Fotogramas

La vida y nada más

★★★★★

- Desirée de Fez María Caballero

(España, USA, 2017, 110 min.). Dirección y guion: Antonio Méndez Esparza Intérprete­s: Regina Williams, Andrew Bleechingt­on, Ry’nesia Chambers, Robert Williams. Fotografía: Barbu Balasoiu. DRAMA.

No toda película pue

de sostener el peso de un título como La vida y nada más, bello y tajante, pero también indiscutib­lemente ambicioso. Y si es tan ambicioso es porque captar eso, la vida y nada más, desde la ficción (también desde el documental) sin que se sienta la presencia del cineasta que la observa y reproduce es muy complicado. Al segundo largo de Antonio Méndez Esparza (Aquí y allá), ese título no le queda grande. Su película es eso, tal cual, una ventana abierta a la vida de Regina (Regina Williams), una mujer joven que vive en un barrio desfavorec­ido de Florida y trata de sacar adelante a sus dos hijos, uno de ellos un chaval conflictiv­o (Andrew Bleechingt­on).

La vida y nada más confirma a un cineasta con la mirada clara, con la capacidad de convertir en realidad lo simulado y con una dirección extraordin­ariamente precisa y eficaz en su busca de la sencillez. Observadas desde la distancia adecuada (sin sin ser juzgadas, sin destilados sentimenta­les), las vidas de Regina y sus hijos nos llegan en toda su complejida­d, su dolor y su belleza. Lo mejor: el descubrimi­ento de Regina Williams.

Lo peor: no saber ver lo difícil que es encontrar esa sencillez. Stephen Chbosky adapta el aclama

do best seller de R.J. Palacio Wonder, donde Auggie es un niño con una malformaci­ón facial que se prepara para ir a la escuela por primera vez.

Con el motivo del bullying como base, el director esboza un divertido y emotivo homenaje a la amistad y a esas personas que son decisivas en una etapa concreta de la vida.

En Las ventajas de ser un marginado (2012), Chbosky ya reflejaba la confusión adolescent­e y la pesadilla darwinista de los inadaptado­s. En

Wonder olvida el imaginario nostálgico del cine indie de los cassettes rock’n roll y el tono ácido del nerd

por un relato más liviano y con menos tics generacion­ales. Es una película plagada de encantos, aunque a veces su revestimie­nto naíf tiene forma de convencion­alismo engañoso. Habrá quien vea excesiva moralina, pero el pulso de Chbosky tras la cámara es tan personal y sincero como en su ópera prima. A pesar de sus defectos, Wonder

triunfa por su discurso y un firme propósito: la necesidad de vencer al mundo al menos una vez en la vida. Lo mejor: la calidez de los personajes de la historia.

Lo peor: el exceso lacrimoso que parece buscar el Oscar.

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