JORDI COSTA
Tras meses, incluso años, de películas de superhéroes surgidos del cómic, unos instantes para analizar sus constantes, sus estructuras y su conexión con otro boom imparable: el de las series televisivas y sus esquemas narrativos.
En La Firma Invitada, reflexiona sobre las estructuras de las películas de superhéroes y sus complejos entramados de personajes.
Cuando Jesús Franco escribió que había más cine en los títulos de crédito de Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962) que en toda la filmografía de Ingmar Bergman, su primera intención era la de escandalizar a la ortodoxia cinéfila del momento. Pero, detrás de la boutade, también había sinceridad. La de un cineasta que encontraba en la película algo parecido a una plegaria atendida: la revelación de un cine dionisíaco que ahí alcanzaba una de sus formas más excelsas, articulando un nuevo subgénero (el del thriller de espías hipertecnológicos) que hundía sus raíces en la memoria de los primigenios seriales cinematográficos y anticipaba un futuro donde se ampliarían las posibilidades para el cruce multigenérico y la mutación de los códigos clásicos. Sin la primera aventura cinematográfica de James Bond no existirían ni El castillo de Fu-Manchú (1969), del propio Franco, ni, muchos años más tarde, el díptico tarantiniano de Kill Bill (2003-04).
El estreno de Vengadores: Infinity War (Anthony Russo & Joe Russo, 2018), el último gran armatoste de confluencia en ese aparatoso serial hecho de blockbusters que los iniciados conocen como Marvel Cinematic Universe, invita a recordar todo eso, porque, si en las últimas décadas ha habido un género que haya tomado el relevo (en cuanto a capacidad integradora de tonos y flexibilidad narrativa) de la película de superespía con gadgets, esa ha sido, sin duda, la película de superhéroes. El fenómeno no sólo divide a iniciados y cinéfilos ortodoxos (¡con la Iglesia hemos topado!) que ni se toman la molestia de analizar el fenómeno en sus propios términos: también ha generado sus cismas internos en el seno de esa cultura del fandom que no está libre de generar sus propios integrismos. Hay mucho marveliano de pro, por ejemplo, que detesta la progresiva apuesta por la ligereza y una cierta frivolidad que se ha manifestado en la franquicia, rompiendo con esa afán de trascendencia del superhéroe atormentado que las películas del universo D.C. adoptaron como emblema, aunque películas como Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017) y Liga de la Justicia (Zack Snyder, 2017) empiecen a manifestar sus dudas al respecto.
PATRONES MECÁNICOS Y AUTORÍA
Antes de proseguir, este articulista aclara su posición ante este asunto: lector inconstante de los tebeos marvelianos, fui de los que, en un primer momento, desconfiaron de unas películas donde, para empezar, costaba detectar improntas autorales: habíamos pasado de historietas dibujadas por los inconfundibles trazos de Jack Kirby, Neal Adams, Steve Ditko, Bill Sienkiewicz y un largo etcétera a películas que parecían rodadas por una corporación. Trabajos que, en suma, evidenciaban de forma más ostensible que las viñetas la existencia de un patrón mecánico (¿acaso todos los clímax finales no eran prácticamente intercambiables?) y que construían sus universos sin poder recurrir (todavía) a las tonalidades transgresoras e irreverentes que algunos guionistas habían aportado a sus referentes impresos. Pero, con el paso de las entregas, mi percepción fue cambiando, por varios motivos: por ejemplo, porque el Marvel Cinematic Universe acabó acogiendo una cierta identidad autoral (la de James Gunn como contrapunto descreído a la épica superheroica); el diseño de producción de algunas entregas –el sensacional Thor: Ragnarok (2017) de Taika Waititi, con sus guiños visuales tan filokirbyanos– revelaba cierta autoconsciencia de la memoria visual de la Casa de las Ideas; y, poco a poco, las películas (en especial, las de protagonismo grupal, las más circo de tres pistas) lograban emular y transmitir el placer de leer un buen tebeo Marvel.
Hay quien se pregunta si el fenómeno no es el síntoma neurótico de una industria cinematográfica obsesionada con emular las dinámicas seriales de la nueva ficción televisiva. También podría decirse que todo es una vuelta a las raíces del serial cinematográfico superpuesta a la hipérbole de la cultura del blockbuster, con las escenas postcréditos fundiendo seductor cliffhanger, guiño al iniciado y reclamo mercadotécnico.
“En el caso de los films de superhéroes, ¿está la industria del cine obsesionada con emular las dinámicas seriales de la nueva ficción televisiva?”.