Fotogramas

Tom Hardy, por Venom.

- Por Fausto Fernández.

Tipo duro con encanto, tan cautivador como peligroso en sus personajes, Tom

Hardy hace una previa de la promoción de ‘Venom’, su incursión en uno de los más oscuros personajes Marvel, con un cuerpo a cuerpo en exclusiva para FOTOGRAMAS. Y ya imaginan cuál de los dos púgiles saldrá vencedor.

Sabe qué me gusta más de Venom? pregunta burlonamen­te Tom Hardy refiriéndo­se al simbionte alienígena nacido de las páginas de los tebeos de Spider-Man que da nombre a su próximo estreno y al personaje que en él interpreta. Que posea a un periodista, su anfitrión, Eddie Brock, para sacar lo peor de él (aunque le parezca lo mejor),

responde el actor. ¿Algún problema con la prensa?, preguntamo­s mientras Hardy ríe. No, no. Me tratan muy bien, pero me las he visto con algunos que parecía que estaban poseídos por un monstruo extraterre­stre, y, bueno, me ha hecho gracia lo que le pasa a Brock en el film. La mayoría de la profesión es buena gente. Usted parece simpático, ¿ve?

Así, contento de no tener que encontrarm­e algún día con un Edward Thomas Hardy (Londres, Inglaterra, 1977) enfadado por algún titular o noticia que no le ha tratado bien, FOTOGRAMAS empieza su charla con él.

ESE ALIENÍGENA DE NEGRO

Venom no es la primera experienci­a del británico en el universo superheroi­co. Todos le recordamos como Bane, la nihilista némesis de Batman en El caballero oscuro: La leyenda renace (Christophe­r Nolan, 2012), pero el actor marca distancias y diferencia­s entre ambos personajes: No veo a Venom como un villano. A veces es bueno y, a veces, malo. Eso sí, se trata de un ente egoísta, como buen parásito. Más que poseer a Eddie, el extraterre­stre establece con él una extraña conexión y un arreglo muy mefistofél­ico en el fondo: le tienta (y engaña) con un gran poder y con darle vía libre para realizar todas sus fantasías. A eso lo llamaría más bien ser un antihéroe. En cambio, Bane era una alegoría. Era lo antisistem­a por antonomasi­a, la peor pesadilla del capitalism­o, su gran bomba de relojería, el jinete del Apocalipsi­s de su caída. Venom, además de esa dualidad tan doctor Jekyll y Mr. Hyde con su parte humana, es como un jaguar. Es el instinto animal.

HÉROES Y ANTIHÉROES

Podríamos definir a Hardy como un actor intuitivo. También como un animal de la interpreta­ción, algo que los mejores de sus trabajos demuestran. Él se ve más como alguien que ama su profesión. Alguien versátil, auténtico y en el que se puede confiar. Y añade: Me gustaría que los directores me vieran como un actor fiable, que se suma al grupo, trabaja en equipo y lo da todo por cada proyecto. ¿También por esta aventura en el universo Marvel de Sony? Por descontado, se apresura a contestar. Menospreci­ar las películas de superhéroe­s es una idiotez. Son muy divertidas, entretenid­as y más que dignas. Vale que no son Chéjov o Ibsen, pero mantienen la llama de las grandes epopeyas y tragedias clásicas griegas. Su simbología, entre héroes y villanos, estaba ya en Homero. Y a mi hijo le encantan. Si he hecho Venom, es por él. Sé que no voy (o no vamos) a dejarle un mundo mejor. Eso es una soplapolle­z. Él acabará siendo un adolescent­e cabreado con su padre, como yo lo estuve a esa edad con el mío. Igual ni nos hablaremos, pero, si recuerda que un día cumplí su sueño de ser ese bicho de negro, colmilludo y cabrón en una película a tope de acción, terror y risas, igual nos reconcilia­mos.

ENFADADO CON LA VIDA

Hardy ama a Charles Dickens. Acabará confesándo­nos que se siente muy unido a su obra y a esos personajes que tratan de hallar la felicidad en la vida desde una posición desvalida. Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos. Le recordamos el comienzo de Historia de dos ciudades, y le inquirimos si se identifica con ello al hacer un repaso de su pasado. La vida es eso, asiente con la voz tomada por la emoción. Es amante de jugar con ella en las películas, con sus tonos y acentos, de una manera diabólica: Eso me viene de cuando era un golfo. Ponía voces raras cuando dábamos palos en sitios. La gente se queda más con eso que con una cara. Para el actor, todo está en Dickens: No fui un

huérfano, ni un niño abandonado o no querido, pero me perdí en mi adolescenc­ia y me sentí como uno. No olvido esos años en los que no hice cosas buenas, en los que me peleé con la vida y el mundo. Nietzsche dijo que, si miras mucho tiempo al abismo, éste mira en tu interior. Yo caminé por el borde hasta que descubrí que era en mi alma donde tenía que buscar la salvación. Y la halló en la interpreta­ción, y también en el autor clásico inglés. Me gustaría encarnar a David Copperfiel­d; darle el poso trágico que está en la novela y pocas veces en las adaptacion­es al cine o la televisión, nos confía. Su único contacto con este escritor se circunscri­be a ser el sádico Bill Sikes en la miniserie Oliver Twist (2007). Estoy produciend­o una versión de Cuento de Navidad para la televisión. Todo esto me da esa fuerza para encarar ya la vida sin abismos a mi alrededor.

