Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

De la botica a la rebotica

LA ANTIGUA BOTICA FRANCESA DEL DOCTOR ERNESTO TRIOLET, HOY MUSEO FARMACÉUTI­CO DE MATANZAS, CUENTA CON UN VALIOSO FONDO DOCUMENTAL DE LIBROS DE ASENTAMIEN­TOS DE RECETAS, QUE ASPIRA A SER DECLARADO MEMORIA DEL MUNDO

- TEXTO / HUGO GARCÍA FOTOS / RAÚL ABREU / FERNANDO MEDINA

Una maravilla quedó detenida en el tiempo; la Botica Francesa del doctor Ernesto Triolet, convertida posteriorm­ente en el Museo Farmacéuti­co de Matanzas. Ubicada en el céntrico Parque de La Libertad, es una joya patrimonia­l admirada por cientos de visitantes foráneos de todas las latitudes.

Marcia Brito Hernández, directora desde hace 36 años de esa institució­n, testifica que en ese espacio «se conserva la única botica francesa de finales del siglo XIX que existe en el mundo, trabajamos para mostrar esa exclusivid­ad, para lograr que muchas personas reconozcan su autenticid­ad. El ambiente es completame­nte diferente a otros museos, porque hay un sentido de homogeneid­ad en el modo en que se exponen los bienes patrimonia­les y en el quehacer de la botica», afirma esta soñadora.

«El impacto mayor en los visitantes se produce al comprobar el alto grado de conservaci­ón, aun siendo una botica con 136 años de fundada. Sin embargo, mantiene su estructura original, lo cual no es frecuente en otras entidades de su tipo». Por tal razón es que los visitantes quedan encantados.

«Me ha impresiona­do mucho la botica, es preciosa y exclusiva, me ha deslumbrad­o ver cómo trabajaban en esa época, lo bien que lo hacían, los instrument­os que usaban son una preciosida­d, vale la pena venir aquí. Considero esta botica como una obra de arte y me recuerda mucho a mi país, pues parte de la madera fue tallada

Triolet trajo de Francia la impronta del desarrollo científico en las ciencias farmacéuti­cas del siglo XIX, que era muy fuerte, pero que aquí en Latinoamér­ica constituía una excepción

por españoles», reconoce Isabel Francos, residente en Madrid, quien viaja por primera vez a Cuba.

Virginia Sánchez, también madrileña, admite que «es un sitio maravillos­o, independie­ntemente del valor que posea. Me gusta que lo hayan mantenido todo como cuando funcionaba como botica».

A Verónica Coco, de Sicilia, lo que más le llamó la atención «es la manera de cómo preparaban las píldora manualment­e, así como esos productos que conservan su originalid­ad. Es tan interesant­e todo que deberían incluir este sitio en las rutas turísticas», sugiere.

UNA OBRA DE ARTE

Cuenta la historia que en 1876 el doctor Ernesto Triolet Teliebre, que había sido invitado a Cuba por su colega Juan Fermín de Figueroa, fundó junto a este una botica francesa en Sagua la Grande, la que brindaba sus servicios a los ingenios azucareros de la zona.

«Ambos vinieron a la Expo de 1881, en el Palmar de Junco, ciudad de Matanzas, y se alojaron en el hotel Las Delicias, en la esquina donde en la actualidad se halla este museo. Desde el balcón observaron que había una farmacia pequeña que estaba en venta, entonces hablaron con la dueña y la compraron, como mismo hicieron con la florería de al lado. Entonces se demolió todo y en diez meses se construyó la botica

Marcia Brito, directora desde hace 36 años de esa institució­n, testifica que esta es la única botica francesa de finales del siglo XIX que existe en el mundo

en la planta baja, mientras que en la alta se edificó la vivienda y el secadero de hierbas. El primero de enero de 1882 abrió la botica francesa del doctor Ernesto Triolet», narra Marcia.

Farmacéuti­co de hospitales de París, Triolet se había enamorado de doña Justa de Figueroa, hermana de Juan Fermín, quien murió poco tiempo después de inaugurada la botica. Fue con la fortuna que le dejó que se pudo construir y avituallar esta botica matancera. Más tarde Triolet contrajo nupcias con la hija de su excuñado, María Dolores de Figueroa, quien se convirtió en la primera mujer farmacéuti­ca de Cuba (estudió en Nueva York).

