Jeannette, la infancia de Juana de Arco
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Jeannette, l’enfance de Jeanne d’Arc (Francia,
2017, 106 min.). Dir.: Bruno Dumont. Int.: Lise
Leplat Prudhomme, Jeanne Voisin, Lucile Gauthier, Victoria Lefebvre, Aline Charles. MUSICAL.
Ola amas o la detestas, tal podría ser la advertencia del crítico, ya que cuesta imaginar a un espectador que permanezca impasible ante semejante propuesta: un musical minimalista sobre Juana de Arco, austeramente rodado en decorados naturales con no profesionales que actúan, cantan y bailan como pueden (función escolar, dirán los detractores), a partir de versos, copiados y pegados, de un par de obras de Charles Péguy, que, por momentos, cuesta seguir al pie de la letra. Y sin embargo, el mejor film de 2017, según Cahiers de Cinéma (sólo por debajo de Twin Peaks), católico en el fondo, asilvestrado, y sublime, en la forma, es un auténtico festival, y así hay que verlo, como si se acudiera a un espectáculo de danza, o a un concierto de rock.
Dumont se reinventa, una vez más, sin dejar de ser fiel a sí mismo: ahí están las playas océanicas, su habitual paleta de colores, la temática mística, su particular método ajeno a cualquier artificio etc... Aunque en el caso de la que bien podría ser su mejor película (al menos a la altura de La vie de Jésus y de
L’humanité) comparte el mérito (además de con sus dos Jeannettes, en permanente estado de gracia), con las dislocadas coreografías de Philippe Decouflé (el mismo que, hace 30 años, colaboró en un mítico clip de New Order, True Faith) y con el músico Gautier Serre, alias Igorrr. Al brindar tal variedad de ritmos, del trip-hop al metal, nos recuerda aquellos álbumes temáticos de Serge Gainsbourg (como el legendario L’histoire de Melody Nelson), que se caracterizaban por utilizar las más diversas músicas para contar una misma historia.
El despertar de Jeanne Superstar le sirve a Dumont, cineasta antaño grave que recién ha descubierto el humor (con mayor fortuna El pequeño Quinquin que en La alta sociedad), para dejarnos grabadas en la retina una serie de estampas alucinantes, como esa monja que se desdobla en dos, ese pastorcillo del siglo XV que rapea o esos arrebatos metaleros con melenas al viento. Todo, en el pictórico marco de una ópera rock tan libre como osada, genuinamente punk, que dispara al corazón cinéfilo y dinamita convenciones. Imprescindible. Philipp Engel