Fotogramas

LA CASA JUNTO AL MAR.

- por Manu Yáñez (Festival de Venecia).

‘La casa junto al mar’ Robert Guédiguian regresa a la villa donde rodó su tercer film, Ki lo sa?’, para meditar sobre la vida y la muerte. El cineasta marsellés nos cuenta este retorno a las raíces.

DE QUÉ VA: En una pequeña cala cerca de Marsella, Angèle (Ariane Ascaride), Joseph (Jean-Pierre Darroussin) y Armand (Gérard Meylan) vuelven a la casa de su anciano padre. En La casa junto al mar, usted se reúne con su troupe habitual de actores. ¿Hasta qué punto es un placer y una comodidad trabajar con gente conocida?

Más que un placer, es una especie de filosofía personal. Mi forma de ver la vida está ligada a la idea de colectivid­ad, al deseo de compartir. Lo interesant­e es que, pese a que somos las mismas personas, mis actores y yo hemos cambiado mucho. Empezamos a hacer películas cuando teníamos 25 años, y las seguimos haciendo con 60. En nuestros films ha quedado inscrita nuestra evolución y mi visión particular del mundo: mis actores hablan por mí y proyectan mi visión política de la realidad.

¿Cómo surgió el proyecto de La casa junto al mar?

Está película es una res- puesta a mi deseo de filmar en la villa costera que sirve de escenario a la trama. Me preguntaba si un lugar puede conservar la memoria de aquellos que lo habitaron, aunque sea en la ficción. Hace más de 30 años, rodé allí mi tercera película, Ki lo sa? (1986), y quería regresar para ver cómo habían cambiado las cosas. Es una villa muy pequeña, rodeada por montes, pero que, al mismo tiempo, se abre al mundo a través del mar, que se extiende hasta el horizonte. Esto, para mí, la convierte en un pequeño escaparate de la realidad del mundo, que en la película se manifiesta a través del abandono del lugar, que antes solía estar poblado por gente obrera, y también a través de la llegada en patera de unos niños, inmigrante­s ilegales, que luchan por la superviven­cia y también por la dignidad.

Toda la cinta funciona como una meditación sobre el paso del tiempo. Sí, y es una reflexión sobre el propio cine, que, para mí, tiene una cualidad casi vampírica. La fotografía, al ser fija, captura algo que muere, quita la vida, mientras que el cine, gracias al movimiento, mantiene vivas a las personas filmadas.

Pero su largometra­je, además, está lleno de signos que aluden a la muerte, como la imagen de unos peces muertos o la colilla de un cigarrillo que se apaga...

Yo necesitaba encontrar detalles con los que concretar la idea del paso del tiempo y la existencia de un mundo cambiante, que son ideas muy abstractas que ya abordaron maestros como el dramaturgo ruso Antón Chéjov, en su obra teatral El Jardín de los Cerezos (1904), o el japonés Yasujiro Ozu, en su película Cuentos de Tokio

(1953). Al final, lo que mejor captura este transcurso del tiempo son los cuerpos y los rostros de los actores, que, a mí, siempre me resultan fascinante­s, estimulant­es.

ESTRENO: 23 MARZO

“El cine tiene una cualidad casi vampírica, porque, gracias al movimiento, mantiene vivas a las personas filmadas”. Robert Guédiguian, director

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Ariane Ascaride, JeanPierre Darroussin y Gérard Meyland, actores fetiche de Guédiguian.

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