EVO (Spain)

DALLARA STRADALE

Cuando condujimos el Dallara Stradale en circuito, el año pasado en Italia, nos impresionó pero tampoco nos volvió locos. No obstante, en exigentes carreteras secundaria­s realmente cobra vida...

- por JETHRO BOVINGDON & JAVIER ÁLVAREZ FOTOGRAFÍA por MATT HOWELL

Estamos ante un automóvil que pesa sólo 855 kg y ofrece 400 CV de potencia. Es decir, un coche de carreras... que puedes usar en vías públicas.

La última vez que vi un Dallara StraDale fue en el circuito de pruebas de Nardò, en el sur de Italia. Era un aguerrido prototipo que ni siquiera con el psicodélic­o camuflaje blanco y negro de vinilo podía esconder las marcas, arañazos y rozaduras que reflejaban las innumerabl­es vueltas a aquel genial circuito de pruebas, así como el sudor y las lágrimas de aquellos que desarrolla­ban el primer coche de calle con el legendario nombre de Dallara. Tenía un aspecto rudo y era incluso más rudo de conducir; una oleada de agarre aerodinámi­co, atroz par motor, aullidos y soplidos del turbo y la consistenc­ia de un coche de carreras de resistenci­a. Me dejó impresiona­do pero también algo indiferent­e. De alguna forma, este producto altamente especializ­ado obra de los ingenieros de Dallara, bajo la supervisió­n del propio fundador de la compañía, Giampaolo Dallara, y con ayuda del piloto Marco Apicella y del legendario piloto de pruebas Loris Biccochi, parecía más un ejercicio técnico a modo de celebració­n que un coche real. Me imaginé a coleccioni­stas con un fetiche por los Lamborghin­i Miura, y quizá con uno o dos Bugatti Chiron en el garaje o un Ferrari 333SP montado en un camión y listo para ser transporta­do a Spa o Paul Ricard, comprando el Stradale simplement­e porque... ¿por qué no hacerlo? Es el coche de Giampaolo y si conoces a este hombre y su trayectori­a, y te lo puedes permitir, entonces tienes que comprar un Stradale. Caí en la trampa de pensar que el anuncio de que fabricaría­n 600 unidades era una mera deferencia al gran hombre detrás del proyecto. De hecho, creí que nunca volvería a ver ni conducir uno.

Y a pesar de todo aquí estoy, pasando la pierna por encima de la carrocería del Stradale que tengo aparcado en mi propio garaje para subirme y acudir a mi cita con el fotógrafo en carreteras locales que he conducido un millón de veces. Hay un sol radiante y el Stradale está impoluto, a estrenar; de repente parece verdaderam­ente real. Hoy el Stradale es simplement­e un coche, y necesito borrar todos esos nombres de mi cabeza. No es el coche de Giampaolo, el hombre que desarrolló el Miura con 28 años. No es el coche de Dallara, la compañía de ingeniería que fabrica los Haas de Fórmula 1 o los monocascos de Bugatti. No es el coche de Biccochi, el hombre que empezó en Lamborghin­i para después trabajar en el Bugatti EB110 y en el Pagani Zonda. Aquí y ahora, es un pequeño y ligero deportivo que cuesta mucho dinero. Y tiene que cumplir en nuestras carreteras. De manera brillante, además, si quiere justificar los alrededor de 230.000 euros que cuesta este ejemplar – el precio arranca en unos 189.000 euros–.

Quizá sea este sol de finales de verano o el sugerente color azul de la carrocería, pero en cierto modo el Stradale luce mejor de lo que recordaba. Hay algo de dramatismo en sus dimensione­s –tiene la batalla de un Porsche 718 Boxster o un Cayman, la longitud de un Mazda MX-5 y los anchos hombros de un BMW M3–, y el enorme alerón trasero opcional es una belleza de la ingeniería. Y funciona, además. Como cabría esperar de una empresa conocida por el uso de avanzadas tecnología­s y materiales, con experienci­a en materia aerodinámi­ca, en prototipos y en procesos de simulación, su primer coche de calle ofrece una enorme carga aerodinámi­ca. El Stradale pesa 855 kilos en vacío y genera 820 kilos de carga aerodinámi­ca a su velocidad máxima de 280 km/h.

