Obligado a rendir

QUÉ SAGA. QUÉ COCHES. Todo lo que lleva la M con la seña tricolor convierte al BMW que lo porta en un modelo especial, llamado a entrar en la leyenda de los mejores productos de esta división.

Y es que la misión de los que trabajan en este departamento M no sólo es la de crear las versiones más deportivas de la firma alemana, sino generar una imagen de marca que se extienda al resto de productos normales... y así que los compradores tengan esa sensación de que cualquier automóvil de BMW posee cierto tacto deportivo capaz de satisfacer a aquellos a los que realmente les gusta conducir (eslogan empleado por la marca y de sobra conocido por sus clientes).

Pero esto es un arma de doble filo. Cuando creas coches tan memorables como el primer BMW M3 o el BMW M5 (por mencionar las dos sagas más legendarias), siempre tienes la presión de que el sustituto tiene que ser mejor que el anterior (o al menos igual de bueno). Y, cuando no lo consigues, generas cierta decepción entre tus seguidores.

Algo así ocurrió con el anterior M3/ M4 (el que se vendió entre 2014 y 2019); era un coche que tenía que sustituir a un M3 con motor V8 ( la generación e90/ e92, un modelo fantástico al que siempre le persiguió la fama de emplear un motor demasiado pesado sobre el eje delantero), por lo que la marca decidió plantarle un motor biturbo con una entrega de potencia salvaje. Y al final todos llegamos a una conclusión parecida; el M3/ M4 ( generación conocida como F80/82) era bueno pero demasiado exigente como para poder disfrutarlo en una carretera abierta al tráfico.

Por tanto, el último M3/M4 que tienes en la portada de este número tiene la misión no sólo de proporcionar unas prestaciones comparables a las del anterior, sino conseguir una puesta a punto del chasis que permita sacar el máximo partido del motor sin tener que ser Ayrton senna. Y al mismo tiempo, no descuidar ese lado salvaje para los conductores más avanzados. Y es que un M3/M4, como un Porsche 911, siempre tiene que hacerlo bien.