Jerry Lewis, risa y genio
De gestos exagerados, e histriónico a más no poder, Jerry Lewis también fue un sibarita de la comedia, un fino estilista del gag y la planificación. Repasamos la carrera de este cineasta con mayúsculas fallecido el 20 de agosto a los 91 años.
Histriónico y exagerado en sus formas, revolucionó el slapstick con elaboradas carcajadas. Nos deja un reguero de buenas películas (El profesor chiflado, El terror de las chicas...) que certifican su lugar como Rey de la Comedia.
Jean-Luc Godard dijo que Jerry Lewis era uno de los cineastas más importantes del Hollywood de los 60. Otros (críticos o simples espectadores) opinaban todo lo contrario: sólo veían en el actor y realizador, fallecido el pasado 20 de agosto a los 91, a un cómico de gestos exagerados y hasta grotescos. Lástima que no se fijaran en el envoltorio de ese histrionismo, en la arquitectura y la ingenería de sus gags, en el trasfondo triste y melancólico de personajes como el de El terror de las chicas (1961), una de sus obras maestras como director, y donde Lewis hacía gala de una elegancia con la cámara, la planificación y el suministro de situaciones cómicas a la altura de un contemporáneo como Jacques Tati: por ejemplo, la primera mañana de su personaje en la residencia de señoritas. Por cierto, no sólo Godard amaba a Lewis en Francia: ahí hace décadas que es un mito, un intocable. Pero vayamos a los inicios, a ese Jerome Joseph Levitch que nació el 16 de marzo de 1926 en Newark (Nueva Jersey), hijo de padres judíos rusos metidos en el mundo del espectáculo y la música.
Consecuencia: a los 5 años, ya estaba haciendo gala de esa comicidad que, con el tiempo, refinaría para contar historias más profundas en films como El profesor chiflado (1963), uno de sus primeros títulos como realizador, tras El botones (1960), la citada El terror de las chicas y Un espía en Hollywood (1961). Antes, a mediados de los 40 conoció a Dean Martin, comenzaron a hacerse populares en locales y en la televisión, y, en los años 50 ya eran pareja estable cinematográfica gracias a films dirigidos por Norman Taurog (Viviendo su vida, Un fresco en
apuros, ¡Qué par de golfantes!) o Frank Tashlin (Artists and Mo
dels, Loco por Anita). Y llegaron los problemas: se dice que la creciente popularidad de la cara cómica del dueto enervó al cantante y actor, y que esto provocó las tensiones que desembocaron en ruptura.
La industria más convencional perdió a una máquina de hacer dólares, pero el cine ganó a un artista que, con unos profesores como Tashlin y Taurog (que vendrían a ser lo que los realizadores Don Siegel o Sergio Leone fueron para Clint Eastwood), empezó a dirigir, escribir y producir sus propias películas. A Tashlin
le debo todo lo que sé, aseguró el realizador, que ya sin Martin de partenaire, siguió colaborando con su gran mentor (El Ceniciento, Lío en los grandes almacenes).
LOS TRES FRENTES DEL AUTOR
Cuando dirijo, hago de padre. Cuando escribo, hago de hombre. Cuando actúo
hago el idiota. Con esta reveladora frase, Jerry Lewis, que siempre se confesó admirador de Charles Chaplin y Stan Laurel, se autorretrató para la eternidad. Quizá exageró en lo de idiota: muchos de sus personajes, más que idiotas, son niños grandes, adolescentes inadaptados a la edad adulta, torpes en una sociedad cuadriculada. Y ese chico incapaz de crecer con normalidad arma el caos, desestabiliza el orden, rompe cosas: véase Un espía en Hollywood (J. Lewis, 1961). Otra de sus frases más célebres y difundidas: La comedia es un hombre con problemas. Sin ellos, no hay humor.
En 1965, otro salto mortal: aficionado a hacer varios papeles, en su Las joyas de la familia (1965) se multiplicó por siete, sin lastimarse en el intento y, de paso, sirviéndonos un relato tan divertido como triste, porque no dejaba de criticar, duramente, la ambición, los malos sentimientos y el poder del dinero por encima de los lazos familiares. El hombre de negocios americano es un señor que durante toda la mañana habla de golf en su despacho y que el resto del día discute de sus finanzas en el campo de golf. Así veía él a los empresarios, y, cuando sus películas comenzaron a no llenar los bolsillos a los ejecutivos de Hollywood, se desentendieron de Lewis: a mediados de los 60, sus trabajos ya no daban tantos millones, y saltó de la Paramount a la Columbia (para la que rodó la hilarante Tres en un sofá) y después a la Fox, que le contrató para Un chalado
en órbita (1966), que dirigió Gordon Douglas.
UNA DECADENCIA (COMERCIAL) INJUSTA
En los años 70 y 80, ¿Dónde está el frente? (1970) o ¡ Dale fuerte,
Jerry! (1980) conservaban el punch de su director y estrella, pero no llegaron a enganchar al público. Una curiosidad de 1972: la inédita (por problemas legales y de rodaje) The Day the
Clown Cried, sobre un payaso que alegra a los niños judíos de camino a la cámara de gas. Los fans ansían poder ver algún día un trabajo tan arriesgado. El que sí que no había perdido su pasión por tan complejo artista (¡capaz de mostrarse de lo más antipático ante la prensa!) fue Martin Scorsese, que en El Rey de la Comedia (1982) le ofreció el papel de Jerry Langford, un cómico que es acechado por otro más joven (y sin talento), interpretado por Robert De Niro. Homenajeado en mil y un festivales, también participó en muchos actos benéficos, e incluso tuvo tiempo, y ganas y curiosidad, para intervenir en exquisiteces como Mi rebelde Cookie
(Susan Seidelman, 1989) o El sueño de
Arizona (Emir Kusturica, 1993), un título cuyo argumento nunca llegó a entender, como él mismo confesó sin pudor.
Sin el respeto de la intelectualidad que puedan tener un Woody Allen o un Buster Keaton (al que dicen que tuvo como guionista esclavo), pero con sus mismas cargas de originalidad e inventiva (empezó a usar el vídeo para controlar el rodaje desde la distancia, durante la filmación de El profesor
chiflado), no se entiende la carrera de Adam Sandler o Jim Carrey o los guiones de Judd Apatow (que a menudo hablan del pavor a crecer) sin el precedente y la sombra protectora e inspiradora de Jerry Lewis, que, como queriendo restar importancia a su aportación al cine, solía decir: A mí me pagan por hacer cosas por las que la mayoría de los niños son castigados.
“A mí me pagan por hacer cosas por las que la mayoría de los niños son castigados”.