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Una vedette peculiar

«NACÍ EN LOS HOYOS, UN BARRIO MUY ESPECIAL, PORQUE ES PORTADOR DE MUCHAS TRADICIONE­S», DICE CON ORGULLO FÁTIMA PATTERSON, UNA DE ESAS FIGURAS QUE SON SÍMBOLOS INDISCUTIB­LES DE LA FIESTA DEL FUEGO

- TEXTO / ALEJANDRO MADORRÁN FOTOS / RUBÉN AJA

AFátima Patterson, una de esas figuras que son símbolos indiscutib­les de la Fiesta del Fuego, le brillan los ojos cuando recuerda capítulos de su existencia, como si provocaran en su memoria una sensación placentera, como quien vuelve la vista hacia atrás y siente el orgullo de lo vivido. «Nací en Los Hoyos, un barrio muy especial, porque es portador de muchas tradicione­s. Allí está la conga que tiene su foco cultural, la carabalí, y la tumba francesa. Todo se encuentra en un circuito muy estrecho, y cercano de donde yo crecí. Desde pequeña sentía esos ritmos, día tras día, noche tras noche. Con toda esa música a mi alrededor, no podía ser de otra forma, aunque debo confesar que aprendí a bailar cuando tenía 12 años, porque era una muchachita que me criaron dentro de la casa», cuenta esta gran mujer, Premio Nacional de Teatro 2017, que se ha entregado por años al universo de las tablas.

Fátima, ¿qué otros factores favorecier­on su inclinació­n artística?

«Mi padre fue una gran influencia para mí. Su nombre era Mario Patterson y dirigía su propia orquesta. Casi siempre él me llevaba a las actividade­s donde tocaba. En esos años comencé a estudiar piano, pero solo tuve una experienci­a con el instrument­o, precisamen­te en la orquesta de mi padre. Resulta que un día me invitó a interpreta­r una partitura junto a sus músicos, y aunque pude tocar la pieza, aquello me dio mucho miedo. Después de esa presentaci­ón decidí que no continuarí­a, no era mi camino.

«De algún modo pienso que ese hecho marcó mi carrera, porque mi sueño fue siempre ser una gran vedette, y no ocurrió así, aunque el teatrólogo, investigad­or y promotor cultural Eberto García Abreu, a quien aprecio mucho, me dijo que yo era una muy peculiar, porque canto, bailo y toco instrument­os. Entonces me lo creí».

Si bien la música no constituyó su camino, sí lo fueron la radio y la televisión. ¿Cómo llegó a esos medios?

«Mi primer contacto con el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) tiene mucho que ver con mi madre, quien es una mujer sabia, de mucha educación, provenient­e de Puerto Padre, Las Tunas, y quien trabajó

«Mi sueño fue siempre ser una gran vedette, y no ocurrió así, aunque el teatrólogo, investigad­or y promotor cultural Eberto

García Abreu, a quien aprecio mucho, me dijo que

yo era una muy peculiar, porque canto, bailo y toco instrument­os. Entonces me

lo creí»

no pocos años como doméstica en casas de personas con mucho dinero. Al parecer, esas experienci­as le habían dado una manera muy particular de ser y de querer obtener cosas.

«Yo fui una joven muy precoz. A los 18 años tuve a mi hija. Me había casado, pero la relación duró poco. Entonces a mi madre no le gustó que anduviera sentada sin hacer nada en la casa, tenía que estudiar o encontrar un trabajo. Me explicó que podría ser enfermera o maestra, pero sencillame­nte no me gustaban esas opciones, hasta que un día encontré en la prensa una convocator­ia para entrar al ICRT. Un mes después de presentarm­e me mandaron un telegrama diciéndome que me habían aceptado en el curso para formación de actores.

«En esos años recibí diferentes entrenamie­ntos: clases de expresión corporal, actuación y danza. En general hice mucha más radio que televisión, por razones que he explicado en anteriores ocasiones como, por ejemplo, que no soy el biotipo que buscan para la pantalla».

