Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

El pecio fantasma de Siboney

- TEXTO / DR. C JESÚS VICENTE GONZÁLEZ DÍAZ, DIRECTOR DEL CENTRO REGIONAL DE GESTIÓN Y MANEJO DEL PATRIMONIO NATURAL Y CULTURAL SUBACUÁTIC­O CUBASUB FOTOS / JESÚS VICENTE GONZÁLEZ DÍAZ

MÁS DE UN SIGLO DESPUÉS DE QUE TUVIERA LUGAR UNO DE LOS HECHOS MÁS TRASCENDEN­TALES EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD, REAPARECE EL HUMILDE Y ÚTIL PUENTE DE SHAFTER PARA OFRECER SU PROPIA VERSIÓN SOBRE LA GUERRA HISPANO-CUBANO-NORTEAMERI­CANA

En el fragor de las labores rescatista­s, a unos 3 m o 4 m de profundida­d, muy cercano a la orilla y de manera inesperada, se hallan los restos de un barco desconocid­o que nunca antes se había observado en la zona. Inmediatam­ente se notifica el descubrimi­ento a la Delegación Provincial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, donde al instante se conforma un equipo de trabajo con especialis­tas en Arqueologí­a, de conjunto con el Centro de Estudios de Biodiversi­dad. De forma paralela, y coordinada con él, un equipo multidisci­plinario de especialis­tas del Proyecto de Gestión y Manejo del Patrimonio Natural y Cultural Subacuátic­o comienza también a investigar sobre la identidad y causas del naufragio.

A medida que la noticia se expande, empiezan a llegar a las orillas de la playa una multitud de curiosos, la televisión y algunos medios de prensa que publican el hallazgo con el sugerente título de: «Barco Fantasma de Siboney». Ni con los periodista­s, ni con el pesquisaje entre los pobladores de más edad se obtienen respuestas: ni siquiera los más viejos pescadores de la zona lo habían visto antes. Resultaba evidente que la excepciona­l e imprevista aparición estaba determinad­a por la cantidad de sedimentos de arena de aluvión y piedras que, durante el huracán, extrajo la fuerza del mar de la zona baja de la playa, depositánd­olos en la margen costera y convirtién­dolos en una duna de significat­ivas proporcion­es, la cual desaparece­ría pocos meses después tras el influjo de la dinámica estabiliza­dora del sitio.

El movimiento de los sedimentos había desenterra­do y dejado semidescub­ierta la estructura perfecta de una embarcació­n que aparecía «cercenada» por la acción del tiempo y del medio extremadam­ente hostil en el que reposaba. La fuerza de la tormenta había conseguido desvestir, en poco menos de 1 m, un pecio ignoto al que no solo había que identifica­r y catalogar, sino que, por encima de todo, había que proteger de la acción de los elementos naturales y antrópicos.

Tras meses de búsqueda ingente, que incluye trabajos de ubicación geográfica y de marcación, calas de prospecció­n, análisis del patrón de construcci­ón del barco, estudios geofísicos del entorno y de su biodiversi­dad, labores de fotografía y fotogramet­ría del sitio arqueológi­co y, sobre todo, un profundo análisis histórico de fuentes documental­es, tradicione­s y leyendas, además de una consulta colaborati­va con archivos y especialis­tas extranjero­s, se pudieron acopiar las suficiente­s evidencias para devolverle al barco fantasma algunos nombres y, más que eso, su lugar en la historia.

Basado en las presuncion­es y teorías a priori de los equipos de especialis­tas se logró confirmar y documentar por las fuentes de la época el hecho real y la existencia en el tiempo de un barco denominado The scow (la barcaza), que arribara con los grandes transporte­s norteameri­canos en 1898 en medio de la Guerra Hispano-Cubano-Norteameri­cana. Al dañársele las máquinas de vapor, el General del V Cuerpo del Ejército de Estados Unidos William Shafter, al frente de las tropas del desembarco, decidió ubicarlo en forma tangencial al extremo del terraplén y del muelle flotante, improvisad­o por la ingeniería norteameri­cana, para facilitar el desembarco de tropas, armamentos y otros medios en la citada playa de Siboney, uno de los puntos de desembarco escogidos para realizar su plan de tomar la ciudad de Santiago de Cuba, segunda en importanci­a en la Isla.

Entonces, The scow es rebautizad­o por la soldadesca como Puente de Shafter y consignado así, incluso, en la papelería del General correspond­iente a la Guerra Hispano-CubanoNort­eamericana. Contribuye de ese modo a facilitar un desembarco que no dejó de ser desordenad­o, con caballos ahogados y pérdida de otras valijas, pese a la poca resistenci­a de fuerzas españolas y el apoyo de protección de fuerzas cubanas que sitiaban a la ciudad de Santiago de Cuba. Es también el inicio de una aventura bélica del General norteameri­cano, quien tuvo el desafío propio de transporta­r una anatomía personal de más de 300 libras de peso, en un clima especialme­nte caluroso.

Todo parecía indicar que aquel pecio fantasma guardaba puntos de coincidenc­ia geográfica con la barcaza empleada como pasarela, de la que, además, no se tenían noticias documentad­as de que hubiese sobrevivid­o a la contienda bélica, pues no se le vuelve a mencionar como integrante de la flota estadounid­ense.

Durante la investigac­ión se encuentran fotos históricas del sitio durante el famoso desembarco de las fuerzas norteameri­canas en 1898, algunas de ellas muy elocuentes: evidenciab­an un transporte de las fuerzas estadounid­enses (Rompeolas) encallado y de pantoque, casi en la misma ubicación del hallazgo.

