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EL BLUES DE BEALE STREET.

‘El blues de Beale Street’. Tras triunfar con la oscarizada ‘Moonlight’, Barry Jenkins da cuenta de la ‘opresión sistémica’ de la América negra en su romántica, doliente y colorista adaptación de la novela homónima del gran literato afroameric­ano James Ba

- Por Manu Yáñez (Londres).

DE QUÉ VA: Tish (KiKi Layne), una joven afroameric­ana de Harlem, embarazada y recién prometida, lucha por demostrar la inocencia de su pareja, Fonny (Stephan James).

Los paraguas de Harlem. La nueva película de Barry Jenkins, el director de la oscarizada Moonlight, arranca con toda una declaració­n de intencione­s: un largo y parsimonio­so travelling que envuelve a dos jóvenes afroameric­anos que pasean su amor por Nueva York. El plano contiene reminiscen­cias del cine de Wong Kar-wai o Terence Davies, y podría verse como una coda de Los paraguas de Cherburgo si no fuese porque, en lugar de la Francia de finales de la década de 1950, esta- mos en el Harlem de finales de los 70. Decidí que la película tuviese este arranque tan ceremonial porque, desde un primer momento, el espectador debe tomar conscienci­a de que está observando a dos almas gemelas, apunta Jenkins, que en El blues de Beale Street cuenta la historia de Tish y Fonny, dos jóvenes cuyo amor se ve truncado por una injusta encarcelac­ión. Ellos caminan por la vida sobrelleva­ndo las adversidad­es cotidianas, pero de repente acontece la tragedia y la realidad se convierte en una suerte de purgatorio, como en el descenso al infierno de Dante, explica Jenkins. En otro plano significat­ivo de la película, la cámara da vueltas alrededor de una escultura no terminada por Fonny, detalla el director, y eso deviene un símbolo de unas vidas cercenadas, congeladas en el tiempo.

Sonrisas y lágrimas en la América negra.

En El blues de Beale Street, Jenkins adapta con espíritu reverencia­l la novela homónima de James Baldwin, gran literato y eminente activista por los derechos de los afroameric­anos, aunque la película también invoca los recuerdos de infancia del director de

Medicine for Melancholy. Mi abuela creció en una América en la que la opresión de nuestra raza era aún más sistémica que hoy en día, sin embargo, la recuerdo como una persona cariñosa y afable. De pequeño, cuando nos sentábamos a comer, todo eran risas y alegría, rememora Jenkins.

El blues de Beale Street celebra la expresivid­ad y romanticis­mo de la

cultura afroameric­ana, sin embargo, también ahonda en la cara más siniestra de su historia. Mi sensación es que una parte de la población negra no es del todo consciente de la historia de sufrimient­o que arrastra nuestro pueblo. De hecho, no elegí adaptar esta novela de Baldwin solo por la historia de amor, aclara Jenkins, sino también por la elocuente disección de toda una maquinaria de represión: la violencia policial, las cárceles como medio de opresión y un sistema de justicia que desprotege a la gente sin recursos y que está marcado por las nociones de victoria y derrota, en vez de por la búsqueda de la verdad.

El compromiso actoral. Pese a que

El blues de Beale Street juega con las idas y venidas en la odisea de los protagonis­tas, configuran­do un tiempo suspendido, hay elementos que anclan la cronología del relato: por un lado, el embarazo de Tish, y por el otro, en palabras de Jenkins, el modo en que se van apagando las miradas de los amantes en las sucesivas visitas de Tish a la prisión en la que está ence- rrado Fonny. Jenkins es famoso por sacar el máximo partido de sus actores y aquí vuelve a obrar el milagro con los jóvenes KiKi Layne (Tish) y Stephan James (Fonny), además de la más veterana Regina King, ganadora del Globo de Oro por su encarnació­n de la madre de Tish. Al director le brillan los ojos al recordar la dedicación de su joven actor: Además de empaparse de la novela de Baldwin, como hizo todo el reparto, Stephan (James) se inspiró en el caso real de Kalief Browder, un joven afroameric­ano de Nueva York que, acusado injustamen­te de robar una mochila con objetos de valor, pasó tres años en prisión, dos y medio de los cuales estuvo completame­nte aislado. Cuando se demostró su inocencia y fue liberado, se acabó suicidando.

Un cineasta americano. A diferencia de su admirado Baldwin, que vivió gran parte de su vida adulta en Francia, Jenkins no se plantea abandonar los Estados Unidos. Pese a sus imperfecci­ones, América es mi tierra, mi casa. En vez de rendirse y perder la fe, creo que lo mejor es trabajar desde el interior para intentar cambiar las cosas, defiende Jenkins, y mi forma de hacerlo es a través de mis películas, que intento que tengan una esencia lo más auténtica posible. En su camino como cineasta, Jenkins ha contado con la complicida­d de célebres padrinos.

Siento que he tenido una gran suerte al encontrarm­e con gente como Brad Pitt (cuya compañía, Plan B, ha producido Moonlight y El blues de Beale Street) o Megan Ellison (la mandamás de la productora Annapurna Pictures)

que, a diferencia de lo que suelen hacer los estudios de Hollywood, han confiado en mi visión y nunca han intentado encasillar mi trabajo, explica un exultante Jenkins.

ESTRENO: 25 ENERO

SIENTO QUE PARTE DE LA POBLACIÓN NEGRA NO ES CONSCIENTE DE NUESTRA HISTORIA DE SUFRIMIENT­O”

If Beale Street Could Talk (EE. UU., 2018, 119 min.). DRAMA.

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Stephan James y KiKi Layne lideran el nuevo trabajo de Barry Jenkins.
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Regina King ganó el Globo de Oro a Mejor Actriz Secundaria por su papel en el film.

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