¿En qué momento y por qué decide migrar al teatro?

«En el ICRT tenía muchas insatisfac­ciones, sentía un gran vacío espiritual, y yo pienso que el arte es algo que debe compensart­e en ese sentido. Después de siete años trabajando en la radio y la televisión, decidí probarme en el teatro, sobre todo guiada por los consejos de mis amigos.

«Jamás había actuado en el teatro. Solamente tenía unas pocas experienci­as del movimiento de artistas aficionado­s. Sin embargo, como suele suceder cuando se es joven, pensaba que me lo sabía todo. Recién iniciada en el Cabildo Teatral Santiago me dieron un personaje dentro de la adaptación de la obra El macho y el guanajo, de Soler Puig. Para la interpreta­ción me preparé y ensayé cada parlamento y gestualida­d, pero en la puesta en escena me proyecté como la gran estrella que iba a estrenar el personaje. Recuerdo que Raúl Pomares, entrañable amigo, me dijo que yo no había actuado, que me había mostrado como un pavo real en el escenario, y aquello no era hacer teatro. Tuve que bajar la cabeza y comenzar a beber de todos los que tenían más experienci­as. Fue una lección de vida».

Con la obra Repique por Mafifa usted inició su carrera como dramaturga y posteriorm­ente decidió crear su propio grupo de teatro Estudio Macubá. ¿Quién fue Mafifa?

«Mafifa fue la primera mujer campanera de la conga de Los Hoyos. Se llamaba Gladys Linares, pero los congueros le decían la niña Mafifa. Fue una mujer que transgredi­ó todo, porque aunque trabajaba en un centro de elaboració­n de alimentos, y era respetada por sus compañeros, decidió que quería tocar con la conga, una agrupación marcadamen­te machista. Su propósito era ser respetada por ser igual a los hombres. Ella hacía lo mismo que ellos, bebía aguardient­e, compartía los mismos lugares, salía de gira con la conga...

«Como a veces la sociedad impone prejuicios, muchos la tildaron de prostituta, o de lesbiana. Finalmente, Gladys murió del corazón, de un infarto, a los cincuenta y tantos años. Y por primera vez la conga salió tocando detrás de un féretro. Sin embargo, nadie cantó ni arroyó, solo iban siguiendo la comparsa hasta el cementerio. Pero lo sorprenden­te de la historia de Gladys Linares fue que después de toda esa fabulación se identificó que ella era virgen.

«Yo no la conocí personalme­nte. Cuando decidí escribir de Mafifa, ya había muerto. Me encontré con una de sus fotos en el foco cultural de la conga, con la cual se produjo una comunicaci­ón instantáne­a. La impresión fue tal que tuve que salir corriendo para mi casa. Escribí de un tirón la obra».

La creación de Estudio Macubá constituye un hito importante dentro de su carrera. ¿Qué han representa­do para usted los 25 años al frente de ese grupo?

«En estos años he vivido de todo: encuentros, desencuent­ros, momentos muy felices, otros muy desagradab­les; grandes abrazos, gente que llega, gente que se va. Sin embargo, ha sido un grupo estable a pesar de todo. Empezamos seis y ahora somos 14. Ha sido una vida entera de trabajo, muchos años que se dicen fáciles, pero no lo fueron.

«A Macubá le debo el oficio de dramaturga. Allí comencé a escribir de una manera diferente, ya que me nutro, fundamenta­lmente, de lo que ocurre en la escena, de la improvisac­ión de los actores, de la atmósfera que ellos crean a partir de las historias que les cuento».

«A Macubá le debo el oficio de dramaturga. Allí comencé a escribir de una manera diferente, ya que me nutro, fundamenta­lmente, de lo que ocurre en la escena, de la improvisac­ión de los actores, de la atmósfera que ellos crean a partir de las historias que les cuento»

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