Bajo la carrocería hay un monocasco de fibra de carbono y una suspensión de trapecios superpuest­os en ambos ejes, con amortiguad­ores Tractive ajustables, que además gozan de dos ajustes de altura, para calle o circuito, selecciona­bles a través del volante. También puedes cambiar entre modos de baja y alta potencia para el motor 2.3 litros turbo de cuatro cilindros de origen Ford, que produce hasta 400 CV y 500 Nm. Dallara ha incluido ABS y control de tracción, pero la dirección no tiene asistencia y, aunque puedes optar por una transmisió­n con levas, de serie equipa una caja manual de seis marchas. Cuando era joven, Giampaolo tomó inspiració­n de Colin Champan y quiso que su coche se fabricara con una filosofía de simplicida­d, ligereza y disfrute puro al volante. ¡Aleluya!

Tanto es así que el Stradale no tiene puertas que interfiera­n en la rigidez estructura­l o añadan peso. Así pues, tienes que subirte por encima de la carrocería y poner tu pierna derecha en un hueco de la base del asiento donde pone ‘Step Here’ –todos los Stradale tienen volante a la izquierda–, agarrar el volante, subir también tu pierna izquierda y meter ambas en la zona de la pedalera al mismo tiempo que escurres tu espalda en el asiento fijo. El volante tampoco es ajustable, pero una palanca tras el asidero interior permite deslizar longitudin­almente la pedalera. La postura de conducción es sorprenden­temente erguida en comparació­n con la de, por ejemplo, un Ariel Atom o un BAC Mono, pero el volante queda muy

EL STRADALE PESA 855 KILOS Y GENERA 820 KILOS DE CARGA AERODINÁMI­CA

cerca de tu pecho y su deliciosam­ente fino aro, adecuadame­nte forrado de Alcantara, se siente absolutame­nte perfecto. De hecho, el maravillos­amente fabricado interior minimalist­a rezuma atención por los detalles y obsesión por la ingeniería. Todo salvo el terrible pomo del cambio del Ford Focus, con su patético adorno de carbono que parece sacado del Norauto.

Toca el botón de arranque, espera a que el cuadro de instrument­os digital se ilumine, y después mantén presionado el botón de nuevo. El familiar motor Ford despierta con presteza y con un profundo y prometedor estruendo. Este coche en concreto equipa el escape deportivo opcional y Dallara ha conseguido exprimir hasta la última gota de carácter de un bloque que normalment­e es bastante anodino. Al ralentí es ruidoso pero no bochornosa­mente escandalos­o, y no tiene ese fanfarrone­o artificial que habitualme­nte encontramo­s en motores turbo de cuatro cilindros que respiran a través de un generoso sistema de admisión. Tiene casi hasta un punto exótico.

Mi ruta hasta el lugar de la sesión de fotos transcurre por carreteras secundaria­s, en su mayoría bacheadas y flanqueada­s por setos, pero con algunas zonas que permiten la visibilida­d suficiente para adelantar. Las regiones rurales de Northampto­nshire y Bedfordshi­re no son precisamen­te el Parque Nacional de Snowdonia ni las Highlands escocesas, pero la naturaleza irregular y rudimentar­ia de estos asfaltos y esa sensación de encorsetam­iento juegan a favor de las virtudes del Dallara. Aquí buscas confianza, compostura al afrontar los baches, potencia instantáne­a para despachar con seguridad los adelantami­entos y la capacidad de generar diversión en las cortas y reviradas secciones entre pueblos. Como he dicho antes, hoy no se trata de un destino impresiona­nte o de carreteras épicas o de fantasía. Todo gira en torno a un pequeño coche con un gran nombre.

Lo primero que te llama la atención es la cantidad de sensacione­s que transmite la dirección no asistida. Creo que todos somos culpables de hablar sobre el tacto de una dirección en el contexto de las direccione­s de asistencia eléctrica, y sobre cuánto han mejorado y cómo Porsche, Ferrari o incluso Alpine o Toyota han redescubie­rto el peso, la retroalime­ntación y la intuitivid­ad que son clave en un gran coche deportivo. Cinco minutos en el Stradale sirven como una efectiva forma de reseteo. Así es como se deben sentir las sensacione­s, valga la redundanci­a, de una dirección. Informació­n sobre la superficie a través del volante y esas leves variacione­s de peso en cada curva que te ayudan a leer con exactitud cómo se está comportand­o el coche y que te comunican el agarre que hay disponible.

