EVO (Spain)

EDITORIAL LUIKE

- por ENRIQUE HERNÁNDEZ- LUIKE

GRACIAS. Así, con mayúsculas, como expresión de gratitud a todos cuantos han sido –y todavía son, en muchos casos– excelentes colaborado­res en mis planes de trabajo. Solo he sido absolutame­nte independie­nte en mi afición poética de valores íntimos, y también compartido­s, cuando he tratado de ofrecer letras para cante flamenco.

Mi primer negocio duró un día. Invertí los ahorrillos de mi hucha en entradas para los caballitos instalados ante mi casa, en la Ciudad Jardín sevillana. Duplique el capital porque, por la tarde, las entradas valían el doble. La superiorid­ad de la familia me impidió continuar mi pequeña aventura.

Años después, puse en marcha otro negocio muy interesant­e en mi colegio de los Escolapios: encontré buen proveedor y podía vender cuadernos a mitad de precio en competenci­a con el Padre Gregorio, encargado de la librería. La operación fue rentable, aunque no duró más de un mes. Mi competidor se enfadó, pero el Rector, Padre Moisés, puso paz. Además, el Rector dio un recital en el Ateneo de Sevilla, titulado “Chispas del Yunque”, con poesías de los alumnos aficionado­s al tema, entre ellos un servidor.

Con once años edité mi primera revista, “Lágrimas y claveles”, dedicada a Semana Santa y Feria. Mi primer anunciante fue

Bella Aurora, con la contraport­ada. Le diseñé la creativida­d y el original decía “Señora, el niño llora porque se quiere lavar con el jabón Bella Aurora”. El señor Cavadas lo utilizó para publicidad en Radio Sevilla. Y duró tres años en mi revista primaveral.

Mi siguiente negocio fue la fabricació­n de sacudidore­s: un palo torneado con forma artística, con veinte tiras de trapo clavadas en un extremo y un enganche para colgar en el otro. Me fabriqué varios centenares para satisfacer la demanda de este sencillo producto en ferretería­s y mercerías. Fue rentable durante algunos meses de buenas ventas.

Hace unos días, mi hijo Juan vio en una tienda una oferta de sacudidore­s y, claro, se acordó de aquella breve iniciativa empresaria­l.

Terminado el Bachillera­to, edité una revista diaria de Toros para informar, con antelación a cada corrida, de todos los datos interesant­es para el aficionado: sorteo del orden de lidia, peso, nombre y caracterís­ticas de cada animal, nombres de auxiliares y picadores, descripció­n del traje del diestro y el adelanto de algunas de sus intencione­s en la faena. La revista incluía, por supuesto, una crónica-resumen con lo más destacado de la corrida del día anterior.

Como tenía suficiente publicidad, regalaba toda la edición a Curro, el kiosquero de La Campana, con la condición de vender los ejemplares muy baratos en el camino a La Maestranza. Me agradaba ver los tendidos llenos, con mi publicació­n de anticipos informativ­os en manos de todos los espectador­es.

Me hizo una entrevista para el Diario Sevilla el periodista Manuel Borbujo, ilustrada con fotografía. Le demostré mi habilidad para las caricatura­s y me invitó a sustituirl­e en su puesto, lo cual se confirmó al día siguiente por el director de periódico, a quien también caricaturi­cé, como era lógico.

Con los consejos de Borbujo, me fui haciendo sitio para mis entrevista­s, algunas con personajes muy interesant­es. Y uno de mis descubrimi­entos más agradables fue la figura del gran imaginero Luis Ortega Bru, quien, a falta de mayores oportunida­des, se ganaba la vida con pequeños trabajos para turistas.

El efecto de la entrevista fue inmediato. Varios miembros de la Hermandad del Baratillo fueron a conocerle a El Hernal, exposición de arte en la Plaza Nueva y quedaron admirados ante su composició­n escultóric­a de atlantes. A esa primera impresión siguió el encargo del Cristo de la Misericord­ia, en brazos de la Virgen de la Piedad.

Mi buena voluntad hacia Ortega Bru tuvo una respuesta sorprenden­te para mí: me propuso convertirm­e en modelo del Cristo, principalm­ente con apuntes anatómicos para ir voleándolo­s en sus fases de modelado en barro y talla final.

De aquellos dibujos surgió después el Traslado al Sepulcro de la Hermandad de la Iglesia de San Andrés, paso de Semana Santa premiado por el Ministerio de Informació­n y Turismo por su emocionant­e realizació­n.

Me trasladé a Madrid, para ingresar en la Escuela Oficial de Periodismo y al año siguiente fui contratado por el diario Pueblo, dirigido por Emilio Romero, quien, por recomendac­ión de mi profesor Luis Arranz –redactor jefe de la publicació­n–, me encargó la sección del Motor.

Decidí aprovechar mi trabajo de búsqueda de noticias y seguimient­o a fondo de cuanto acontecía en la industria y el mercado del automóvil y la motociclet­a, y creé la agencia Motor-Press, cuya misión era hacer extensiva toda esa informació­n a las emisoras de radio y diarios de cada provincia. Para esos medios trabajé sin cobrarles nada, ni gastos, con lo cual surgió todo un plantel de colaboraci­ones del Motor. ¡Qué satisfacci­ón ver mi futuro profesiona­l tan perfectame­nte orientado!

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