Críticas.
★★★★★
BLADE RUNNER 2049 (USA, 2017, 164 min.). Dirección: Denis Villeneuve Intérpretes: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Robin Wright, Jared Leto, Sylvia Hoeks. Guion: Hampton Fancher y Michael Green. Fotografía: Roger Deakins. Música: Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch. CIENCIA-FICCIÓN.
Embarcarse en la secuela de
Blade Runner (Ridley Scott, 1982), una película perfecta, de una ambición temática y emocional asombrosa, con un estado de ánimo único y clave en la historia de la ciencia-ficción, es meterse en un jardín. Denis Villeneuve se ha atrevido a entrar en ese jardín. Sobre el papel, que el director de Sicario (2015) llevara a cabo la gesta era un arma de doble filo. Por un lado, estaba la garantía de una puesta en escena deslumbrante y una dirección firme y con estilo (aunque esclava de sus influencias). Por otro, surgían, al menos, dos miedos. El miedo a otro film de Villeneuve como La llegada (2016): visualmente apabullante, pero sin consistencia temática y emocional, lleno de imágenes hermosas (hasta poderosas). Y el miedo a que, al tratarse de un director tan ambicioso y en plena fase de definición, se alejara demasiado del original y lo traicionara.
Dialogar y profundizar
No había nada que temer. Blade Runner 2049 no es una película impecable (algunas decisiones de guion, por ejemplo, son insólitamente caprichosas), pero sí es una película extraordinaria. El diálogo con el film de Scott trasciende la nostalgia y la necesidad de dar continuidad al relato. Sintetizado, sobre todo, en el vínculo entre K (Ryan Gosling) y Deckard (Harrison Ford), lazo que muta en reflejo, recuerdo y proyección. Ese diálogo invita a reflexionar sobre la actualidad de las ideas expuestas en Blade Runner, y dispara temas como el desprecio a la memoria y la posible dimensión emocional de lo artificial y/o virtual. Y, contra todo pronóstico, se trata de un diálogo tranquilo, sin estridencias y despojado de una voluntad expresa de trascender.
Villeneuve firma una fantasía serena, a ratos incluso lánguida, en la que canjea el frío y la metafísica de otros de sus trabajos por una pulsión más emocional que cerebral. No es la emoción de Blade Runner 2049 arrolladora, pero está ahí y lo envuelve todo: igual no está a la altura del romance de la original, pero la historia entre K y el personaje de Ana de Armas no es ninguna tontería. Y todo ese fondo se expresa visualmente de un modo abrumador. Villeneuve no sólo genera imágenes de gran belleza, sino que nos recuerda que la imagen en movimiento puede ser asombrosa, que puede fundirse (y confundirse) con una idea, ser una idea en sí misma o tener vida más allá de las intenciones del cineasta.
Blade Runner 2049 está llena de ideas. Es cierto que algunas sólo se insinúan. Pero también es cierto que otras se expresan en imágenes inolvidables (los fantasmas del destartalado hotel de Las Vegas), y eso, por desgracia, en el cine contemporáneo (donde todo es referencia y pastiche de estéticas sisadas) ocurre muy pocas veces.
Reportaje en nº 2.087