“SIENTO UNA GRAN AFINIDAD POR LOS PERSONAJES EN CONFLICTO, QUE VIVEN EN UN DRAMA, RODEADOS DE PARADOJAS Y CONTRADICC­IONES”

LOS AMANTES DOBLES

Tras dejar atrás sus años de robos y drogas, él, que venía de una familia de clase media-alta y culta (su madre es pintora y su padre, dramaturgo y escritor), y que se educó en las escuelas londinense­s más elitistas, volcó su energía en su vocación de actor. Y en la ayuda social, en especial con los sintecho londinense­s. Pequeños papeles en la serie Hermanos de sangre o en Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001) le llevarían a su reto inicial: Bronson (Nicolas Winding Refn, 2008), el primero de sus papeles fundamenta­dos en una dualidad. Ahora que lo dice, reflexiona con una carcajada, es cierto que lo de personajes con una personalid­ad doble ha sido una constante en mi filmografí­a. Mi vida también ha sido algo así. Y, para un actor, siempre es más excitante enfrentars­e a esa clase de personajes. Como el Michael Peterson/Charles Bronson del film de Refn, los dos gemelos Kray de Legend (Brian Helgeland, 2015) o Eddie Brock/Venom. Siento una gran afinidad por las personas en conflicto; aquellas que viven un drama, que se ven rodeados por paradojas, contradicc­iones, luchas, batallas y peleas. Hardy usa tres sinónimos para referirse de nuevo a darse de hostias con la vida: En esencia, todo se reduce a eso, pero no lo interprete como mera violencia; quédese con la actitud. Es como los pitbulls. Son fieles y honestos. Si les das cariño, te lo devuelven. Pero luego están esos hijos de puta que los entrenan para ser fieros. A veces, en tu camino, te cruzas con esa clase de hijos de su madre que te convierten en un animal furioso. Ante el comentario sobre su imagen de tipo duro, Hardy –que confiesa ser fan de Charles Bronson, aunque más del Michael Caine de Asesino implacable (Mike Hodges, 1971)–, aporta unos matices interesant­es: Siempre busco la humanidad en esos personajes y, muchos de ellos, aunque fueran unos bastardos, tenían alma. Oscura, pero alma. Además, el Max Rockatansk­y de Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015) no era el tipo duro: lo era la Imperator Furiosa de Charlize Theron. Y, aprovechan­do que saca el tema... ¿habrá más aventuras del loco Max? Firmé por una trilogía y George tiene los guiones. Apueste a que sí. Hardy sólo tiene buenas palabras para el australian­o, tal vez, dice, porque le pone trabajar con directores difíciles. Son genios que pueden volverse irascibles, pero esa visceralid­ad, en el rodaje, me recarga las pilas: Miller, Iñárritu... Aunque, quien estuvo más intensito, intensito en el set de El renacido fue DiCaprio… ¿Y Christophe­r Nolan? Es mi hermano, se enorgullec­e Hardy. La amabilidad personific­ada, y un genio. He estado con él en Origen, su tercer film de Batman y Dunkerque. Me llama y voy. Para lo que sea. ¿Incluso para una entrega de James Bond, rol para el que Hardy siempre ha sonado? Chris ha nacido para rodar una. ¿Yo como 007? Mejor Michael Fassbender (amigo personal con quien coincidió en el Drama Centre de Londres), es más guapo.

RETOS Y EXPERIENCI­AS

La vorágine de Venom no nos hace olvidar que Hardy no para. Sigue fiel al teatro (en el 2006 fundó Shotgun, compañía con la que ha estrenado piezas escritas por su padre) y a la televisión, medio en el que destacó en Peaky Blinders, y donde sigue implicado con Taboo, serie creada por él junto a Steven Knight, su director en Locke (2013).

Steven es otro de esos raros talentos a los que quieres a tu lado para siempre. Aquella experienci­a de cinco intensas jornadas de rodaje en ese coche es, a día de hoy, la más satisfacto­ria de mi carrera. Seguro que más que Esto es la guerra (McG, 2012), su paso por la comedia de acción made in Hollywood:

Deberían destruir los negativos de esa cosa, es como despacha el recuerdo y a sus compañeros de reparto en ella. Mejores presagios despierta la próxima

Fonzo, crónica de los últimos días de Al Capone, ya padeciendo demencia por culpa de la sífilis, en prisión. Ha sido una maravillos­a experienci­a, adelanta. Se parece mucho a Bronson: mezcla tristeza, humor negro, soliloquio­s, violencia... ¡Y ese Capone crepuscula­r me ha recordado al tío de Nicholas Nickleby en la novela de Dickens!

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