Isabel Coixet, por La librería.
En ‘La librería’, Isabel Coixet adapta una novela de Penélope Fitzgerald para seguir ahondando en esas cosas que casi nunca oímos decir a las mujeres en una pantalla. Emily Mortimer es su excelente protagonista.
Isabel Coixet (Barcelona, 1960) estrena película, La librería, con rodaje en la costa norirlandesa y elenco internacionales. Notoria, a su pesar, por el maltrato a que está siendo sometida en las redes por independentistas a cuenta de sus posiciones contrarias a la separación de Catalunya, su nuevo film presenta extraños ecos con su agitada peripecia vital de estos días: una comunidad que pretende ahogar a quien considera disidente. O para quien ha imaginado un porvenir sin consultarlo con el interesado.
DIÁLOGO DE ARTISTAS
Coixet nos atiende mientras ultima, a contrarreloj, su nuevo trabajo: un documental sobre el artista chino Cai Guo Qiang, que en estos días inaugura exposición en el Museo del Prado. Es el segundo en hacerlo en toda la historia de la institución. Y la responsabilidad de la cineasta es seguirlo en su trabajo: lo viene haciendo desde la Nueva York en la que él vive, y se declara fascinada por su trabajo, que el chino realiza sobre todo… con pólvora. Está muy ilusionada porque, confiesa, Cai me está haciendo redescubrir a los clásicos del Prado. Me obliga a mirar con otros ojos a Goya, Velázquez, Rubens. Y, sobre todo, al enigmático El Greco.
En La librería, la cineasta regresa a un terreno querido: el mundo de los libros, al que ya se había asomado en su adaptación teatral de 84, Charing Cross Road. Y que le acaba de dar un primer espaldarazo internacional: el premio a la mejor filmación literaria internacional basada en una novela, concedido por la Feria del Libro de Fráncfort. La de ahora es una película salpicada de solidaridad entre mujeres, pero también de rencillas absurdas y de egos poderosos. De personas cobardes y de hombres (y también mujeres) ruines. De miedos, de las maniobras que hay que poner para adaptarse a un mundo en el que, como la Gran Bretaña de finales de los años 50, se rige por los encorsetados moldes de una sociedad de clases profundamente marcadas.
Leí la novela de Penelope Fitzgerald hace diez años, y vi en ella varios elementos que me llamaron la atención. En primer lugar, era un texto sobre el mundo de los libros, y esa temática tiene para mí siempre un gran interés. Luego, planteaba problemas de adaptación, porque era muy sutil en la narración de los estados de ánimo de los persona- ➔
jes. Y, finalmente, porque de lo que iba en realidad el argumento era de la maldad por la maldad, de la vanidad como motor de la actuación de la antagonista, y, por añadidura, del carácter insano de una comunidad que no permite que uno de los suyos realice un sueño. Un sueño pequeñito, sin alardes. Pero ni eso. Y aunque haya actitudes que se entienden en los miembros de las clases subalternas, hay otros (la modista, el abogado, el banquero… los miembros de la clase media) que lo hacen para seguir los caprichos de la poderosa local.
Bregó mucho la cineasta (aquí también, como casi siempre en su carrera, guionista y adaptadora) con un texto difícil: La novela es mucho más radical, más desencantada y cruel aún que la película. Yo necesitaba mantener un hálito de esperanza, algo de lo que agarrar a unos personajes que Fitzgerald, una escritora tan poco conocida aquí como pequeño best seller para muchos lectores anglosajones, trata muy duramente. El film (que está dedicado a un gran amigo de Coixet recientemente fallecido: el escritor británico John Berger) le fue sugerido por este, hace ya varios años. John Berger admiraba a Fitzgerald, a quien conoció superficialmente, y se empeñó en decirme que había en el texto algo que conectaba su mundo con el mío. Creo que hay en él una melancolía y una ternura que me son muy cercanas, reconoce.
INOCENCIA Y SUEÑOS
Coixet imagina a la librera, una mujer no especialmente heroica, por lo demás, casi como un trasunto de ella
misma: Es un personaje inocente, que no puede siquiera concebir la maldad ajena. Alguien que ha estado siempre muy protegida del entorno, pero con una capacidad grande, como buena lectora, para actuar con fantasía. Alguien capaz de poner en riesgo su patrimonio e incluso sus deudas, para cumplir un sueño que le parece legítimo y enriquecedor para su comunidad.
Ese papel le viene como anillo al dedo a una actriz tan magnética como Emily Mortimer: Para el papel de la librera necesitaba a alguien como ella, familiarizada con los libros. Alguien que supiera cómo cogerlos, olerlos, palparlos… y ella tiene todo eso de familia. Su padre, John Mortimer, es el autor de
los guiones de la serie Retorno a Brides
head (1981) o de ¡Suspense! (Jack Cla-
yton, 1961)… entre muchas otras obras para televisión, cine y teatro. En su casa son habituales escritores como Martin Amis o Ian McEwan. He visto muchas actuaciones suyas, y, aunque trabajara en películas mediocres, que también las ha hecho, termina por hacerse simpática, por su voz, por su mirada… siempre la salva algo… pensé que me gustaría ser su amiga. Por eso la elegí.
La autora de La vida secreta de las
palabras (2005) está cada día más empeñada en trabajar, más que con colaboradores, con amigos muy cercanos: el operador francés Jean- Claude Larrieu, con quien lleva desde Mi vida sin
mí (2003), ocho colaboraciones, y que aquí realiza un prodigioso trabajo con la luz para retratar un paisaje que se muestra entre apacible y borrascoso; el músico Alfonso de Vilallonga; o la actriz Patricia Clarkson. A Patricia quería darle, por primera vez, un papel de mal-
vada modélica, que, aunque sea relati
vamente breve, es central en la trama, y que creo que borda, asegura Coixet, que se ha rodeado de un equipo eficaz y compacto, al que ha podido añadir a otro gran actor británico, Bill Nighy, alguien que muestra una economía gestual entre Buster Keaton y Richard Burton. Sonríe poco. Pero, cuando lo hace, es como si el cielo se abriera.
ESTRENO: 10 NOVIEMBRE
“A Emily Mortimer la elegí por su voz, su mirada, su simpatía. Pensé que me gustaría ser amiga suya”. Isabel Coixet, directora