JOHN GAVIN, más que el nuevo Rock Hudson
Actor estadounidense. 9 febrero. 86 años.
Siempre dio la sensación de que se hizo actor por accidente, como dijo en una ocasión a FOTOGRAMAS, por pura diversión. Aprovechó una planta envidiable para ser uno de los guapos oficiales del Hollywood de los años 50 y 60. Y, aunque su carrera fue corta, rodó con cineastas como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick o Douglas Sirk, que le dio su primer rol protagonista, en Tiempo de amar, tiempo de morir (1958).
Nacido en Los Ángeles en 1931, Juan Vincent Apablasa (descendiente de mexicanos y españoles, era su nombre real) había firmado contrato con la Universal por culpa de un productor amigo de la familia, que supo ver potencial en ese aspirante a diplomático con experiencia en la inteligencia naval tras com- batir en la Guerra de Corea. En poco tiempo, ya le habían colgado la etiqueta del nuevo Rock Hudson. Ambos se llevaron sendos Globos de Oro en 1959 (1), mostrando que podían convivir en el estrellato, para disfrute de sus fans.
Aquellos maravillosos años. Con Lana Turner (2) de pareja, repitió con Sirk en Imitación a la vida (1959). Y encadenó las magistrales Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) y Espartaco (Stanley Kubrick, 1960, foto 3). Eran tiempos de éxito, pero Gavin se mantenía escéptico: Sigo recordando lo que me dijo un amigo sobre los actores, que, por definición, son gente que deja de escucharte cuando no hablas de ellos.
Vocación diplomática. La suma de elecciones profesionales discutibles (Un grito en la niebla, Romanoff y Julieta, la serie Destry) y de su desinterés por la actuación le llevaron a la Administración Kennedy (trabajó en el Departamento de Estado y en la Organización de Estados Americanos). Volvió al cine ocasionalmente, en Millie, una chica moderna (G. Roy Hill, 1967, foto 4) o
La Loca de Chaillot (B. Forbes, 1969). Y firmó para ser James Bond, tras el experimento fallido de George Lazenby. No cuajó, porque Sean Connery lo pensó mejor y recuperó su licencia para matar en Diamantes para la eternidad (1971).
Dos veces casado (con Cicely Evans y con la actriz Constance Towers), recuperó su vocación cuando, en 1981, Ronald Reagan le convirtió en embajador norteamericano en México. La diplomacia, primero; el éxito empresarial, después... de actuar no volvió a acordarse.