EVO (Spain)

LA ÚLTIMA

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ES 26 DE MAYO DE 1990. Despierto tumbado en la cama de un hospital de Sevilla. Me encuentro desorienta­do y realmente dolorido. Hacía pocas horas que, literalmen­te, me había partido en dos en uno de los rallyes más importante­s de España. Entre mi confusión oigo unos golpes en la puerta y, sin apenas tiempo de reacción, se abre y asoman mi amigo Javier Villanueva y su preciosa novia Isabel. Ellos, junto a mi querido Carlos Remacha, fueron los primeros en visitarme en el hospital.

Me puse a hablar con Javier e Isabel y, aunque intentaban no dramatizar en demasía el accidente, rápidament­e sentí su frustració­n y preocupaci­ón por lo que me había pasado. Ellos siempre estaban a mi lado ayudándome y, a su vez, yo era conocedor del disgusto que un percance de esta magnitud iba a ocasionar a mi familia y amigos.

Fueron pasando lentamente los días, después los meses, y mi ilusión por volver a la normalidad crecía con el tiempo. Así, al poco tiempo de salir del hospital estaba subido a una moto de agua con muchas ganas de volver a competir.

Todo volvía a ser como antes, la vida me daba lo mejor de ella y yo estaba compitiend­o en moto, aunque fueran de agua... pero lo importante era que estaba corriendo. ¡Yuhuuuu!

Javier se casó con Isabel y aunque a mí no me gustan las bodas, esta era tremendame­nte especial y asistí. Allí estábamos entre otros, Eduardo Onieva, Pedro Ferragout, Pablo Silvela, Luis Villanueva (hermano de Javier) y, como no podría ser de otra manera, hablamos de motos, coches, carreras, en fin, de nuestra pasión. Recuerdo que comenté que, el año siguiente, quería ir a correr el mundial de motos de agua en USA, y ahí se quedó la cosa.

Quince días después me llamó Javier y me preguntó qué era lo que necesitaba para correr el mundial. Le conté todo y, al poco, me invitó a ir a su oficina porque su padre me quería ver. Jamás lo olvidaré. Entré, y allí estaba Don Javier Villanueva (padre). Me acerqué a él, y dibujó una sonrisa en su cara antes de decirme: “Aquí tienes el dinero para correr el mundial”. Casi me levanto de la silla. No lo podía creer. Le dije: “Don Javier, ¿de cuál de sus empresas hago el diseño de la moto?” Me respondió: “De ninguna, sólo tienes que prometerme que vas a volver como estás ahora”. ¿Os podéis imaginar la felicidad que sentí? Aquel primer mundial en una silla de ruedas fue inolvidabl­e, y todo gracias a la familia Villanueva.

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