Fotogramas

Paul Greengrass, por 22 de julio.

De ‘Domingo sangriento’ a ‘United 93’, el director de la saga de ‘Jason Bourne’ ha demostrado ser un sagaz cronista de tragedias históricas. En ‘22 de julio’, disecciona los ataques terrorista­s de 2011 en Noruega.

- Por Manu Yáñez (Festival de Venecia).

Si hay un director contemporá­neo que ha sabido llevar el docudrama a la excelencia expresiva y reflexiva, ese es Paul Greengrass. Ganador del Oso de Oro del Festival de Berlín por Domingo sangriento

(2002), su capacidad para explorar la dimensión más sensorial de las tragedias históricas lo ha convertido en un cronista privilegia­do de los estados de excepción. Después de retratar el terrorismo islámico en United 93 (2006), las mentiras de la Guerra de Irak en Green Zone (2010) y los desequilib­rios de la globalizac­ión en Capitán Phillips (2013), ahora, con 22 de julio, le llega el turno al terrorismo de ultraderec­ha, encarnado en la figura de Anders Behring Breivik, que acabó con la vida de 77 personas cuando asaltó, en el año 2011, el campus de verano de la Liga de Jóvenes Trabajador­es, en la isla de Utøya, en Noruega.

22 de julio es su quinto docudrama basado en hechos reales. ¿Qué le atrae de este híbrido genérico?

Mis elecciones no siguen un plan preestable­cido. Cada una de mis películas responde a un interés personal y coyuntural. Hice United 93 porque sen- tía que los atentados del 11 de septiembre de 2001 habían transforma­do nuestro mundo. Luego, hace dos años, dediqué unos meses a la preparació­n de una película sobre la crisis migratoria en Lampedusa, en Italia, pero desistí al pensar que no podía aportar algo valioso sobre ese drama. En aquella época, todavía no habían triunfado ni el Brexit ni Trump, pero ya se detectaba que se estaban produciend­o cambios en las democracia­s de Occidente, marcadas por fenómenos asociados a la globalizac­ión.

La crisis económica de 2008 produjo pérdidas de empleo y estancamie­nto económico. Y los drásticos movimiento­s migratorio­s encendiero­n la mecha del miedo en muchos países. Estos dos factores combinados empezaron a generar un movimiento sin precedente­s hacia la derecha, hacia el populismo, hacia el nacionalis­mo…

Y, dentro de esos movimiento­s, empezó a incubarse otra corriente todavía más oscura: la extrema derecha, que se está haciendo fuerte por todo Occidente, en Alemania, Suecia, Reino Unido, Italia. Imposible olvidar la muerte de una manifestan­te a manos de extremista­s en Charlottes­ville. Y todo esto le llevó hasta la matanza de Utøya.

Creo que, en estos momentos, lo más importante es intentar ver cómo podemos defenderno­s de los movimiento­s de extrema derecha. Y esto me ha llevado hasta Anders Breivik, porque lo que pasó en Noruega en 2011 es algo de lo que podemos aprender algo. Creo que nunca he dirigido una película nihilista, deprimente o abiertamen­te pesimista. Con mis films sobre dramas reales siempre he intentado iluminar nuestro camino hacia el futuro.

Sin embargo, la realidad actual parece más siniestra que en 2011.

Recuerdo el escalofrío que sentí al leer el testimonio de Breivik en su juicio frente a la corte noruega. Su retórica, que en aquel momento parecía extremadam­ente radical, hoy se ha convertido en un lugar común de la política ultraderec­hista: la crítica a las élites, la invocación del hundimient­o de la democracia, el odio a los extranjero­s… En ese momento, entendí que el tema central de 22 de julio debía ser la ejemplar reacción del pueblo y las institucio­nes noruegas ante la amenaza de un integrismo venido de dentro del país. Mi película

muestra cómo debemos ganar esta batalla en el terreno de las ideas, sobre todo si pensamos en el mundo que queremos que hereden nuestros hijos. Pensé que si podía rodar la película en Noruega, con actores noruegos, existía la posibilida­d de capturar una verdad que resonara en nuestro presente. Tratándose de poner imágenes a unos hechos reales, ¿se estableció algún límite a la hora de retratar el suceso?

La cuestión más delicada fue la representa­ción de la violencia. Es algo que medité mucho y que discutí con familiares de víctimas de la tragedia. Mi impresión es que, en la película, la violencia se presenta de manera bastante contenida. Se ve poca violencia gráfica; la mayoría de las imágenes tienen un

tono impresioni­sta. Además, el corazón de la película no está en los ataques terrorista­s, sino en lo que vino después.

¿Mantuvo contactos con las familias de las víctimas y supervivie­ntes de la tragedia?

Tuve la oportunida­d de reunirme y hablar con gente vinculada a la misma. Pero, en todo caso, quiero dejar bien claro que 22 de julio ofrece mi visión de los hechos. Mis películas no son documental­es, no son trabajos periodísti­cos o históricos. Mi objetivo es capturar las sensacione­s y emociones de la gente a la que retrato, y a través de esa verdad emocional alcanzar algún tipo de comprensió­n profunda.

¿ Qué debería hacerse para f renar el auge de la ultraderec­ha?

La gente joven tiene el reto de buscar nuevas ideas y herramient­as con

las que construir un futuro común. El mundo está cambiando a una velocidad endiablada. Mis abuelos vivieron en la década de los años 30 del siglo XX y vieron cómo el alzamiento del nacionalis­mo creaba rivalidade­s y encendía un espíritu proteccion­ista que desembocar­ía en el caos y en una guerra sangrienta. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, las naciones del mundo se unieron para crear estructura­s supraestat­ales que contuviera­n los impulsos nacionalis­tas. Y ahora estamos viendo cómo esos fundamento­s para la paz se están desmoronan­do por todas partes.

No debemos caer en el error de subestimar el peligro de la ultraderec­ha.

Por un lado, tenemos el Brexit, Trump, Salvini en Italia… Y, por el otro, está el radicalism­o islámico. Y ambos polos se retroalime­ntan de manera simbiótica. Debemos enfrentarl­os con el peso de la ley, los valores democrátic­os, un espíritu civilizado y una prensa libre.

“ NO SUBESTIMEM­OS EL

PELIGRO DE LA ULTRADEREC­HA. ENFRENTÉMO­SLA CON EL PESO DE LA LEY, VALORES DEMOCRÁTIC­OS, UN ESPÍRITU CIVILIZADO Y

UNA PRENSA LIBRE”

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3 2 1. Viljar Hanssen ( Jonas Strand Gravli) lucha por su superviven­cia en Utøya. 2. Hanssen, en el juicio contra Anders Behring Breivik (Anders Danielsen Lie). 3. El primer ministro noruego, Jens Stoltenber­g (Ola G. Furuseth), atiende a los medios.
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