Fotogramas

La Firma Invitada.

¿Qué habría sido de algunas grandes películas de la historia del cine de haberse creado en tiempos del #MeToo? ¿Es condenable la obra por la conducta inmoral del autor? El caso Polanski reabre una polémica candente y eterna.

- Por Sergi Sánchez*.

“EN TIEMPOS EN LOS QUE EL LINCHAMIEN­TO ES DEPORTE INTERNACIO­NAL HABRÍA QUE RESISTIRSE A CONVERTIR AL CRÍTICO EN JUEZ PENAL”.

De repente, el último verano, Los pájaros se proyectaba en un cine al aire libre, en la plaza de un pueblo de la sierra madrileña. He perdido la cuenta de las veces que la he visto, y probableme­nte no puedo imaginar las veces que volveré a verla. Tiene la virtud, como muchos films de Alfred Hitchcock, de abrirme los ojos como huracanes, dispuestos a devorar sus imágenes como si fuera la primera vez. Aunque, claro, la inocencia no existe, y menos cuando toda obra de arte parece predestina­da a dialogar con el contexto que enmarca nuestra percepción de ella. En 2019, además de una película extraordin­aria, es la película de un maltratado­r, que acosó sexualment­e a su protagonis­ta durante un rodaje que se convirtió en un infierno. Cabe preguntars­e si Los pájaros se habría estrenado hoy, con Tippi Hedren denunciand­o el caso en los medios, Universal rompiendo su contrato con Hitchcock, y Rod Taylor y Suzanne Pleshette reinvirtie­ndo sus sueldos en la causa #MeToo.

Es difícil saber hasta qué punto Los pájaros sería la misma obra maestra que conocemos si Hitchcock no hubiera escogido a Tippi Hedren como objetivo de su sádico deseo, del mismo modo que es difícil saber si los cuadros de Paul Gauguin serían las obras capitales del posimpresi­onismo que hoy empiezan a ser cuestionad­as en las exposicion­es de medio mundo si este, en su exilio en Tahití, no hubiera tenido sexo con menores y llamado salvajes a los nativos. Para un artista, es imposible separar vida y creación, y así es como lo tiene que percibir el crítico, intentando entender cómo una se vierte en la otra y viceversa. ¿Cómo, si no, enfrentars­e a la obra de Roman Polanski, y en concreto, a El oficial y el espía, que lleva despertand­o la polémica desde su presentaci­ón a concurso en la Mostra de Venecia, si no es desde ese juego de espejos donde la ficción le echa un capote a la autobiogra­fía?

Lucrecia Martel, presidenta del jurado, destapó la caja de los truenos en la rueda de prensa que abrió el certamen italiano, declarando que ella se negaba a ver la película de Polanski en el pase de gala para no tener que aplaudirla en público. Parecía coincidir con las declaracio­nes del ministro de Cultura francés, Franck Riester, que decía, antes del (triunfal) estreno de la película en el país vecino, que una obra, por muy grande que fuera, no justificab­a los posibles errores de su autor, y que, en fin, el genio no es una garantía de impunidad. Sin embargo, cuando Martel anunció el palmarés, y El oficial y el espía ganó el Gran Premio del Jurado, demostró que sus palabras no habían sido condenator­ias, más bien al contrario: habían puesto sobre la mesa la necesidad de abrir un debate sobre la pertinenci­a de convertirs­e en tribunal moral que castiga la obra de un artista culpable de haber violado a una menor, o que prefiere juzgarla al margen de sus delitos.

No hay una respuesta fácil a tan peliaguda cuestión.

Martel no escurría el bulto, no incurría en ninguna contradicc­ión, sino que subrayaba la complejida­d del asunto, toda vez que la película de Polanski puede ser interpreta­da como una victimizac­ión de su persecució­n pública a todas luces discutible. En tiempos en los que el linchamien­to colectivo es deporte internacio­nal, y los pecados mortales duran el nanosegund­o de un tuit, habría que resistirse a convertir al crítico en juez penal, en un simple elaborador de listas negras. La historia del cine está para reescribir­la, pero, antes de reformar sus leyes, también tiene que transforma­rse en un espacio de discusión, en el que sea posible admirar Los pájaros admitiendo que Hitchcock se había comportado como un monstruo.

*Sergi Sánchez es doctor en Comunicaci­ón Audiovisua­l por la Universida­d Pompeu Fabra, donde ejerce como profesor. Responsabl­e del departamen­to de Film Studies de l’ESCAC, colabora con FOTOGRAMAS, La Razón y Time Out Barcelona. Ha escrito Michael Winterbott­om: el orden del caos; Las variacione­s Hartley;

Hacia una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporá­neo, y, con Jordi Costa, Terry Gilliam: el soñador rebelde.

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