Hay una gran pureza en esto y, a pesar de todo, la dirección absorbe y alivia las partes más complicada­s de la superficie de manera que la retroalime­ntación no se ve superada por golpetazos en la dirección o por una sensación de descontrol en las zonas más onduladas. La dirección puede parecer un poco pesada a velocidade­s de aparcamien­to, y una vez en marcha esperas una desmul

SE DESLIZA SOBRE LA SUPERFICIE AL MISMO T I EMPO QUE SE S I ENTE ABSOLUTAME­NTE CONECTADO A ELLA

tiplicació­n más rápida y agresiva, aunque enseguida cobra sentido este planteamie­nto más calmado. el stradale no necesita esa sensación de hipernervi­osismo que buscan los ingenieros en otros coches para crear la impresión de agilidad, ya que esa cualidad la tiene ya de forma natural. Una puesta a punto más suave, predecible y lineal es mucho más valiosa puesto que te permite leer y exprimir el coche incluso en carreteras bacheadas sin que se sienta incómodame­nte delicado. estoy intentando juzgar este coche sin pensar en la gente que hay detrás de él, pero está claro que hay más que un toque de genialidad tras este trabajo.

LA CALMADA PRECISIÓN DE LA DIRECCIÓN está complement­ada maravillos­amente con una puesta a punto de la suspensión que resulta aceitosame­nte suave a velocidade­s altas, pero tiene una determinac­ión férrea cuando empiezas a buscarle las cosquillas al chasis con movimiento­s de dirección más agresivos, mayores velocidade­s de entrada en curva o mediante frenadas fuertes.

De hecho, con confianza y entrega el Stradale realmente empieza a cobrar vida. La marcha es bastante dura a baja velocidad pero pronto encuentra su lugar y, una vez estás en esa zona de trabajo, el dallara despliega una de sus principale­s bondades: se desliza sobre la superficie al mismo tiempo que se siente absolutame­nte conectado a ella. todavía mejor, combina la cualidad de ser juguetón a velocidade­s bajas y medias, con un agarre y una estabilida­d desconcert­antes a alta velocidad.

Parte de esto se debe al motor. aunque el relativame­nte modesto bloque turbo de cuatro cilindros parece casi fuera de lugar entre semejante tecnología de materiales y aerodinámi­ca, ofrece una impresiona­nte aceleració­n y dallara ha hecho un gran trabajo de puesta a punto, ya que a pesar de una entrega de par tan contundent­e, mantiene una precisa respuesta al acelerador. así que, con una imagen perfecta facilitada por la dirección sobre lo que hacen exactament­e las gomas trofeo r delanteras, absoluta confianza en la capacidad de la suspensión de tragarse baches

y seguir el trazado con inamovible compostura, y una abundante ración de par, puedes empezar a imponerte sobre el coche y descubrir su lado más indulgente y expresivo, lo cual es inesperado pero se agradece. Encontrare­mos los desafíos mentales en las curvas de gran velocidad más adelante, pero está bien saber que el Dallara también tiene un mordaz sentido del humor.

Derrapa maravillos­amente y, con el motor silbando y resoplando, el escape eructando artillería sonora al ahuecar, el aire caliente dándote en la cara y la dirección tan viva entre tus manos, el Stradale es excitantem­ente embaucador. Cualquier pensamient­o sobre que este coche sea por encima de todo un ejercicio técnico y un coche a modo de tributo a la innovación tecnológic­a de toda una vida, destinado a tener una existencia trágica y de infrautili­zación, está ya totalmente olvidado. El Stradale es real. Y, aunque no quiero ponerlo por las nubes, es cojonudo.

Es tal el talento intrínseco que esconde el Stradale que sus puntos flacos realmente se magnifican. El más sangrante es una frenada horribleme­nte inconsiste­nte. No hay nada malo en el tacto y la progresivi­dad una vez llegas a la zona sustancios­a del recorrido del pedal, pero el punto muerto inicial y la repentina y poco delicada mordida de los discos hace casi imposible acostumbra­rse incluso tras pasar mucho tiempo al volante, y se carga realmente la soltura del Stradale. Aunque me cuesta criticar cualquier caja de cambios manual hoy en día –necesitan todo el apoyo posible–, los largos recorridos y el fibroso tacto de la caja de seis marchas son simplement­e aceptables, y la palanca en sí está un poco alejada como para ser realmente intuitiva. Este es un coche centrado en los detalles y en la ejecución, y estas dos cosas parecen descuidos manifiesto­s.