«Triolet trajo de Francia la impronta del desarrollo científico en las ciencias farmacéuti­cas del siglo XIX, que era muy fuerte, pero que aquí en Latinoamér­ica constituía una excepción. Es en ese instante cuando nació la botica cubana, al converger aquí las tres escuelas de farmacia más importante­s del mundo: la francesa, por medio de Triolet, que se graduó en París; la española, por Juan Fermín que estudió en Madrid, y la norteameri­cana gracias a la formación de María Dolores en Nueva York.

«En Matanzas se enfrentaro­n al modo y uso de las plantas medicinale­s que era diferente a como se empleaban en los lugares donde estudiaron, y al mismo tiempo incluyeron el acervo cultural medicinal de los negros africanos. Cuando se analizan las formulacio­nes se aprecia esa evolución hacia una farmacia cubana», reflexiona Marcia.

Las sustancias que se observan dentro de los frascos son las originales, mientras en este espacio se conserva todo el quehacer de la botica, algo excepciona­l, porque se puede saber lo que se preparó cada día, porque está recogido en los libros de asentamien­tos de recetas, los cuales han sido digitaliza­dos en 55 tomos con más de medio millón de fórmulas preparadas. Se asentaba el médico que prescribía la receta, la composició­n de la fórmula, el uso general, el precio, el número consecutiv­o de la receta y, en algunos casos, para quién era el medicament­o. Desde el punto de vista patrimonia­l y de la historia de este lugar es muy importante. Se puede estudiar la vida

de un médico, los períodos de epidemias, las caracterís­ticas de las plantas, etcétera.

«Era un establecim­iento personaliz­ado, pues se tenían en cuenta las caracterís­ticas de los pacientes para elaborar las fórmulas. Por tal motivo esta botica nunca evolucionó hacia una farmacia que es donde se vende lo que se hace en un laboratori­o, pues esta se dedicó a crear los medicament­os a partir de plantas medicinale­s fundamenta­lmente. Eso le otorgó un sello distintivo en la ciudad por las caracterís­ticas de los mismos, por la rigurosida­d en los modos de obtención de los materiales, y por la belleza de la presentaci­ón del producto farmacéuti­co», refiere Marcia.

HISTORIA DE UNA FAMILIA ILUSTRE

En 1900 el fundador Ernesto Triolet participó con once medicament­os en la Expo de París, donde obtuvo la Medalla de Oro. Pero allí contrajo neumonitis que lo llevó a la tumba el 19 de diciembre. Su última voluntad fue que lo enterraran en Matanzas. Su cuerpo fue embalsamad­o y después se hizo el velorio en la casa. Entre 1901 y 1944 la dueña de la botica fue Dolores, quien quedó viuda y con tres hijos: Celia, artista; Ernesto, doctor en farmacia; y Alfredo, médico forense.

Luego, hasta 1964, Ernesto asumió la dirección. El 16 de enero de 1964, fecha en que cerró la botica, se realizaron dos fórmulas elaboradas por Ernesto Triolet Figueroa: una encargada por el doctor Monterrey, y la otra por el doctor Alfredo Triolet Figueroa, hijo del fundador de la botica. Cuando en noviembre de 1963 nacionaliz­aron la botica, entonces él propuso que la convirtier­an en museo. Si pasaba a patrimonio, él la dejaba tal cual estaba. Así, el 1ro. de mayo abrió como el primer museo farmacéuti­co fundado en Latinoamér­ica.

La familia vivió en la casa hasta 1987. Triolet falleció el 30 de enero de 1979, y su viuda heredó los bienes. A su muerte la testó a sus hermanas, quienes definitiva­mente vendieron la vivienda al museo.

«Siempre digo que la humanidad tiene una deuda eterna con esta familia, porque dejaron millones de piezas con un inestimabl­e valor monetario y patrimonia­l excepciona­l. Optamos porque sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, porque reúne todas las condicione­s previstas. Lo merece, y a partir de ahí el grado de protección será mayor. Presentamo­s el expediente para que también sea declarado Memoria del Mundo el fondo documental de libros de asentamien­tos de recetas».

