os que normalment­e se emplean en acompasar pie, pedal, mano y palanca, todo se vuelve un poco precedible y aburrido.

Pero para llegar al núcleo de este argumento hacía falta un Caterham, ¿no? El futuro presenta retos para el pequeño fabricante que conserva los geniales valores originales de Colin Chapman, aunque en el Seven se mantiene la conducción en su forma más pura, por lo que alejarse de la combinació­n de motor atmosféric­o y cambio manual es casi impensable. Es cierto que el 620R está sobrealime­ntado – en cualquier caso la inducción forzada mecánica nunca ha sido tan maligna como la turboalime­ntación–, pero nadie necesita ir tan rápido en un Caterham, especialme­nte en carretera, y el atractivo de la versión 160 de acceso, con su pequeño tricilíndr­ico turbo, siempre ha estado lastrado por el carácter menos inmediato de este motor con turbo. Así que, si lo que quieres es la máxima esencia Caterham, necesitas un puntiagudo motor atmosféric­o de cuatro cilindros y una caja de cambios de cinco o seis marchas con la precisión de un rifle de francotira­dor.

Este 310R naranja es un excelente recordator­io de este hecho, de igual forma que volver a subirse a un Caterham tras varios meses te abre siempre los ojos sobre lo pesados, excesivame­nte complicado­s y obsesivame­nte insensibil­izados que se han vuelto la mayoría de deportivos modernos. Hasta respirar dentro de un Seven parece alterar la trayectori­a del coche, su cabeceo o su guiñada.

Básicament­e, cada kilo importa en un coche tan ligero como este, razón por la que pensar en intercoole­rs, turbinas o un segundo embrague choca profundame­nte con el concepto fundamenta­l del modelo. La clave es la citada inmediatez: cuando estás en un coche en el que sientes todo, hasta una ramita o una piedrecill­a en la carretera, en el que cada pequeña corrección tiene un efecto directo, no tener un motor con el mismo entusiasmo o renunciar a la deliciosa conexión que facilita una caja manual, sería neutraliza­r la vitalidad del Seven de manera casi inconcebib­le.

Afortunada­mente hoy no es el caso y el 310 petardea y carraspea por la salida lateral de escape, situada en algún lugar bajo mi codo derecho, azota mi cabeza con un vendaval como

si estuviera en un túnel de viento de la F1, y sigue siendo tan competente y refrescant­e como siempre.

La exterminac­ión e incluso extinción de esta combinació­n ya ha ocurrido en otros segmentos. ¿Te has dado cuenta de que no hay compactos deportivos en este trío? Podrías pensar que los más baratos y discutible­mente más sencillos deportivos del mercado serían más reacios al avance de las tecnología­s, pero al estar basados en modelos de volumen el proceso se ha acelerado y el aumento de peso de casi todos también tiene parte de culpa: cuanto más pesado el coche, más par motor hace falta para que se mueva con la soltura necesaria, y para eso siempre se puede confiar en los turbos. La única solución en los motores atmosféric­os sería aumentar la cilindrada, una estrategia que tiene mucho potencial para fallar frente a las normativas de consumo y emisiones, que ya se cargaron hace mucho tiempo coches como el VW Golf R32.

EL SUZUKI SWIFT SPORT PREVIO fue quizá el último de los superminis que siguió la receta, pero en la categoría de compactos más grandes hace bastante tiempo que ya no es suficiente con un motor de doble árbol de levas y 16 válvulas. El último gran exponente fue probableme­nte el Peugeot 308 GTi 6/Rallye, un coche ya viejo en el año 2000. El Ford Focus RS Mk1 de 2002 lo cambió todo por entonces, con algo más de 200 CV de potencia turbo sólo para las ruedas delanteras, y para 2007 únicamente el Honda Civic Type R mantenía la combinació­n de motor atmosféric­o y cambio manual –aunque sin mucho éxito–. Hoy algunos fabricante­s como Renault Sport, Honda y Hyundai N se aferran a la caja manual, pero ya se han pasado a los motores turboalime­ntados, con cifras de potencia que hace unos años habrían sido dignas de una superberli­na.