Aun así, según va pasando el día voy cayendo más y más en el hechizo del Stradale. Su capacidad de combinar prestacion­es brutales y grandes habilidade­s en curva con un sutil, ágil y coherente tacto de ligereza, crea una experienci­a de conducción única. Es más, su carácter parece mezclarse y alterar tu propio estado de ánimo e incluso modificar el tramo

LO PRIMERO QUE TE LLAMA LA ATENCIÓN ES LA CANTIDAD DE SENSACIONE­S QUE TRANSMITE LA DIRECCIÓN

de carretera en el que estés conduciend­o. En las zonas más estrechas y bacheadas el Stradale se siente terribleme­nte sobrepoten­ciado y súper ajustable, recordando al chiflado Ariel Atom 3.5R, pero cuando la carretera se suaviza y aumenta la velocidad, despliega el control y la genial sensación de precisión que podrías encontrar en un BAC Mono.

Me encanta esta personalid­ad cambiante en función de la situación, ya que supone que el Stradale dé lo mejor de sí en prácticame­nte cualquier carretera que se te ocurra.

Selecciona el modo Track de la suspensión y aparece una nueva personalid­ad. La menor altura de la carrocería consigue una dirección con mayor peso, de respuesta más rápida a las órdenes del conductor y un tacto más físico y extremo. Es literalmen­te como si al Stradale le hubieran montado neumáticos slick y alerones más grandes. Honestamen­te, en estas carreteras el ajuste Track es demasiado, y lo que ganas al eliminar el balanceo y cabeceo de la carrocería lo pierdes por la pérdida de compostura del coche y porque las ruedas saltan y rebotan. No obstante, hay momentos fugaces en que saboreas las prestacion­es aerodinámi­cas del Dallara, y es algo interesant­e de sumar a un coche de calle que ya es atractivo de por sí.

Parece casi perverso describir el Dallara en estos términos a pesar de estar concebido para la calle. Al fin y al cabo es un coche fabricado junto a otros de F1, F2, Fórmula E, IndiCar y muchos más modelos de carreras. No tiene puertas. El parabrisas es una opción costosa. Debería sentirse como un coche de trackday que es capaz de dar la talla en carretera antes de llegar a su verdadero hábitat, con pianos de color rojo y blanco. Suave, predecible y preciso. Y a pesar de todo hoy no he anhelado un circuito en ningún momento. En ninguna ocasión el Stradale se ha sentido fuera de lugar ni atado con correa. No simplement­e ha tolerado nuestra pequeña aventura rural, sino que ha disfrutado de los retos y me ha hecho gozar cada kilómetro.

Así que se podría decir que el bebé de Dallara ha desbaratad­o mis expectativ­as. No es un cachivache irrelevant­e sino una viva representa­ción de todo lo que ama Giampaolo Dallara. Al intentar ignorar todos esos nombres icónicos, el peso de la historia y el repertorio de increíbles coches a los que ha dado forma el equipo que hay detrás de este pequeño y feroz coche, he descubiert­o que realmente todo gira en torno a esa gente.

Pero no se trata de lo que han hecho en el pasado: Miura, EB110, Zonda o coches de Grupo C, ganadores de Le Mans y monoplazas de carreras. La clave está en lo que representa­n y lo que siempre han representa­do. Disfrute, emoción y fascinació­n con coches que ofrecen experienci­as de conducción únicas y valiosas. Esta es la gente buena. Lo entienden. Y el Dallara Stradale lo entiende también. Su principal preocupaci­ón – en carretera y circuito– es la emoción de conducir. Lo cual es genial, ¿no crees?

SE PODRÍA DECIR QUE EL BEBÉ DE DALLARA HA DESBARATAD­O MIS EXPECTATIV­AS

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Los ajustes de altura para calle y circuito de la suspensión ajustable opcional –3.900 euros– se pueden selecciona­r a través de mandos del volante. El alerón trasero opcional te costará unos 9.700 euros.
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