Fotogramas

Tierra firme

★★★★★

- Jordi Costa Àlex Montoya Philipp Engel

Una elipsis abre un pozo de incer

tidumbre entre el prólogo y el cuerpo central de la historia en el debut en la dirección de largos del guionista Sergio G. Sánchez, revelado en El Orfanato (J.A. Bayona. 2007), película con la que El secreto de Marrowbone mantiene más puntos de contacto de lo deseable.

Ambientada, teóricamen­te, en los años 60 (aunque transcurra en ese notiempo gótico tan del gusto de cierto cine de terror español), esta historia de familia en fuga que acaba reconfigur­ándose en comunidad solidaria fraternal, situánLo mejor: su síntesis dose entre

Los de terror y relato de Cinco de Enid Blyiniciac­ión. ton y A las 9, cada Lo peor: su sorpresa noche (film de

final bordea ya el

Jack Clayton de

cliché.

1967, sobre el libro de Julian Gloag), tiene energía, solvencia técnica y rasgos de originalid­ad, pero también sus problemas: su giro sorpresa, que suscita demasiadas preguntas. Es cierto que Sánchez se ha encargado de que todo encaje y se justifique, pero para ello se exige al espectador tener una excesiva manga ancha en cuestiones de punto de vista. Pero he aquí una ópera prima con más construcci­ón que titubeos.

TIERRA FIRME (España, GB, 2017, 113 min.). Dir.: Carlos Marqués-Marcet. Int.: Oona Chaplin, Natalia Tena, David Verdaguer, Geraldine Chaplin.

Guion: C. Marqués-Marcet y Jules Nurrish. Fotografía: Dagmar Weaver-Madsen.

Música: Merche Blasco.

COMEDIA DRAMÁTICA.

Una escena bellísima,

con Oona Chaplin y

David Verdaguer al piano, entrecruza­ndo sus manos en busca de las teclas adecuadas, sin más palabras que sus silencios y las elocuentes miradas de ella, no sólo marca un punto de inflexión en Tierra firme. También reafirma la sensibilid­ad de su director para ponernos un nudo en la garganta con poquísimos, aunque fundamenta­les, mimbres: un magnífico trío protagonis­ta que destila complicida­d, un guion equilibrad­o, preciso, lleno de verdad, y una puesta en escena sobria, al servicio de lo auténticam­ente esencial.

Amarga como 10.000 Km. (2014), aunque más luminosa y esperanzad­ora, la segunda película de Carlos Marqués-Marcet vuelve a transitar con Algo elegancia por esos pequeños grandes temas que dan sentido a la existencia misma: la fragilidad de las relaciones sentimenta­les, la ineludible llamada de la maternidad, la eterna inmadurez o la fuerza de una amistad a prueba de bombas. En definitiva, la búsqueda de tierra firme emocional ante los vaivenes de la vida... o los de un barco en un canal de Londres. Lo mejor: la complicida­d del trío protagonis­ta y la verdad que rezuma.

Lo peor: que no aparezca el gato Chorizo. tar otro tema sensaciona­l, que no conviene revelar, y convertir a Emma Suárez, la actriz de moda, en la absoluta reina de la función.

Todo en Las hijas de Abril (Abril, por cierto, es ella) parece diseñado para que la Julieta de Almodóvar se salga de madre, y esta no defrauda: sabe cómo trastornar­nos con el retrato de una perturbada que no lo parece en términos de sobreactua­ción, sino por sus actos. Impacta la naturalida­d con la que se salta todos los límites de lo tolerable. Lo malo es que la propuesta desaprovec­ha otros aspectos de la trama, como una de sus hijas en particular, hasta el punto de que corre el peligro de pasar por un mero vehículo con hueco asegurado en festivales. Lo mejor: Clara, la hija con problemas de sobrepeso.

Lo peor: que Clara no tenga más presencia en el film.

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