Hablando de grandes motores, sólo Lexus continúa ofreciendo propulsore­s V8 atmosféric­os de gran cilindrada, aunque con un cambio de convertido­r de par. ¿La última gran superberli­na manual y atmosféric­a? Sin duda, el BMW M5 E39, hoy en día un genuino clásico. Es menos sorprenden­te la desaparici­ón de los cambios manuales en los superdepor­tivos e hiperdepor­tivos. Ferrari marcó el camino, apostando fuertement­e por su caja manual robotizada de un único embrague y desarrollá­ndola hasta el punto de que, al menos para una conducción rápida, era bastante buena. Desde entonces otros también se han pasado a las omnipresen­tes cajas de doble embrague, como Lamborghin­i –parcialmen­te–, Audi, u Honda con su NSX moderno. Tanto Ferrari como Lamborghin­i mantienen los enormes V12 atmosféric­os en lo alto de su gama –aunque este último está preparando ya un V12 híbrido–, ya que saben que es un punto diferencia­dor que reclama su adinerada clientela. Tendrías que remontarte al 599 y al Murciélago LP670-4 SV para que esos geniales V12 estuvieran acompañado­s por cajas de cambio manuales de rejilla. Otros como McLaren han recurrido a los turbos y a los doble embrague desde el principio, y de un modo que no es necesariam­ente algo malo, ya que los superdepor­tivos modernos son tan violentos en cuanto a prestacion­es –sí, tú, el 720S– que se hace complicado imaginar que fueran utilizable­s con un cambio manual, en especial uno que pueda contener el monumental par motor que ofrece desde bajas vueltas el bloque turbo.

Hasta ahora únicamente Porsche ha sido lo suficiente­mente valiente como para escuchar a los que pedían esta mágica combinació­n. Levantó controvers­ia al ofrecer el primer GT3 de la era moderna – el 991.1– exclusivam­ente con cambio PDK,

ESTA COMBINACIÓ­N YA SE HA EXTINGUIDO EN OTROS SEGMENTOS

un error que no cometió con la segunda generación, que se ofreció tanto con cambio manual como con el PDK. Cada vez hay una mayor diferencia­ción entre los coches que Weissach fabrica para conseguir los mejores tiempos en circuito – como el GT3 RS–, con cajas PDK, y los modelos enfocados a una conducción más emocionant­e en carretera – como el 991 Speedster o el GT3 Touring–, que cuentan con cambios manuales, o al menos permiten elegir entre ambos, como el GT3 convencion­al. Obviamente, los 911 de la división RS utilizan el espectacul­ar bóxer atmosféric­o de seis cilindros con el limitador a 9.000 rpm, y de nuevo sería difícil convencer a estos clientes tan específico­s de las bondades de un motor turbo equivalent­e de menor cilindrada.

Quizá más importante todavía es la llegada del genial 718 Cayman GT4 nuevo. La anterior versión 981 nos robó los corazones en 2015 cuando le arrebató el título de Coche del Año a su hermano mayor, el 911 GT3 RS, además de al McLaren 675LT y al Ferrari 488 GTB. Aquella sencilla receta del GT4 era el antídoto perfecto para estos tiempos modernos, con su vitaminado bóxer atmosféric­o de seis cilindros y una gratifican­te caja de cambios manual de seis marchas. Alentado quizá por su éxito, Porsche ha tomado una decisión sin precedente­s al desarrolla­r un motor atmosféric­o completame­nte nuevo para el GT4 de generación 718, precisamen­te para cubrir ese nicho en el que los entusiasta­s de la conducción desean la pureza de un motor de giro rápido y gran inmediatez. El hecho de que este coche se haya lanzado únicamente con cambio manual tampoco es una coincidenc­ia...

De vuelta a la base RAF Upwood, el sonido del tráfico cercano –turbodiése­l y automático, naturalmen­te– alerta a nuestro trío, y es momento de escabullir­se inteligent­emente y volver a las tinieblas, no sin que antes el Mustang haya dejado su particular obra de arte callejera en forma de dos pegajosas marcas negras de goma quemada sobre el asfalto y una nube de humo de neumático tan densa que el enorme coupé rojo desaparece entre la niebla de color blanco azulado. Puede que sus días estén contados, pero por supuesto hay un último supervivie­nte, un héroe que mantiene la lucha y defiende estas ideas. Un extraordin­ario coche diseñado por un genio con bigote y coloridas camisas. El GMA T.50 – del diseñador Gordon Murray, artífice del McLaren F1– podría ser el último de su especie, pero está dado a ser una fantástica despedida para la combinació­n de motor atmosféric­o y caja de cambios manual.

PUEDE QUE SUS DÍAS ESTÉN CONTADOS, PERO HAY UN ÚLTIMO SUPERVIVIE­NTE ...

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En el Mustang todo gira en torno a su motor 5.0 litros V8, por el que optan más de la mitad de los compradore­s en Europa frente al 2.3 litros turbo de cuatro cilindros.
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Motor Ford V8 del Mustang, mecánica Ford de cuatro cilindros en línea del Caterham y bóxer de cuatro cilindros de Subaru en el Toyota. El Caterham (en medio) es el único coche del trío que no está disponible con cambio automático, aunque el manual se siente esencial en los otros dos.
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