Fotogramas

El cazador de imágenes

- Por Ramon Colom Esmatges.

UN SITIO AL QUE IR. Pedro Erquicia, José María Íñigo y Antonio Mercero tenían una percepción lúcida y sabia de la realidad. El primero, un señor de San Sebastián, era uno de mi padres en la profesión. Recuerdo alguno de sus consejos: Esto debe ser como un combate de boxeo. No dejes que decaiga el interés por lo que cuentas. Narra una y otra vez. Así, pum, pum, pum… Siempre lo pienso cuando estoy cerca de algún debutante en el oficio. Tiene buenos modos. Si tiene la suerte de tener un Erquicia cerca aprenderá. Si no, se malogrará. No era un santo varón y algunas putadas me hizo, pero uno a su padre se lo perdona todo.

Con Íñigo, un señor de Bilbao, tenía otro tipo de relación. Era el modelo a seguir. Me gustaba la sintonía de Estudio Abierto, la realizació­n de Pierre Baldié, pero, sobre todo, aquel Último grito del UHF que, para mí, era el colmo de la modernidad, el camino cuando no estuviese Franco. Toda comparació­n con las actuales estrellas televisiva­s es pura coincidenc­ia. A los de hoy, a casi todos, les gusta estar en imagen, ser famosos. Luego llega la soledad de situarse ante el espejo de casa y ser un mortal más, con angustias habituales. A Íñigo sólo le interesaba estar en imagen para hacer y decir cosas. Si no le dejaban o no podía, vivía en la discreción.

También el maestro Mercero era la discreción personific­ada. Tuvo audiencias millonaria­s con Farmacia de guardia y con la mejor ficción de todos los tiempos: Verano Azul. Lo hizo como Erquicia, como Íñigo, con discreción, con respeto. Eran tres señores a los que ya no les conviene tener un sitio al que ir (gracias Emmanuel Carrère), porque están ya en el Cielo, su destino natural.

Yo, al menos, no me olvidaré de ellos.

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