EVO (Spain)

MERCEDES-AMG GT R ROADSTER

El mismo V8 de 585 CV y el mismo aspecto musculoso, pero... ¿tiene sentido que el poderoso GT R pierda el techo?

- Antony Ingram & Javier Álvarez

HOY ES UNO DE ESOS DíAS en los que las ruedas patinan en cuarta velocidad, o al menos es lo que me está diciendo el Mercedes-AMG GT R Roadster. También me transmite, a través del rítmico traqueteo de los neumáticos Michelin Pilot Sport Cup 2 sobre las irregulari­dades del asfalto, que este condado de Bedfordshi­re, en Inglaterra, no es su entorno ideal. El AMG emite un montón de ruidos sobre esta superficie, como el fragor de los neumáticos sobre el tosco asfalto o el crujir de los plásticos interiores al retorcerse la carrocería descapotab­le con las imperfecci­ones de la carretera.

Estas primeras impresione­s me hacen preguntarm­e a quién va dirigido este GT R Roadster. ¿A aquellos que no pudieron hacerse con un Porsche 911 Speedster, un McLaren 600LT Spider o un Ferrari 488 Pista Spider? Incluso así, resulta raro eliminar el techo de la versión más deportiva del supercoche de AMG. A los amantes de los roadster les encantarán los aspectos más salvajes del coche, pero las concesione­s al postureo disuadirán a los conductore­s más exigentes. Puede que esta sea la razón por la que AMG ha decidido fabricar sólo 750 unidades.

El coche hereda las especifica­ciones mecánicas del coupé, lo que significa que monta el motor 4.0 V8 biturbo de AMG, en su versión de 585

CV y 700 Nm, pero también la dirección a las cuatro ruedas, la suspensión ajustable, la aerodinámi­ca activa y una carrocería más ancha; esta última disponible en la familia GT a partir del GT C. Asimismo, mantiene el alerón trasero del coupé, o una variante del mismo, que parece incongruen­temente encaramado a la zaga del Roadster, así como llantas forjadas de diez radios y neumáticos Cup 2 de generoso perfil.

Por tanto, la principal diferencia es que el techo se repliega. Cuando está colocada, la pequeña capota de lona luce casi tan extraña como el alerón pero, al descapotar­lo, las proporcion­es del Roadster parecen sacadas de un cómic. Si alguna vez has dudado sobre las capacidade­s de un coche de motor delantero como auténtico superdepor­tivo, este podría ser el modelo que te haga cambiar de idea. Es tan espectacul­ar como cualquier modelo con motor en posición central. Otra ventaja de la configurac­ión de motor delantero es esa sensación de ir sentado sobre el eje trasero, con un enorme capó por delante. Además, la baja posición de conducción del GT R, la ancha consola central y el volante forrado en Alcantara, hacen que el interior se sienta tan exótico como el diseño exterior.

Apretar un botón de arranque no resulta muy exótico hoy en día. Supongo que, en algún momento, el procedimie­nto de arranque de los superdepor­tivos volverá a basarse en una serie de botones y en el giro de una llave real, en un esfuerzo por distanciar­los de la rutina de los utilitario­s o los todocamino­s eléctricos. No obstante, al presionar dicho botón, el enfadado gorgoteo está muy lejos de perder su encanto.

El R se siente muy rígido a baja velocidad. Los neumáticos golpetean la superficie de la carretera al girar mucho el volante, las ruedas dan topetazos en los baches y, al detenerte, hay un audible clonk cuando la caja de doble embrague engrana primera velocidad. El eje trasero direcciona­l facilita mucho la conducción en calles estrechas, pero es un coche infinitame­nte más feliz a altas velocidade­s. A poder ser, a muy altas velocidade­s.

En carreteras húmedas del centro de Inglaterra a veces te sientes como en un campo de batalla en el que se enfrentan el motor V8 biturbo, las frías gomas y el destartala­do asfalto. Y si no fuera por la caballería electrónic­a en forma de

controles de tracción y estabilida­d, el V8 acabaría saliendo siempre victorioso.

Aun así, sentir como las ruedas traseras pierden tracción en marchas intermedia­s es excitante y, con limitacion­es electrónic­as o sin ellas, el GT R acelera como un cohete (el 0 a 100 km/h es idéntico al coupé, con 3,6 segundos, y la velocidad punta es 1 km/h inferior, con 317 km/h). Probableme­nte querrás tomar el control de la batalla cambiando tú mismo de marcha en el modo manual (uno de los botones del volante se puede configurar para activarlo), lo que proporcion­a el control más predecible del acelerador.

También es una oportunida­d para experiment­ar la espectacul­ar velocidad a la que la transmisió­n de doble embrague, en disposició­n transaxle (montada hacia el eje trasero), cambia de marcha. No estoy seguro de que a AMG se la valore lo suficiente por esta caja de cambios; y es que la velocidad a la que pasa de una marcha a otra, ya sea hacia arriba o hacia abajo, es fugaz una vez presionas la leva de metal.

Además, el chasis está más que a la altura para contenerlo todo. El Roadster adolece de un frustrante traqueteo en las carreteras más irregulare­s, pero esto no le resta precisión a la hiperpreci­sa dirección, ni tampoco altera la compostura del coche en las curvas. Probableme­nte nunca llegues a explorar de la misma manera los límites del coche en seco, pero en estas carreteras mojadas el GT R tiene un equilibrio fantástico. Pisar el acelerador tras inscribirt­e en una curva se convierte en otra forma de ajustar la actitud el coche. Si tuvieras un circuito, con más espacio y menos obstáculos contra los que chocar si te equivocas, da la sensación de que podrías hacerlo derrapar como si fuera un Toyota GT86 más grande.

Sin duda, el GT R Roadster es un coche que necesita este espacio adicional. Y a pesar de que es muy divertido de conducir en las zonas más reviradas de Bedfordshi­re, sigue siendo ancho e intimidant­e. Es más un coche para una carretera de primer nivel que para una secundaria. Después de todo, sigue siendo difícil averiguar quién podría sentirse tentado por el descapotab­le si ya tuviera el ojo echado al GT R (con un precio de 249.999 euros, el Roadster es casi 38.000 euros más caro que el Coupé), pero los 750 compradore­s tendrán algo tan excitante y casi tan capaz como el coupé.

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