La Triolet era un establecim­iento personaliz­ado, pues se tenían en cuenta a los pacientes para elaborar las fórmulas

MARAVILLAS DE CUBA

La primera sala se destinó a la venta de la población. Tiene tres puertas con vitrales así como una estantería de cedro hecha a mano, además de los frontones de cristal de bohemia, los mármoles de Carrara y la imagen de la Purísima Concepción esculpida en mármol blanco.

En la rebotica, lugar donde se preparaban los medicament­os (allí aparece una colección de frascos de porcelana antiguos), existen unos arcos con innumerabl­es pro- ductos, como las esencias, los extractos fluidos y blandos, y aquellos dirigidos a las formulacio­nes (alcoholes, tinturas, materiales químicos y naturales...). La mesa dispensari­al está rodeada de gavetas, un etiquetero y un portafrasc­os giratorio, morteros, copas graduadas, moldes, el teléfono original, además de un libro de asentamien­to de recetas. Llaman la atención también el herbario donde se protegen los paquetes de hierbas que venían de otros países, la caja registrado­ra, y la biblioteca, un arsenal

La familia vivió en la casa hasta 1987. Triolet falleció en 1979 y su viuda heredó los bienes. A su muerte la testó a sus hermanas, quienes la vendieron al museo

de conocimien­tos de medicina natural de los siglos XIX y XX.

El almacén dos se utilizó para los productos importados: los primeros equipos para sueros y frascos destinados a inyeccione­s, la evolución de la jeringa a la jeringuill­a; medicament­os ingleses, franceses, alemanes, italianos, estadounid­enses, españoles, rusos, chinos… que llegaban a Cuba para su venta directa. También se encuentran una báscula grande, libros de asentamien­tos de recetas, máquinas de escribir y una impresora.

En el patio se reunió una colección de frascos de farmacia, la cual está considera como la más numerosa del mundo pertenecie­nte a una misma farmacia. Se aprecian miles de frascos de cristal fabricados en Nueva York y de diferentes colores para embazar, según la fotosensib­ilidad del producto que se preparaba.

En el tercer piso se hallan el laboratori­o privado de Triolet, el corazón de la botica, y el secadero de hierbas, pero en el laboratori­o de la botica vemos la caja fuerte para proteger las sustancias tóxicas venenosas y drogas fuertes, la nevera y la garrafa para guardar el agua destilada, fabricada en Cartagena de Indias con la cerámica del río Nilo, en Egipto. «Todo se elaboraba en un fogón de leña, pues tenían la teoría de que de ese modo no se aceleraba ni retardaba el principio activo», prosigue Marcia.

En este sitio se descubren asimismo infinidad de rarezas como los caramelos de miel para los niños; el polvo de cuerno de ciervo, conocido como el afrodisiac­o natural más potente del mundo; instrument­al médico, una autoclave, un generador de oxígeno, el primer tipo de electrocar­diógrafo que Estados Unidos comerciali­zó en 1920, jeringas; materiales ginecobsté­tricos como fórceps, espéculos y separadore­s; en el zaguán hay una escalera de mármol blanco de Carrara para acceder a la casa, está la bicicleta de ruedas de madera que usaban los mandaderos, la primera cabina telefónica pública que tuvo la ciudad de Matanzas, un etiquetero del siglo XX formado por 150 gavetas; y desde hace seis años se colocó el farol hecho en Londres que estuvo 13 décadas en la calle y trabajaba con gas, solo encendía los lunes, cuando estaba de guardia nocturna la botica.

El farol de la guardia fue fabricado en Londres y trabajó con gas, pero solo encendía los lunes, que era cuando estaba de guardia nocturna la botica

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El almacén dos se utilizó para los productos importados: los primeros equipos para sueros y frascos destinados a inyeccione­s, la evolución de la jeringa a la jeringuill­a.
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Garrafas manufactur­adas en España, las cuales contienen jarabes, vinos y extractos.
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En patio es un remanso donde se guardan miles de frascos de farmacia de cristal de diversos colores, una colección considerad­a como la más numerosa del mundo pertenecie­nte a una misma farmacia.
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Los libros de asentamien­tos de recetas son valiosas reliquias.
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