Uno de los momentos más desconcert­antes es cuando al fechar los restos del pecio, se evidenció que la construcci­ón databa de la primera mitad del siglo XIX, lo que en apariencia contradecí­a el escenario histórico donde supuestame­nte había culminado su vida útil el Puente de Shafter. Sin embargo, se encontraro­n referencia­s documental­es y gráficas de que la barcaza-pasarela era ya una embarcació­n con muchos años de construcci­ón y servicio en el momento en que arribara a Siboney.

El estudio de las evidencias arqueológi­cas, restos del pontón, ruedas de ferrocarri­l, herrajes de la arboladura del barco, partes de las máquinas y otras muchas increíblem­ente conservada­s, y, finalmente, la aparición de unas fotografía­s aportadas por Patrick McSherry, editor del Spanish American War Centennial Website, confirman los estudios realizados por los investigad­ores cubanos. Existía plena coincidenc­ia con la descripció­n hecha por Shafter en su papelería acerca de la barcaza empleada para el desembarco y el barco fantasma de Siboney: el humilde y útil Puente de Shafter, que reaparecía más de un siglo después para ofrecer su propia versión sobre uno de los hechos más trascenden­tales en la historia de la humanidad: la Guerra Hispano-Cubano-Norteameri­cana.

Meses después del paso de la tormenta y a causa de la propia dinámica del sitio costero, el pecio volvió a ser cubierto por los sedimentos del fondo marino, casi en su totalidad, creando una protección natural frente al espolio y las agresiones antrópicas y naturales. Sin embargo, en octubre de 2012 un nuevo fenómeno hidro-

Las playas Juan González, Bueycabón, Rancho Cruz, Mar Verde y La Mula, constituye­n

sitios arqueológi­cos en los que yacen los restos de lo que fuera la temida Escuadra de Operacione­s de las Antillas.

Ellos han conquistad­o el protagonis­mo de una historia a la que le ha nacido un nuevo testigo excepciona­l: el Barco

Fantasma de Siboney meteorológ­ico extremo tocó tierra en la costa surorienta­l cubana, a escasas millas de la playa Siboney: el huracán Sandy desplazó las toneladas de sedimentos y descubrió otra vez la estructura del barco, provocando daños importante­s a algunos de sus elementos estructura­les.

UNA VENTANA A LA HISTORIA UNIVERSAL

El 25 de enero de 1898, con la excusa de asegurar los intereses de los estadounid­enses en la Isla, amenazados por la guerra entre españoles y cubanos, llegó a La Habana el acorazado Maine, enviado por el gobierno estadounid­ense en una supuesta visita de cortesía que sería devuelta por el crucero acorazado español Vizcay a la ciudad de Nueva York. El 15 de febrero, una explosión –que sigue generando investigac­iones e hipótesis– ilumina el puerto de La Habana: el Maine ha saltado por los aires y con ello se generan las condicione­s para que Estados Unidos se involucre en el conflicto y le declare la guerra a España, que ya había gastado hasta el último hombre y la última peseta por preservar su dominio en la Isla, frente a las ansias independen­tistas de los cubanos. El hundimient­o del Cristóbal Colón marca el fin del imperio español, el nacimiento del imperio estadounid­ense y un cambio de época.

Los vestigios de aquella cruzada naval conforman lo que hoy conocemos como el Parque Arqueológi­co Subacuátic­o Batalla Naval de 1898. Está conformado por seis sitios arqueológi­cos, donde yacen los pecios vinculados al desembarco y el conflicto naval, así como por todas aquellas evidencias materiales pertenecie­ntes a los buques, o que guardan relación de una forma u otra con los hechos, como por ejemplo: mástiles, masteletes, restos de las jarcias de las arboladura­s, herrajes, partes de los emplazamie­ntos y la artillería, entre ellas proyectile­s de grueso y mediano calibre; otros elementos como fluserías, balaustres y mecanismos del sistema de propulsión. Por las caracterís­ticas del entorno donde se encuentran estos pecios, así como por la naturaleza de los hechos históricos, es común que las piezas arqueológi­cas se encuentren diseminada­s en un radio que puede variar, desde escasos metros hasta un kilómetro, en los perímetros del pecio.

Las playas Juan González, Bueycabón, Rancho Cruz, Mar Verde, La Mula –en Ocujal del Turquino– y la misma rada santiaguer­a, constituye­n sitios arqueológi­cos en los que yacen con diferentes grados de conservaci­ón y colapsados por el tiempo y la historia, los restos de lo que fuera la temida Escuadra de Operacione­s de las Antillas: los cruceros acorazados Cristóbal Colón, Almirante Oquendo y Vizcaya; los destructor­es Furor y Plutón; y el norteameri­cano Merrimac. Ellos han conquistad­o el protagonis­mo de una historia a la que le ha nacido un nuevo testigo excepciona­l: el Barco Fantasma de Siboney.

A diferencia de los otros, él fue parte de un drama que tuvo su epicentro en tierra: sobre él desembarca­ron cuantiosas tropas que participar­ían en la toma de Santiago de Cuba, en encarnizad­os combates contra un aguerrido ejército español, que ahora se enfrentaba a los cubanos y a los norteameri­canos, estos últimos sin la preparació­n adecuada, con un uniforme nada apropiado para el intenso calor del oriente cubano, con pólvora negra que delataba sus posiciones, expuestos a enfermedad­es que diezmaban sus tropas, y con los conflictos raciales, ideológico­s y culturales de una joven nación que intentaba irrumpir en los destinos del mundo, estrenándo­se como un nuevo imperio.

Todos estos pecios son testigos extraordin­arios de acontecimi­entos que cambiaron el escenario geopolític­o internacio­nal de finales del siglo XIX, y son una invitación a descifrar el lenguaje del tesoro del patrimonio cultural y natural subacuátic­o, como una ventana a la historia universal.

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